|
General: Revolución de Octubre, ascenso de los oprimidos
Elegir otro panel de mensajes |
|
De: Ruben1919 (Mensaje original) |
Enviado: 08/02/2020 16:44 |
Revolución de Octubre, ascenso de los oprimidos
La verdad es siempre revolucionaria. Lenin
La más profunda transformación social en la historia de la humanidad acaeció hace cien años en Rusia. Triunfó en octubre de 1917, pero en estricto se celebra el 7 de noviembre a causa de la diferencia de días entre los calendarios juliano y gregoriano.
En Rusia nació la primera experiencia de una sociedad conducida por los de abajo con un sentido colectivo, socialista. Desde la Revolución Francesa de 1789 la sociedad no se había impactado en semejante magnitud. En París nació la sociedad conducida por la burguesía y se rompió el dique feudal en pos del capitalismo que perdura hasta nuestros días.
Con la Revolución de Octubre, por primera vez en la historia, los oprimidos asumieron el poder político conducidos por los revolucionarios dirigidos por Vladimir Ilich Ulianov, conocido en la historia como Lenin. Los oprimidos derrocaron el gobierno provisional que había apoderado del poder luego de defenestrar al zarismo. Los Soviets de obreros, soldados y campesinos asumieron todo el poder el 7 de noviembre (25 de octubre) bajo la conducción de los bolcheviques. La insurrección popular triunfó rápidamente después de la intentona de febrero de ese año, que llevó al gobierno provisional a diversos actores vacilantes que querían avanzar sin rupturas, conciliando con los reaccionarios de los partidos burgueses. Los revolucionarios rusos asumieron la tarea de dirección y con la alianza obrero-campesina hicieron realidad su consigna: ¡Todo el Poder a los Soviets!
La tarea revolucionaria era titánica: construir un orden nuevo, el socialismo, que vislumbraba alcanzar la igualdad social como lo preconizaron Marx y Engels unas décadas antes. Rusia era un país atrasado, feudal, con incipiente capitalismo, en guerra con Europa y Asia, el zarismo estaba en crisis y la revolución alcanzo tierra fértil. La burguesía europea -Alemania en particular y las vetustas monarquías-, se aterrorizaron de saber que en Rusia se empezaba a construir un orden nuevo, socialista, que cuestionaba su poderío, que derruía el sistema capitalista con la clase obrera al frente, hombro a hombro con soldados y campesinos. La reacción no se hizo esperar y todos los regímenes europeos se aliaron para sabotear la nueva Rusia y desataron la guerra civil en la periferia con la creación del Ejército blanco para intentar retomar el poder soviético sustentado y defendido por el Ejército Rojo. Los primero años fueron intensos de conmoción social, de avances y retrocesos, de intentonas contrarrevolucionarias. Paz, pan y tierra era la consigna del poder soviético para satisfacer a la masa obrero-campesina que se había tomado, al fin, el poder.
Los primeros decretos del gobierno soviético vislumbraban la revolución: se ordenó el horario laboral de ocho horas, se garantizó la propiedad de la tierra para los campesinos, se declaró obtener la paz con Alemania, se inició el plan de alfabetizar a toda la población, se consagraron los derechos de los pueblo de Rusia y del derrocado imperio zarista bajo el principio de la autodeterminación, se promulgó la igualdad legal de los sexos, se sustituyeron los entes de justicia por nuevos bajo directrices revolucionarias, se abolieron los títulos y rangos sociales, se separó la iglesia del Estado, se expropiaron los bienes de las iglesias y pasaron a manos estatales, así como la educación en general. Se dotó de vivienda a los desposeídos de las ciudades. Se nacionalizaron las industrias y los bancos, se desconoció la deuda contraída por el zarismo. Un mundo nuevo había nacido: se consumó una revolución democrático-burguesa pero dirigida por revolucionarios que tenían en mente construir la utopía en este mundo, erigir a la brevedad una nueva sociedad: el socialismo. La nueva Constitución consagró en 1918 el nuevo orden: por primera vez en la historia los oprimidos gobernaban un país y asumían el control de las instituciones y del poder en la República Socialista Federativa Soviética de Rusia.
La genialidad de Lenin trazó el derrotero, la continuidad de la revolución: el sistema capitalista es un hueso duro de roer y la economía es un serio problema: socializar la agricultura, la producción industrial, la pequeña producción era un paso que requería de método para no colapsar. Para ello, el líder trazó la Nueva Economía Política (NEP) que permitiera una transición de la producción neta capitalista y feudal a una socialista. Durante esos años, hasta la muerte de Lenin en 1924, la tarea fue cumplida y se sentaron las bases del socialismo, tarea que se emprendió bajo los planes quinquenales, que planificaron desde el Estado toda actividad económica estratégica. En 1922 se había fundado la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas que resolvía la relación entre naciones disímiles en una asociación que perduró hasta 1991 con la disolución de la URSS y la restauración del capitalismo.
Durante la década de los 20 y 30 la Unión Soviética cimentó una producción industrial conducida por el Estado, se modernizó la agricultura bajo las cooperativas campesinas (koljoses) y la producción agrícola del Estado (sovjoses). En el ámbito político, la ausencia de Lenin desató intensas polémicas que terminaron con la ruptura entre dos alas dirigidas por Trotski y Stalin, respectivamente. Pese a los juicios tendenciosos que distorsionan la historia (los errores de Stalin, la persecución de este a Trotski, las purgas intra-partidistas, los excesos de la colectivización forzada) el gran logro es innegable e imborrable: la Unión Soviética se convirtió en una potencia política, económica y militar que jugó su decisivo papel en la Segunda Guerra Mundial, la Gran Guerra Patria. Sin la URSS la derrota de la Alemania nazi y los fascistas europeos hubiera sido muy difícil. La historia que se cuenta en estos tiempos pretende dar a Estados Unidos la victoria que el Ejército Rojo labró desde su resistencia por la incursión militar nazi que llegó a las puertas de Moscú, hasta la toma de Berlín por tropas soviéticas el mayo de 1945.
La Revolución Rusa de 1917 marcó la humanidad para siempre: pese a las derrotas de la revolución acaecidas en Europa y diversos países del orbe a lo largo del siglo XX, un mundo sin capitalismo es posible, un mundo gobernado por los oprimidos es posible . La penetración de la ofensiva ideológica desde la última década de la centuria pasada y lo que va del siglo XXI, pretende hacer creer que el neoliberalismo capitalista es invencible y que no hay esperanza. Los caminos de la historia nunca se vieron libres de obstáculos y derrotas de las causas más nobles. El futuro de la humanidad pende de un hilo sostenido por el Capital, que fiel a su esencia pretende vendernos la idea de su triunfo definitivo.
Estamos al borde de la desaparición de la humanidad y la civilización por las desgracias capitalistas: destrucción acelerada del medio ambiente por la explotación despiadada de la tierra y todos los recursos naturales no renovables, desigualdad social incontenible que se denota en la periferia y en las metrópolis, pauperización de grandes masas de población mundial de siete mil 600 millones de habitantes, migración desesperada a Europa, entre otra desgracias. Y al frente, desde el poder, a nivel mundial y en la mayoría de países, una clase minoritaria, la burguesía que manda desde los centros imperiales y tiene sus vasallos en cada país colonizado o recolonizado.
