Fidel lo había conocido en 1980, en Managua, Nicaragua, durante las celebraciones por el primer aniversario de la Revolución Sandinista. Era Lula, el obrero metalúrgico, el dirigente gremial, el convencido de que nuestros pueblos necesitaban de la lucha y de la unión, para conquistar la esperanza.
Así me habló una década después aquel líder, durante una visita a Cuba junto a otros miembros de su sindicato.
Fue mi primera oportunidad para conversar con él. Sus palabras transmitían clase obrera, lucha, porvenir.
Siempre estuve seguro de que Lula ha sido un eterno admirador del Comandante en Jefe y de que Fidel –desde la primera vez que habló con él– estuvo convencido del calibre humano, moral y político de este ejemplo a seguir por las actuales y nuevas generaciones.
Décadas después, a la prisión de Curitiba donde había sido encerrado injustamente, le envié un cuestionario y me concedió una entrevista que guardo con amor. En junio de 2018, ese gran hombre hoy salido de la cárcel, sacó tiempo en su celda y me contestó e hizo llegar las respuestas, que el 14 de junio de 2018 aparecieran en Granma.
Siempre me ha dado la impresión de ser un hombre fácil de querer. Nunca le oí palabras rebuscadas para hablar de algún tema, fuese político, laboral o de cualquier otro asunto.
Cuando estás cerca de él, parece que has entrado a una metalúrgica, sector que domina por vocación y experiencia, me contó la primera vez que hablamos.
En la entrevista que le envié y cuyas respuestas recibí a través del amigo admirable Frei Betto, me confesó: «Estoy leyendo y pensando mucho, es un momento de mucha reflexión sobre Brasil y sobre todo en lo que ha sucedido en los últimos tiempos. Estoy en paz con mi conciencia y dudo que todos aquellos que mintieron contra mí, duerman con la tranquilidad con que yo duermo.
«Por supuesto que me gustaría tener libertad y estar haciendo lo que he hecho toda mi vida: dialogar con el pueblo. Pero estoy consciente de que la injusticia que se está cometiendo contra mí es también una injusticia contra el pueblo brasileño».
Y así ha sido desde el primer día en que la «injusticia brasileña» lo apartó de la segura victoria que tendría en los más recientes comicios, donde todas las encuestas le daban más de 20 puntos de ventaja sobre su más cercano seguidor.
A Curitiba viajó el pueblo brasileño, desde los más apartados confines de la geografía de ese gigante sudamericano. Lo acompañaron en su despertar de cada mañana. También cuando se hacía la noche le deseaban un buen descanso.
Lula, como ha confesado, no se sintió solo ninguno de los 580 días y noches que lo mantuvieron en prisión.
«La relación que he construido a lo largo de décadas con el pueblo brasileño, con las entidades de los movimientos sociales, es una relación de mucha confianza y es algo que yo aprecio mucho, porque en toda mi trayectoria política siempre insistí en jamás traicionar esa confianza. Y no traicionaría esa confianza por ningún dinero, por apartamento, por nada. Era así antes de ser presidente, durante la presidencia y después de ella. Entonces, para mí, esa solidaridad es algo que me emociona y anima mucho a permanecer firme», me decía en la citada entrevista.
Por todo ello, cuando se le veía salir de la injusta prisión y miles de brasileños lo esperaban en las afueras del recinto, me daba cuenta de que al Lula que admiro, lejos de «cansarlo» sus días de cautiverio, lo llevaron a escalones más altos, enarbolando las mismas banderas, siempre junto a su pueblo y con el optimismo que ha tenido, desde que trabajara como limpiabotas, aún sin cumplir los 12 años. O cuando fue ayudante de tintorería y, en su pasión mayor desde que tenía 14 años, trabajar en una metalúrgica y paralelamente aprender el oficio de tornero.
Se reencontraba con su pueblo el hombre que, siendo presidente de Brasil, logró que 30 millones de sus conciudadanos salieran de la pobreza y que devolvió vida y esperanza a esos millones que le esperaron para enrumbarse junto a él hacia las nuevas batallas de este mundo convulso, pero que convertirlo en mejor es posible e imprescindible.