La imagen es tan sorprendente como simbólica. Un indígena en el suelo, junto a una improvisada carpa, de un cuarto como de cualquier casa campesina. Al fondo, en una mesita una bota sin su par, cubierta de polvo, y la vieja máquina de coser que usaban las abuelas. El hombre era, horas antes, el político más poderoso de su país.
El ahora expresidente Evo Morales, camisa blanca y manga corta, revisa su celular. Está solo, sin guardia presidencial y sin ese enjambre de funcionarios que suelen acompañar a los mandatarios.
Morales contó cómo pasó su primera noche tras su renuncia, la de domingo a lunes. “Recordé tiempos de dirigente. Muy agradecido con mis hermanos de las federaciones del Trópico de Cochabamba por brindarnos seguridad y cuidado”, escribió en su cuenta de Twitter.
Luego, al día siguiente, relató que le dolía partir: “Me duele abandonar el país por razones políticas, pero siempre estaré pendiente. Pronto volveré con más fuerza y energía”.
Detalló, además, que su familia, sus seres queridos y su pueblo habían sido víctimas de violencia. “Los golpistas que asaltaron mi casa y la de mi hermana, incendiaron domicilios, amenazaron de muerte a ministros y sus hijos y vejaron a una alcaldesa, ahora mienten y tratan de culparnos del caos y la violencia que ellos han provocado. Bolivia y el mundo son testigos del golpe”.
Entonces salió en un avión con destino a México. Atrás dejaba un capítulo de su historia política que se inició en enero de 2006, cuando pasó del sindicalismo cocalero y se convirtió en el primer presidente indígena de Bolivia.
El gobernante aymara y aliado político venía ahora a cambiar el panorama geopolítico de la región al aliarse con Cuba y Venezuela. El vicepresidente Álvaro García Linera, quien lo acompañó desde 2006, alguna vez había dicho que “el presidente Evo es la unidad del cuerpo de Túpac Katari (líder aymara descuartizado en 1781)” y que “es la resurrección del pueblo indígena”.
Y tras la renuncia a la Presidencia sentenció: “Vamos a cumplir la sentencia de Túpac Katari, volveremos y seremos millones”, prometió García Linera parafraseando una famosa arenga de Katari antes de ser ejecutado por rebelión.
Pero la imagen no es extraña para Morales. Al contrario, él sabe lo que es la pobreza. Vino al mundo el 26 de octubre de 1959 en el pequeño pueblo rural de Isallawi, en el cantón de Orinoca, departamento de Oruro, en el oeste de Bolivia, de una familia del pueblo indígena aymara, era uno de los siete hijos nacidos de Dionisio Morales Choque y su esposa María Ayma Mamani. Solo él y sus dos hermanos, Esther y Hugo, sobrevivieron a la infancia.
Desde temprana edad, empezó a plantar y cosechar cultivos y proteger su rebaño de llamas y ovejas. Asistió brevemente a la escuela de Orinoca, y a los cinco comenzó a estudiar en la escuela primaria de un solo salón de clases en Isallawi.
A los 6 años, pasó seis meses en el norte de Argentina con su hermana y su padre. Allí, Dionisio cosechó caña de azúcar mientras Evo vendía helados, sal y papas por maíz y coca. Gran fanático del fútbol, a los 13 años organizó un equipo de fútbol comunitario y empezó a mostrar sus dotes de líder. Se nombró capitán.
Luego mientras entraba y salía de la escuela, empezó a ganar dinero como albañil, jornalero, panadero y trompetista de la Royal Imperial Band.
Quería ser periodista, pero tuvo que ingresar al Ejército, en un país bastante inestable. Cinco presidentes y dos golpes militares, liderados por el general Juan Pereda y el general David Padilla, respectivamente; bajo el régimen de este último, Morales estaba como guardia en el Palacio presidencial de nombre Quemado.
Luego llegó la política. Algún día contó a la prensa que de niño soñó que volaba por sus tierras natales. Al relatar el su sueño a su padre, éste le reveló un buen augurio: “Evito (...) te va a ir bien en tu futuro”.
Y así fue. Llegó a la Presidencia de la República. Era el hombre más poderoso de un país. Sin embargo, la vida volvió a darle un vuelco y se quedó solo. El no tuvo problemas y se refugió con su gente, busco una manta, la echó al suelo y se acostó. En su primera noche alejado del poder, como cuando era niño.
Redacción Política