La Gran Revolución de Octubre, a un centenario de su triunfo, es un faro que aún marca el derrotero. Ni los medios y la clase dominante pueden ignorarla: se preocupan por academizarla y presentarla como el pasado que no volverá, como su pesadilla que ya pasó. El siglo XXI alberga esperanzas como Cuba y Venezuela y varios gobiernos progresistas en Nuestra América. Nada es eterno es este mundo, la fuerza de los oprimidos se levantará como los Soviets de hace un siglo. La humanidad necesita nuevos rebeldes soviets o la inminente destrucción nos hundirá en la aniquilación. Lenin aún está presente con sus libros y su conducción. Los humildes, los de abajo, tienen que tomar la palabra antes de que sea demasiado tarde. La Revolución es necesaria antes que el sistema capitalista nos borre del universo para siempre.
|
|
|
Primer
Anterior
2 a 13 de 13
Siguiente
Último
|
|
A 100 años de la Revolución Rusa
“Había un proyecto para el Sol… y lo hay”
"Empieza, [amigo mío], por percibir la idea
de esta invención, este mundo inventado, la inconcebible idea del Sol.
Debes hacerte de nuevo un hombre ignorante y ver con ojo ignorante el Sol de nuevo y verlo claramente en la idea de Sol.
Nunca supongas que una mente inventora es la fuente de esta idea, ni compongas para esa mente un voluminoso dueño envuelto en su fuego.
Qué limpio el sol cuando visto en su idea, lavado en la más remota limpieza de un cielo que nos ha expulsado con nuestras imágenes (...)
(…) Febo ha muerto, [amigo mío]. Pero Febo fue un nombre para algo que nunca pudo nombrarse. ¡Había un proyecto para el Sol y lo hay!
Hay un proyecto para el Sol. El Sol no debe tener nombre, "florecedor de oro",
sino ser en la dificultad de lo que tiene que ser.
Wallace Stevens
¡Había un proyecto para el Sol… y lo hay! Esta es la frase fulminante con la que, a mi juicio, debe pensarse la Revolución Rusa a 100 años de distancia. Desconozco el objetivo de Steve Wallace al invocarla, pero pienso que es el llamado más noble que un sujeto puede hacer en su intención de rescatar una idea maravillosa; una idea cuya concreción terrenal al parecer ha sido fallida… Pero que, en su idealidad, en su proyección o prospecto, ¡vale la pena! Necesita reinventarse una y otra vez.
Hay que volvernos ignorantes de nuevo, dice el poeta, y ver al Sol en su idea, en su embrión, en su proyecto…
No es posible marginar estas líneas de un ejercicio conmemorativo. En efecto, el acto conmemorativo debe asumir en su integridad la invitación que nos plantea Wallace. Estudiar la Revolución Rusa implica pensar en un “proyecto”, en un conjunto de ideas-fuerza que impactaron el mundo y alteraron su devenir para siempre. De alguna manera, contemplar el acontecimiento (como proyecto y como idea), puede permitir anular la melancolía y la pedantería historiográfica que acompañan los sucesos de 1917. En ese sentido, mi propuesta es rescatar el proyecto que subyace a la Revolución Rusa. Contemplar la idea del Sol: analizar su proyecto. Sin olvidar que, como lo recuerda Steve Wallace, la grandeza del proyecto no está en su pomposo nombre, ni en la parafernalia de su acontecimiento, sino más bien, “en la necesidad de Ser en la dificultad de lo que tiene (o tenga) que ser”…
Bajo el reto trazado en las líneas precedentes, me gustaría decantar dos paradigmas fundantes del proceso revolucionario bolchevique: i) la idea de la participación comunitaria y ii) la idea de la universalización de los derechos.
Trayendo a colación a Antoni Domènech, es pertinente señalar que al margen de las vicisitudes propias del ejercicio del poder político soviético, y más allá del debate sobre la “dictadura republicana democrática” y la tiranía soberana (el cual tensó las discusiones de teoría política que se dieron a lo largo del marxismo del siglo XX); es importantísimo señalar que la Revolución de Octubre no fue un simple golpe militar, sino más bien, “un proceso paulatino desarrollado sobre el terreno de una cultura política profundamente arraigada en la población, así como de una amplia insatisfacción con los resultados de la Revolución de Febrero combinada con la fuerza del irresistible atractivo de las promesas de los bolcheviques: paz, pan y tierra, y una democracia de base a través del Estado de los Soviets” (Domènech, 2016).
En efecto, la concepción participativa de los bolcheviques ancla sus raíces en la construcción de un nuevo modelo de comunidad política; un modelo de comunidad que tuviera por base dos garantías: (i) la garantía de participar y decidir sobre los aspectos más relevantes de la organización socio-política (Los Soviets), y (ii) la garantía de disfrutar del desarrollo y la gestión colectiva de los bienes comunes (la igualdad real). En síntesis, en el imaginario bolchevique existía el objetivo fundamental de conciliar la igualdad y la libertad sobre la base de proponer una forma de comunidad política que superara las deficiencias de un modelo democrático-liberal que, por ese entonces, dudaba mucho en sacrificar los privilegios nobiliarios y aristocráticos que pululaban en la sociedad europea de inicios del siglo XX.
De la misma manera, el segundo paradigma que no puede ser perdido de vista a la hora de repensar los imaginarios de la Revolución Rusa, es sin duda alguna el paradigma de la universalidad de los derechos. Tal como lo planteó en su momento Galvano Della Volpe, no es posible acudir a la idea de la Revolución Rusa, sin descubrir la tensión puesta entre los derechos y los privilegios. Los revolucionarios bolcheviques tenían muy claro que los privilegios se oponían a los derechos; pues, mientras los privilegios apelaban a la restricción, los derechos apelaban a su universalidad.
El sufragio, por ejemplo, solo puede ser un derecho en la medida de que cada ciudadano tenga la posibilidad de ejercerlo; es decir, en el entendido de que sea un derecho universal. En ese orden de ideas, la libertad solo puede ser posible si la comunidad política es capaz de reconocer, potencializar e impulsar las cualidades y capacidades de los individuos, sobre la base de la garantía de los derechos. Insistimos, no hay forma de entender la libertad individual al margen de la igualdad real en derechos. En esto el ideal bolchevique era de una claridad meridiana: no puede existir libertad ni igualdad, donde existen situaciones de opresión, sujeción y dominación social, cultural y política (Aricó, 1917).
¿Qué hicieron los bolcheviques para alimentar esta expectativa emancipadora? Los bolcheviques soñaron con la socialización de la economía, pensaron en un modelo productivo que, siguiendo la propuesta de Marx, pudiera hacer del proceso económico un proceso democrático y participativo. En ese sentido, soñaron con distribuir el producto de la economía social conforme a un plan que hiciera transparente la producción y la distribución de la producción; todo ello, conforme al equilibrio entre las funciones laborales y las necesidades individuales y colectivas. De la misma manera, los bolcheviques soñaron con acercar a la población rusa a las máximas adquisiciones de la ciencia y la cultura: implementaron políticas de alfabetización por el vasto territorio ruso, impulsaron y desarrollaron diversas formas de arte (entre ellas el cine), innovaron la música y la industria del sonido (en 1919 produjeron el primer instrumento electrónico que se comercializó en el mundo) y en general, buscaron hacer de la cultura un verdadero patrimonio público y social.
De la misma manera, el proyecto bolchevique constituyó un hito en la adjudicación y reconocimiento de derechos civiles. La historiadora norteamericana Wendy Goldman ha sistematizado gran parte de las medidas adoptadas por los bolcheviques para alcanzar uno de los horizontes más imprescindibles de la época: la igualdad de género. En 1918 el gobierno bolchevique expidió un Código de Familia profundamente revolucionario, el cual consagró la igualdad de género ante la ley (aboliendo la condición jurídica inferior de la mujer); otorgó legitimación legal al matrimonio civil; estableció el divorcio a petición de cualquiera de los cónyuges, y extendió la pensión alimenticia tanto a hombres como mujeres si eran discapacitados o pobres. Se suprimió la idea de la ilegitimidad de los hijos y, finalmente, se garantizó el derecho a la mujer a tener el control pleno de sus bienes. Por otro lado, en 1920 el Estado Soviético legalizó el aborto gratuito y sin restricciones. Esto último, a partir del reconocimiento de que la criminalización de esta práctica solo conducía a que las mujeres asistieran a centros clandestinos que ponían en riesgo su vida (Goldman, 2017).
Por último, no debemos obviar que las y los bolcheviques soñaron con resolver la contradicción entre el trabajo asalariado y el trabajo doméstico. El trabajo doméstico no remunerado que realizaban las mujeres (abastecimiento del hogar, cocina, reparación, limpieza, cuidado de niños, inválidos y ancianos) sería socializado, transferido a la economía en general y realizado por trabajadores asalariados.
Por lo tanto, lejos de caer en la burda apologética, es claro que el proyecto bolchevique irrumpió en la historia y logró, en cierta medida, impugnar las certezas y paradigmas de la sociedad dominante. La Revolución Rusa, hay que decirlo con franqueza, en medio de sus incertidumbres y de su caos, constituyó un proceso profundamente creador, y profundamente revolucionario.
¿Qué hacer entonces con esta potencialidad histórica? ¿Cómo es posible que un proyecto de semejante estirpe pueda ser enterrado en los anaqueles de la historia, aun en medio de una sociedad inhumana, injusta y degradada? ¿Por qué habríamos de olvidar que existe un proyecto para el Sol, en un momento donde, justamente, más se necesita?
Quizás la gran conclusión que podemos extraer de este cúmulo de ideas, es que el derrumbe definitivo del “socialismo real” (o del “socialismo histórico”) debe entenderse como el derrumbe de un proyecto que, desde luego, olvidó lo que implicaba el proyecto en sí mismo. La idea del Sol fue intercambiada por un “Nombre” difuso. Pero ciertamente, al final del camino, el “Nombre” agotado no pudo sacrificar la idea del Sol: su proyecto trascendente.
Si bien hay que extraer las lecciones de Rusia para aprehender los aciertos y reconocer los errores. Lo cierto es que hay que volver a construir ilusiones que nos permitan soñar, así como los bolcheviques, en un mundo donde la gente ordinaria pueda construir un futuro extraordinario.
Hoy por hoy, en este atormentado siglo XXI, hay que pensar nuevamente en Wallace Stevens:
“(…) Había un proyecto para el Sol… y lo hay (…) Pero el Sol no debe tener “Nombre”, sino Ser en la dificultad de lo que tenga ser.”
|
|
|
|
La revolución es una guerra civil prolongada
Este texto fue escrito y publicado como introducción a una compilación de artículos de Lenin escritos entre enero y diciembre de 1917. El libro fue publicado bajo el título de “1917” en octubre de este año por la editorial Monte Ávila Editores Latinoamericana. |
El centenario de la Revolución Rusa llega cuando las banderas del socialismo vuelven a levantarse alrededor del mundo. Sin embargo, siguen dominando las visiones ideológicas que sobre la URSS se impusieron hacia el final del siglo XX, incluso la izquierda toma distancia frente a las experiencias socialistas de décadas anteriores y declara su ruptura frente a las teorías «clásicas » . En los últimos veinte años no pocos autores han disparado desde la izquierda a la experiencia soviética y lo planteado por Lenin, calificando su teoría de la revolución, cuando menos como «vieja». A pesar de eso, fuera de las discusiones académicas, Lenin sigue siendo un revolucionario cuya práctica y pensamiento moviliza a miles de jóvenes en todo el mundo.
Los artículos, cartas y discursos de Lenin entre enero y diciembre de 1917 representan una radiografía de una época desde la mirada de uno de sus principales protagonistas; son también una biografía intelectual anclada en la militancia y no en la producción teórica abstracta.
El estudio de esos textos representa una oportunidad para poner en manos de la militancia revolucionaria la obra que Lenin elaboro al calor de la construcción hegemónica que condujo a la insurrección de octubre. El líder bolchevique pone en juego las principales categorías del pensamiento marxista para producir una idea de revolución que no está determinada y anclada a la teoría, sino que se fundamenta en el análisis concreto de la situación concreta, donde el pensamiento es contrastado con la realidad.
Esa idea de revolución está relacionada directamente con la premisa que Lenin plasmo a finales de marzo de 1917 y cuyo desarrollo seguiremos en este ensayo. Afirma el dirigente bolchevique que:
En tiempos revolucionarios, la situación objetiva cambia con la misma rapidez y brusquedad que el curso de la vida en general. Y nosotros debemos saber adaptar nuestra táctica y nuestras tareas inmediatas a las características específicas de cada situación dada.
Con esto en mente nos proponemos transitar las ideas elaboradas a lo largo de esos meses, permitiéndonos recorrer los acontecimientos de ese año convencidos de que desentrañar los detalles de ese proceso histórico nos permite sacar conclusiones fundamentales para la revolución hoy. En ese sentido, no sólo salen a la luz los hechos sino la reflexión que sobre ellos hace Lenin, permitiéndonos reconstruir junto a él una teoría de la revolución y recuperar la vigencia del análisis de la situación para el establecimiento de una táctica clara que conduzca exitosamente a la toma del poder.
I
Palabras desde el exilio
En enero de 1917 Lenin se encuentra en Zúrich, ahí participa activamente en las discusiones de la izquierda. Como en años anteriores, no todo es agitación política; a la par del activismo y el seguimiento de los asuntos que se desarrollan en Rusia, estudia tanto los clásicos como los libros más actuales de la época. Dos textos fundamentales son producto de esa conjunción entre militancia y reflexión teórica. A la vez, muestran su claridad en relación con los acontecimientos internacionales y la reciente historia rusa. Ambas cosas le permitirán comprender claramente la Revolución de Febrero a pesar de encontrarse fuera, comprensión que dejara documentada en el último texto que escribe durante ese exilio, sus Cartas desde lejos.
El primero de los trabajos es Pacifismo burgués y pacifismo socialista. En él, Lenin desarrolla críticamente las distintas posiciones de la izquierda europea en torno al conflicto bélico y hace uso de las categorías elaboradas algunos meses antes en El Imperialismo, fase superior del capitalismo. Desde esa perspectiva aborda los distintos errores de las posiciones que apelan a la conclusión de la guerra por la vía de una paz imperialista. Este pacifismo abstracto es desnudado recurriendo a la exposición de los objetivos principales de la guerra y cómo siguen vigentes cuando las naciones imperialistas empiezan a hablar de paz. Los intelectuales de izquierda de cada país arremeten contra los intereses de las naciones enemigas, pero ocultan los del imperio propio con un discurso que es caracterizado como «social chovinista». Con estos mismos argumentos denunciará luego cada una de las posiciones de los mencheviques y los socialdemócratas rusos.
Frente al pacifismo abstracto es necesario afirmar que la única paz real consiste en que el proletariado tome las armas que le han sido entregadas para matarse entre sí y las use contra sus propios gobiernos. La guerra debe transformarse, bajo las banderas antiimperialistas, en una lucha armada contra la burguesía de cada país. Esta determinación en el giro de clase que debe dar la guerra, guiará los debates que se llevarán a cabo en el seno del Comité Central del partido bolchevique. En esas discusiones algunos miembros del partido objetarán el llamado a continuar el combate, ahora dirigido contra las burguesías, argumentando que la mayoría del pueblo ruso está cansada de la guerra y no asumirá como suya esa idea. A pesar de esa objeción, aceptada por el líder del partido, su claridad en relación con las condiciones de la guerra imperialista será determinante a la hora de enfrentar las posiciones del Gobierno provisional.
Unos años antes se encontraron los más importantes líderes de la izquierda europea en la Conferencia de Zimmerwald. En aquel momento Lenin planteó las posiciones que luego recogerá en este articulo. Aquellas discusiones continuaron a lo largo de 1916, quedando plasmado el carácter del pensamiento de Lenin, especialmente en relación con las luchas por la independencia nacional. En esos espacios combatió las posiciones economicistas que no comprendían el papel de la lucha de clases en los procesos de liberación nacional. Desde su liderazgo abrió dos frentes que mantendrá posteriormente, enfrentando por igual las posiciones mecanicistas y las ideas revisionistas.
Hoy, la izquierda no cuenta con un espacio como el de Zimmerwald, pero eso no impide que la discusión se lleve a cabo con el mismo nivel de intensidad que en 1915. Desde la negación, la crítica y las acusaciones mutuas, la izquierda mundial actual divide sus posiciones respecto al imperialismo y las guerras que se desarrollan en los países árabes. Ese conflicto ha expresado las contradicciones, diferencias y antagonismos entre la militancia critica del sistema, frente a lo cual el análisis de Lenin demuestra su actualidad, tanto por sus conclusiones como por su método.
Varios días después de escribir ese artículo, Lenin dicta una conferencia en Zúrich, en la que hace gala de su gran capacidad de análisis sobre los acontecimientos históricos recientes, digna del ejemplo de Karl Marx en El 18 Brumario de Luis Bonaparte. Teniendo en mente la conexión de aquellos sucesos con la lucha actual del proletariado, critica la ingenuidad del movimiento obrero ruso de 1905, que no entendió los intereses de clase representados por el zar. Allí expone las condiciones en las que surge la fuerza revolucionaria, con especial atención al papel de los campesinos en ella. En esa conferencia evidencia el error de los reformistas, que nunca ven la revolución venir, sosteniendo continuamente que las condiciones no están dadas. Esta observación es complementada con la diferenciación entre los mecanismos de lucha que dan contenido a la revolución, pero que pueden terminar poniéndola al servicio de los fines democrático-burgueses. Las herramientas de lucha no solo deben tener una condición de clase en su forma, sino también en los fines que se persiguen con ellas.
Ese análisis histórico le permite a Lenin encontrar fuentes de inspiración para la lucha, pero no por eso la teoría es la que determina la formación revolucionaria; al contrario, sostiene que «la verdadera educación de las masas no puede ir nunca separada de la lucha política independiente y sobre todo, de la lucha revolucionaria de las propias masas». Por eso la mejor escuela para la clase trabajadora es la revolución. El análisis de la práctica revolucionaria pasada permite comprender las condiciones de los triunfos y las características de las derrotas. Tanto en la Revolución de 1905 como en la Comuna de Paris, la derrota se produce por no haber llevado la guerra hasta el final, preparando un ejército revolucionario capaz de enfrentar de manera definitiva al ejército que sostenía el régimen. En el caso ruso faltó confianza, determinación y capacidad para tomar la conducción definitiva de la revolución para llevarla al poder. Estas ideas serán muy útiles meses más tarde, cuando haga falta preparar la insurrección contra el gobierno y luego formar el Ejército Rojo para defender la revolución.
En esta conferencia Lenin retoma la idea de Karl Kautsky, según la cual la revolución será mas parecida a una guerra civil prolongada que a una insurrección por sorpresa. Hoy en día muchos quieren ver en estos acontecimientos, hechos aislados del contexto histórico, rupturas absolutas respecto al pasado y saltos al vacío frente al futuro. Frente a ellos, esta concepción de la revolución como una guerra a largo plazo es una importante reivindicación histórica que nutre la reflexión actual. Mas allá de lo teórico, la experiencia histórica de 1917 es un ejemplo concreto. La revolución se va desarrollando mucho antes de octubre, y continuara luego convertida en un conflicto con distintos niveles de intensidad. La revolución irá sucediendo antes, durante y después de los sucesos definitivos. Algunos podrían afirmar que es una concesión al reformismo, pero por el contrario, se trata de comprender que la revolución no es una predicción teórica sino una práctica continua que apunta a la transformación del capitalismo, aplicando las herramientas necesarias desde la lucha de clases, y que no termina ni inicia con la toma del poder. Solo el análisis detallado, diario y minucioso de la realidad concreta puede guiar la acción revolucionaria.
Ese es el análisis que lleva a cabo Lenin y que le permite, a partir de una comprensión detallada del momento geopolítico y la conciencia histórica del pasado reciente ruso, determinar las situaciones que condujeron a la Revolución de Febrero. Si bien en la conferencia sobre la Revolución de 1905 había visualizado la posibilidad de un levantamiento, la atención a los procesos sociales no convierte al revolucionario en vidente. En el exilio, mientras prepara su viaje de regreso, escribe cuatro cartas en las que demuestra lo que ya hemos mencionado, su manejo del contexto histórico y de la realidad rusa. Desde el comienzo se refiere a lo sucedido como una primera revolución, seguro de que le seguirán otras y de que es función de los partidos proletarios de Europa trabajar para ello. Con la certeza de que esta revolución debe conducir a otras en Rusia y Europa, Lenin expone cómo la guerra imperialista ha determinado el interés de la burguesía y los terratenientes por tomar el poder para desplazar a un gobernante que no conduce el conflicto por el camino necesario.
En los escritos posteriores escritos ese año y que hemos recogido en nuestra compilación, Lenin afirma que el análisis de la situación debe iniciarse por la caracterización de las fuerzas en pugna. Ya en marzo realiza ese ejercicio, exponiendo los sectores de clase que se disputan el poder: los representantes feudales, que giran alrededor del zar; la burguesía y los terratenientes, organizados en torno a los octubristas y los cadetes; los grupos pequeñoburgueses representados por Kerenski; y por último el Soviet de Diputados Obreros, que aglutina a los sectores explotados y las masas pobres del país. Detrás de los primeros se encuentran los intereses imperialistas que atizaron las contradicciones y aceleraron la crisis, con apoyo de algunos líderes socialistas que se unieron a la burguesía al asumir posiciones chauvinistas. Rusia es un laboratorio para la paz imperialista y, a la vez, una síntesis de las viejas contradicciones surgidas en 1905, por eso es tan significativo que Lenin se haya dedicado a ambos temas antes del derrocamiento del zar.
Las fuerzas descritas se movilizan en los tiempos revolucionarios, llegando a formar alianzas circunstanciales. Frente a eso, Lenin descarga su crítica al etapismo, con la que derriba las opiniones de quienes consideran imprescindible una revolución burguesa. Mientras Lenin se mantiene lejos de Rusia, las posiciones conciliadoras de algunos bolcheviques se expresan en la búsqueda de un acercamiento con el Gobierno provisional, a lo que le sale al paso rápidamente, desenmascarando los intereses del gobierno y llamando a apoyar el fortalecimiento de los Soviets. El Gobierno provisional, por su propia composición de clase, es incapaz de responder a las demandas de los campesinos, obreros y soldados. Solo el socialismo puede dar respuesta a las exigencias de paz, pan y libertad, conclusión derivada de la comprensión de los distintos sectores en disputa por el poder. Ya en marzo se ve la pugna que se desarrollara en los meses siguientes, frente a la cual el partido debe prepararse para asumir su papel histórico.
En la tercera carta Lenin plantea que la táctica solo puede definirse partiendo de la observación de los acontecimientos en desarrollo, por medio del cual se comprenden las características de la transición. Ese método permite establecer los elementos básicos XIII del momento, para concluir que en esa etapa el gobierno no puede ser derribado de un solo golpe y que tampoco hay condiciones para mantener el poder. Lo que corresponde de momento es trabajar en la organización del proletariado, no como un fin en sí mismo sino en función de la toma del poder, a lo cual debe adecuarse el trabajo de construcción hegemónica.
En esa misma carta hay un tema que es fuente para nuevos debates sobre la revolución hoy. Lenin presenta los objetivos a seguir para la conformación de un Estado radicalmente distinto al existente. La conquista del Estado se logra con la movilización de todo el pueblo en armas, que debe tomar todos los organismos existentes y establecer aquellos nuevos que expresen su naturaleza de clase. La supresión de la policía zarista, que sostiene al Estado, debe venir acompañada con la creación de una milicia popular compuesta por hombres y mujeres. Esta milicia tendrá un papel democratizador y a la vez será un muro de contención frente a la contrarrevolución. Con esta propuesta pretende superar las debilidades señaladas en las experiencias anteriores. Quienes subestiman el papel de los ejércitos populares y descartan las insurrecciones a comienzos del siglo XXI, deberían atender esta reflexión.
Sigue ...
|
|
|
|
Enviado: 08/02/2020 12:30 |
II
De la dualidad de poderes al poder único de la burguesía
Lenin llega a la ciudad de Retrogrado el tres de abril y al día siguiente presenta sus famosas Tesis. En ellas condensa el análisis realizado en sus cartas y construye una agenda programática para los bolcheviques. Este hecho deja constancia del papel fundamental que tiene la construcción de un plan para la organización y la lucha. Entre las ideas que plasma en su presentación se encuentran el fortalecimiento de los Soviets, el rechazo a la conciliación con el Gobierno provisional, el paso de la revolución burguesa a una revolución proletaria, la toma del poder, la nacionalización de los bancos, la entrega de la tierra a los campesinos y la construcción del socialismo. En sus reflexiones reconoce la minoría circunstancial de los Soviets y la necesidad de fortalecer ese espacio, llamando a conformar un Estado-Comuna. Las líneas de trabajo presentadas permitirán el acercamiento con los distintos sectores de la sociedad rusa. Un mes después, en el Mandato a los Diputados ratificara las líneas y definirá un conjunto de criterios en relación con la posición que deberán tener los bolcheviques respecto a la guerra. En ese momento ya han sucedido las discusiones internas a las que hicimos referencia antes, Lenin modera su llamado a transformar la guerra en un conflicto de clases contra la burguesía y se referirá a la autodeterminación de las naciones, apostando a la liberación de las nacionalidades oprimidas.
Durante todo ese año la estrategia es la toma del poder, pero la táctica irá cambiando según cada situación especifica. Desde abril hasta junio se apuesta por una revolución pacifica, basada en la construcción hegemónica por parte de los bolcheviques, a través de la presentación de su programa en cada sector social y el fortalecimiento de los Soviets. La eficiencia de esas acciones tácticas depende de la caracterización del poder existente que es llevada a cabo en varios artículos. Por eso la atención prestada a la dualidad de poderes entre el Gobierno provisional y los Soviets. Ese conflicto debe resolverse apostando al crecimiento de la organización obrera. La participación bolchevique debe crecer dentro de esa instancia, cambiando la correlación de fuerzas internas y desplazando a los mencheviques. En la medida en que el Gobierno no puede responder a las exigencias del pueblo ruso y los intereses de clase chocan entre sí, la contradicción entre ambos espacios se agudiza. A comienzos de mayo está claro que debe resolverse a favor de los Soviets, pero hacia el final de mes es señalada críticamente la burocratización de ese poder gracias a una dirección débil, aliada de los poderes constituidos.
Si el problema fundamental de la revolución es la toma del poder, quienes consideran que el apoyo a la burguesía es necesario en una etapa prerrevolucionaria deben entender que la democratización solo es posible si todo el poder es entregado de manera pacífica a las mayorías obreras y campesinas. Todo el que desee democracia tiene que apoyar ese traspaso. Lenin afirma que las demandas de los bolcheviques en esa etapa, vistas de manera aislada, no corresponden a una revolución socialista, son demandas que podrían ser consideradas propias de la revolución burguesa. La revolución socialista supone la implementación de todas las medidas una vez tomado el poder; ese es el único etilismo posible, avanzar hacia la superación del capitalismo.
El liderazgo de Lenin permite consolidar la posición bolchevique en los primeros meses de la revolución burguesa, incorporando miles de trabajadores a sus filas, creciendo entre el sector campesino y poniendo de su parte a los soldados. En mayo el partido tiene 80.000 militantes, el doble que un par de meses antes. En ese momento, el dirigente bolchevique vuelve sobre el tema militar. Los soldados juegan un papel determinante a lo largo de todo el año, por eso exige una y otra vez la conformación de las milicias. Esta medida es un paso necesario para la democratización del ejército. La idea del pueblo en armas es una respuesta al ejercito profesionalizado que sostiene un Estado al servicio de los intereses terratenientes y burgueses. La conformación de la milicia popular es una preocupación manifiesta en Un triste apartamiento de la democracia y otros documentos, en los que Lenin advierte las acciones que sucederán unos meses más tarde y destaca la importancia de armar a la clase trabajadora. Hoy es tarea pendiente la reflexión sobre el papel del ejército y el pueblo en armas en la revolución que, de ser una guerra civil prolongada, necesitara siempre de la organización para la defensa y el combate. Los textos presentes en este libro permiten abordar esa tarea.
La importancia del ejército para los bolcheviques queda clara en la conferencia La guerra y la revolución, donde Lenin expone el carácter de clase de la guerra no ya en la soledad de un escritorio, sino frente a cientos de soldados a los que explica que si la guerra es la continuación de la política, los intereses políticos de las clases se juegan en el conflicto bélico. Ese 14 de mayo prevé la guerra civil que vendrá, cuando afirma que el derrocamiento de una clase gobernante por una revolución producirá una respuesta violenta externa e interna. Esta advertencia no es producto de la clarividencia, sino del análisis objetivo de la situación concreta, pasada y presente. Igual que en la reflexión sobre el pacifismo, presenta detalladamente la relación entre el capitalismo, el imperialismo y la guerra. Hacia el final aclara que la toma del poder solo es revolucionaria si antes se ha construido una mayoría, a la que deben sumarse los soldados.
Cuatro meses después del derrocamiento del zar, el desarrollo de los acontecimientos ayuda a caracterizar el desplazamiento de clases que ha sucedido dentro de Rusia. La tarea de acompañar y colaborar en el esclarecimiento de la conciencia en las masas pasa por analizar dicho desplazamiento. La monarquía ha sido desalojada por una burguesía terrateniente incapaz de dar respuesta a las demandas del pueblo, por eso pasan los meses sin paz, ni pan, ni libertad. Al mismo tiempo, el reformismo se hace cargo de la dirección del movimiento obrero, retrasando cualquier revolución, mientras la guerra agudiza las contradicciones.
En ese contexto, junio es un mes definitivo en la crisis que se prolonga desde abril. El gobierno ha cerrado 331 fábricas, dejando en la calle a 85.000 trabajadores, muchos de los cuales se suman a la línea bolchevique, única que exige el cumplimiento de sus demandas. El capital extranjero interviene en Rusia a través de un préstamo de 325 millones de dólares, que no serán dirigidos a satisfacer las necesidades del pueblo sino a la compra de armas y pertrechos militares. La consecuencia de los despidos es el fortalecimiento de los sindicatos, controlados en su mayoría por los bolcheviques. La conferencia de los sindicatos de toda Rusia recibe la participación de 211 delegados, que representan casi a millón y medio de trabajadores. Estas medidas producen multitudinarias movilizaciones, en las que participan miles de obreros, que se articulan con los campesinos y soldados gracias a la activa organización de los bolcheviques. La manifestación del 18 de junio viene a ser expresión del esfuerzo revolucionario del partido bolchevique, que con una táctica pacifica ha venido agrupando a mas sectores de la sociedad. La claridad programática da sus frutos y las consignas bolcheviques tienen la hegemonía en las movilizaciones.
A lo largo de los cuatro meses de la revolución burguesa, Lenin plantea una táctica pacifica de crecimiento y concentración de las fuerzas, apostando a la toma progresiva del control en los Soviets para desplazar a los reformistas. Esta práctica ha sido XVII exitosa gracias a la observación atenta de la realidad cambiante y al análisis del poder manifestado por las fuerzas en pugna. Los sucesos posteriores al 18 de junio serán un punto de quiebre en el desarrollo de la revolución, conduciendo al cambio de la táctica empleada.
III
Hacia la toma del poder
Entre el 18 de junio y el 6 de julio, Rusia se ve convulsionada por manifestaciones violentas que conducen a un intento para tomar el poder en Petrogrado. Lenin analiza las dos crisis, la del 18 de junio y la del 3 y 4 de julio; ambas guardan una estrecha relación con la crisis de abril. En esos días, lo que inicia con una movilización de 400.000 personas se convierte en un alzamiento popular protagonizado por el Regimiento de Ametralladoras de la capital. En medio de los acontecimientos el partido bolchevique debate sobre la toma del poder, y a pesar de considerar que no es el momento adecuado para llevarla a cabo, decide asumir la dirección de la insurrección, entendiendo que no se debe dejar a la deriva.
Lenin, que ha seguido el desarrollo de las acciones, considera que no hay condiciones objetivas para tomar el poder y se lo advierte a quienes convocan las manifestaciones. Sin embargo, la forma como suceden las cosas empuja al partido a asumir su papel histórico en la conducción de todo el proceso, aunque no lo ha iniciado y no ha participado en las movilizaciones del 3 de julio. Ese mismo día, si bien los bolcheviques expresan su intención de abstenerse y no salir a las calles, cerca de las once de la noche llaman a que todo el poder sea transferido de manera pacífica a los Soviets. De acuerdo con las declaraciones del partido y su principal dirigente, la intención es transformar lo que es una acción violenta en una organización pacifica para la transferencia del poder a los obreros, soldados y campesinos. Este cambio de posiciones demuestra cómo el análisis objetivo de la situación concreta permite tomar decisiones rápidas, acordes al desarrollo de los acontecimientos y el sentido del momento histórico.
Aun previendo lo que iba a suceder, los bolcheviques no pueden hacerse a un lado y asumen las consecuencias de las acciones. La crisis que culmina el 6 de julio es aprovechada por los sectores más reaccionarios, que llevando a cabo una contrarrevolución disuelven el poder de los Soviets y conducen al Gobierno provisional a una dictadura militar. Este balance es presentado por Lenin en La situación política, donde afirma que la consigna Todo el poder a los Soviets ya no tiene sentido, una vez que los mencheviques y eseristas han entregado la dirección de la organización a la contrarrevolución. Ahí, por primera vez asoma la insurrección armada como única solución posible a la crisis. Esa conclusión no representa un llamado aventureísta a la acción inmediata sino a la preparación de toda la población, que inicia con la toma de conciencia respecto a la ausencia de salidas constitucionales o republicanas. Hay que crear las condiciones para la insurrección.
Los acontecimientos de 1917 expresaron una disputa por el poder que Lenin fue sintetizando ante cada suceso, no solo a través de categorías teóricas sino a partir del análisis de las circunstancias concretas. Luego del punto de inflexión de julio, sentencia el fin de la etapa pacifica en el paso del poder a los Soviets, que ya no tiene un sentido real si la dualidad de poderes ha terminado y el poder absoluto recae sobre los militares administradores de los intereses de la clase burguesa. La revolución requiere un análisis continuo de las relaciones de poder para descifrar en quienes recae el poder del Estado y cuales intereses de clase representa. Si el Estado está constituido principalmente por el ejército y otros apéndices armados, así como demás mecanismos de control social directo e indirecto, luego del punto de inflexión ese pilar del Estado se fortaleció, tomando todo en sus manos con el apoyo de la burguesía y el silencio cómplice de los partidos pequeñoburgueses.
En su artículo Tres crisis Lenin reflexiona sobre el carácter de la revolución a la luz de los distintos sucesos, que se expresa no en un golpe definitivo, sino en distintas manifestaciones que suben o bajan los niveles del conflicto entre los sectores más radicales, dejando fuera del juego a los elementos más moderados. La lucha de clases se agudiza en tiempos revolucionarios, expresándose como « un estallido simultáneo de revolución y contrarrevolución » . Estas son Las enseñanzas de la revolución, que vista como un proceso complejo irá arrojando distintos elementos para comprender la dinámica histórica, quedando en evidencia las relaciones de clase, los pactos y el conflicto imperialista, llevando a la conclusión de que no hay salida a través de alianzas con la burguesía.
Después de que el partido bolchevique fuera proscrito y sus dirigentes perseguidos, Lenin pasa a la clandestinidad y finalmente al exilio en Finlandia. El seguimiento detallado de la situación hace que muchas veces escriba documentos en los que reflexiona sobre sucesos que cuando son publicados ya han cambiado. A finales de julio Kerenski entrega el gobierno a los militares conservadores, nombrando al general Lavr Kornilov comandante en jefe de las Fuerzas Armadas Rusas, quien de inmediato presenta una serie de reformas, suponiendo un giro radical hacia la derecha. Los conflictos internos desembocan en la destitución del general el 26 de agosto, pero el rechazo a su destitución conduce a un alzamiento militar que termina con el arresto de Kornilov el primero de septiembre.
La participación de los bolcheviques es determinante para derrotar el golpe de Estado. El Gobierno provisional se ve obligado a entregar las armas a los obreros, quienes en ese momento siguen en su mayoría las directrices bolcheviques. Durante esos meses el partido bolchevique pasa de 80.000 a 240.000 miembros y la orientación fundamental es enfrentar a Kornilov, rechazando por igual una alianza con Kerenski. Es una circunstancia especialmente útil para dejar en evidencia las debilidades del gobierno y exigir la toma de decisiones revolucionarias. Lenin sigue atento el desarrollo de las acciones durante esos días turbulentos, definiendo, revisando y replanteando la táctica cada vez que resulta necesario.
En Acerca de los compromisos reflexiona sobre la coyuntura y la posibilidad de establecer acuerdos con los eseristas y mencheviques para la constitución de un gobierno de los Soviets en todo el territorio. Esas negociaciones se deben hacer siempre y cuando se mantengan fielmente los principios « en la medida en que sea inevitable » . En el contexto general de la estrategia, inicialmente la táctica pacífica da paso al llamado insurreccional, que tiene un paréntesis luego de la derrota de Kornilov. La dinámica se desarrollo tan rápido que cuando el texto es publicado, la posibilidad pacifica de tomar el poder se había esfumado. Sin embargo, queda expuesta una vez más la capacidad de análisis de Lenin. El líder soviético está dispuesto a modificar radicalmente la táctica, de acuerdo con el desarrollo de los hechos.
A mediados de septiembre son ratificadas las ideas presentadas en las Cartas desde lejos, dando fe de la coherencia discursiva de sus principios para la acción revolucionaria. El problema fundamental de la revolución continúa siendo la toma del poder estatal, respecto a lo cual no debe haber vacilaciones. La concepción del poder y su administración se dirige hacia la toma total de los aparatos del Estado por parte de los Soviets, a quienes debe pasar su administración directa. La estrategia central de la revolución se ha mantenido en el tiempo, la táctica ha ido cambiando de acuerdo con el desarrollo de la situación concreta. Esto, que ya lo tenía claro Lenin antes de 1917, ha sido comprobado prácticamente en los seis meses de revolución burguesa. Luego, también en septiembre, elaborara un trabajo programático fundamental para aclarar la situación en los meses previos a la toma del poder. Las principales medidas revolucionarias, necesarias para enfrentar La catástrofe, son presentadas extensamente en un texto que reitera la capacidad analítica de su autor.
Septiembre no solo es un mes de reflexiones, el proceso social continúa modificando las circunstancias. El Gobierno provisional declara la Republica, desesperado por calmar el conflicto y parar el crecimiento de los bolcheviques, que han logrado conquistar la mayoría en el Soviet. En ese contexto, Lenin escribe a sus compañeros para ratificar la estrategia: hay que prepararse para la toma del poder, así lo evidencia la conquista de la mayoría, no solo en los Soviets sino en la Duma, en cuyas elecciones los bolcheviques pasan del once al cincuenta por ciento de los votos. El partido bolchevique aumenta sus filas a 400.000 miembros y las organizaciones obreras agrupan a dos millones de trabajadores, seiscientos mil de los cuales están en Petrogrado.
En el seno del Comité Central del partido se desarrolla una álgida discusión, que mueve a Lenin a la ciudad de Razliv, mucho más cerca de la capital rusa. Algunos miembros de la dirección del partido apuestan a la participación en el Anteparlamento y apoyan el proceso constituyente convocado por el gobierno. Una serie de cartas escritas por Lenin a sus compañeros recoge sus posiciones en aquel debate y muestra la forma como lleva la discusión con los camaradas, especialmente con Lev Kamenev y Grigori Zinoviev. La hegemonía lograda y expresada en la obtención de las mayorías es el resultado del trabajo táctico del partido dirigido a la toma del poder, que solo es posible por medio de una insurrección armada, no porque sea un capricho sino porque así lo demuestran las circunstancias. La construcción colectiva de una política revolucionaria, a través de la definición de una estrategia y las tácticas acordes para lograrla, produce distintas posiciones en el seno de la militancia, que deben resolverse apelando a un debate con argumentos basados en el análisis de las condiciones históricas del momento, no a través de maniqueísmos teóricos.
IV
Ejerciendo el poder
El liderazgo de Lenin, producto tanto de su práctica como de su pensamiento, triunfa en el seno del partido y la organización obrera. En los primeros días del mes de octubre se prepara la insurrección armada y el 24 de octubre el partido bolchevique moviliza una fuerza de casi 200.000 soldados. Alexandr Kerenski escapa a mediados de ese mismo día y en la madrugada del 25, las fuerzas revolucionarias toman el Palacio de Invierno. El triunfo de la revolución es posible gracias a la organización de los obreros, campesinos y soldados, a partir de la consolidación de una estrategia llevada a cabo por medio de las tácticas que se desarrollaron al calor de la situación concreta entre febrero y octubre de 1917.
Pocas horas después de la toma del gobierno se instala el II Congreso de los Soviets de Diputados Obreros y Soldados de toda Rusia. Los primeros días de la revolución transcurren al calor de un intenso debate que conduce a la toma de importantes decisiones en correspondencia con el programa y las demandas del pueblo ruso. Los sujetos protagónicos del proceso que inicia ese día son identificados desde el comienzo, a través de un llamado a los obreros, campesinos y soldados. Lo primero que se decreta es la paz, por medio de un llamado a los países beligerantes a negociar, sin conversaciones secretas. La revolución debe ser transparente. El segundo decreto corresponde a la tierra, que ha de pasar inmediatamente a manos de los campesinos, poniéndose fin a la propiedad terrateniente. El trabajo es el sustento de la vida y no la propiedad. Unos días después será publicado el decreto sobre el control obrero, tema que junto a la paz y la tierra, demuestra el cumplimiento sin demoras de los compromisos adquiridos.
La alianza obrero-campesina es prioritaria para consolidar el poder, a ella Lenin le dedica varios discursos y trabajo político. Los dos últimos meses del año 1917 son muy agitados, falta consolidar el triunfo en todo el territorio y se enfrenta la arremetida de la contrarrevolución. Sin embargo, el gobierno revolucionario no deja de atender distintos temas, entre ellos el de la libertad de prensa, respecto a la cual es redactado un decreto atendiendo a la propiedad privada de los medios y los intereses de clase que expresan. El gobierno discute sobre la nacionalización de la banca y presenta un primer borrador, lo mismo sucede con el problema de la vivienda. Es muy significativo que el último documento que recoge nuestra compilación corresponde al decreto por el que se llama a la conformación de los Comités locales de abastecimiento. Son tiempos convulsos, de acción, organización y resoluciones inmediatas.
Durante los once meses desde el derrocamiento del zar, se fue desarrollando el conflicto en distintos niveles, que serán identificados por Lenin, casi día a día. En ocho meses el Partido bolchevique consolida su posición dentro de la sociedad rusa, logra la mayoría y conforma una hegemonía total. La agudización de las contradicciones se produce a la par que los intereses de clase chocan irremediablemente. La táctica revolucionaria que se establece en ese tiempo responde al análisis situacional a través del cual Lenin pudo identificar los distintos poderes en pugna y la dinámica de cada fuerza. Esa táctica se caracteriza en una primera etapa por la toma pacífica del poder, mientras la dualidad podía resolverse a favor de los Soviets, luego de que la posición bolchevique se consolidara en ellos. Después de la crisis de julio la táctica pasa a ser la insurrección armada, que no es automática sino que deben ser creadas las condiciones para ella. Ese viraje no evito que en determinados momentos se dieran las condiciones para el paso pacifico del poder a los Soviets, aunque duraran muy poco. La toma del poder era una estrategia que pasaba por la construcción de una mayoría y para eso fue clave la claridad programática de los bolcheviques, producto del análisis en buena medida realizado por Lenin. Claro que son las circunstancias las que terminan conduciendo la revolución, pero el liderazgo del partido va definiendo la táctica que responde a dichas circunstancias. Todo este proceso demostró la certeza tras la intuición que Lenin rescata de Kautsky. La revolución será más parecida a una guerra civil prolongada que a un asalto por sorpresa. La revolución no inicia ni culmina con la toma del poder y la experiencia rusa es testimonio de ello. En 1918 inicia una larga guerra civil, que puso en práctica la visión de Lenin respecto al ejército popular y otros temas anunciados antes de tomar el gobierno.
Frente a las afirmaciones de la academia, pero también de muchos intelectuales de izquierda, la Revolución Bolchevique tiene muchas lecciones que darnos y el pensamiento de Vladimir Ilich Ulianov tiene mucho que decir en nuestro tiempo. Lenin es un interlocutor vigente para las nuevas generaciones, alguien que supo hacer del marxismo un horizonte de sentido que cobra actualidad a partir del análisis concreto de la situación concreta. Sus textos de 1917 constituyen una invitación a la reflexión y la acción, en tiempos en los que el viejo topo sigue avanzando.
| |
|
|
|
Gloria al centenario de la Revolución rusa
El cronista y revolucionario estadounidense nacido en Oregón, John Reed, publicó en 1919 un libro donde narra los sucesos acaecidos y presenciados por él en Rusia durante finales del año 1917 en lo que la historia ha recogido con el nombre de la ¨Revolución Rusa¨, la Revolución de Octubre¨, o sencillamente, la ¨Revolución Bolchevique¨. La diferencia en la identificación del mes obedece al calendario seguido en Rusia y aquel seguido en Europa; es decir, el calendario juliano o el calendario gregoriano respectivamente. En efecto, bajo el primero, la insurrección se puso en marcha los días 24 y 25 de octubre; bajo el segundo, los días 6 y 7 de noviembre.
Previo a estos sucesos, Reed había hecho también su relato sobre la Revolución Mexicana de 1905. Su libro monumental sobre los sucesos en Rusia se conoce como Diez días que estremecieron al mundo. En este Reed narra sus vivencias presenciando el más importante suceso histórico en la historia de las luchas sociales por el socialismo conocido hasta entonces. El autor nos lleva de la mano, no solo en la descripción de los más importantes eventos acaecidos en San Petersburgo y Moscú aquellos 6 y 7 de noviembre de 1917, sino también, sus antecedentes y desarrollos posteriores. Hoy día se reconoce el 7 de noviembre como el aniversario de la Revolución Rusa.
La dinastía de los Romanov llevaba cerca de trescientos años rigiendo los destinos de Rusia cuando Nicolás II advino como Zar del Imperio que heredaba. Para entonces el Imperio Ruso dominaba vastas extensiones territoriales que iban desde la frontera con Alemania, el Imperio Austro-húngaro y Turquía en el Oeste, cruzando porciones de Asia Central hasta el Océano Pacífico en el Este. El imperio, a pesar del surgimiento y desarrollo de un incipiente proletariado industrial, la realidad es que el 85% de su población era campesina. A pesar de Rusia formar parte de la cadena imperialista de la época, era a su vez el eslabón más atrasado y débil de la misma, quedando su recursos y desarrollo de una burguesía nacional supeditados al capital imperialista extranjero, fundamentalmente inglés. De ahí en parte su alineamiento en el marco de la Primera Guerra Mundial con las potencias aliadas, a pesar de que la esposa del Zar era alemana y algunos de sus ministros favorecían que Rusia se sumara como aliada a las potencias centrales encabezadas por Alemania durante la Gran Guerra.
Se indica por los historiadores, y en eso hay un gran consenso más allá de sus alineamientos ideológicos, que el primer gran asomo de lo que vendría más adelante para el Imperio Ruso, fue su fracaso en la llamada Guerra Ruso-Japonesa de 1905. Este abrió las puertas a la movilización del proletariado ruso y al activismo del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso en lo que se conoce como la Revolución de 1905 donde aparecen, por primera vez en Rusia, la formación de los Soviets de obreros, campesinos, soldados y marineros.
Los continuos desastres militares de las tropas rusas en la Primera Guerra Mundial, donde ya para el 1917 las bajas ascendían a 1.7 millones de muertos y 5.95 millones de heridos; la incapacidad de muchos de sus mandos militares; el hambre al que estaba sometido el pueblo y la gran inestabilidad del gobierno, en parte como resultado del activismo de diferentes partidos de oposición en el parlamento (Duma), fue creando las condiciones para la organización de los soldados, marineros, obreros y campesinos en organizaciones alternas llamadas ¨soviets¨ desde las cuales se disputaba el poder al gobierno, que eventualmente llevan a la abdicación al trono del Zar el 2 de marzo de 1917 y a la instauración de un Gobierno Provisional. En este, el ala denominada Bolchevique del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, a pesar de su nombre que significa en español ¨mayoría¨, era realmente un sector minoritario frente a su ala Menchevique.
Su principal dirigente, Vladimir Ilich Ulianov (Lenin) estaba exiliado en Suiza por lo que se desplazó en el mes de abril de regreso a Rusia donde convoca al proletariado ruso a la insurrección y proclama la opción de una república socialista a partir del poder depositado precisamente en los consejos (soviets) de obreros, campesinos, marineros y soldados. Si bien el Gobierno Provisional instaura ciertas reformas de carácter democrático de importancia, si se comparan con las condiciones políticas prevalecientes en la época zarista, el empuje Bolchevique hacia una mayor radicalización del proceso no amainó.
El soviet de Petrogrado, nombre que había adquirido San Petersburgo con la instauración del Gobierno Provisional, impulsaba la firma de la paz, la distribución de la tierra a los campesinos que la trabajaran, la implantación de la jornada diaria de ocho horas de trabajo y el establecimiento de una república democrática. En el seno de los Bolcheviques se discutían diferentes alternativas para el desarrollo revolucionario donde la opción de profundizar una revolución democrático burguesa era una alternativa inmediata para algunos de sus integrantes. Con la llegada de Lenin, sin embargo, el discurso cambió al este impulsar sus Tesis de Abril. En ellas destaca el carácter final y descompuesto del capitalismo en su Fase Imperialista, análisis que profundiza en su libro titulado El Imperialismo, Fase superior del Capitalismo, y la necesidad de que el proletariado asumiera la dirección del derrocamiento del Estado burgués y la implantación del socialismo como primera etapa del comunismo, denominándola ¨Dictadura del Proletariado¨.
Mientras la Guerra seguía su curso y se repetían fracaso tras fracaso las nuevas ofensivas militares, el Gobierno Provisional continuaba su proceso de descomposición recurriendo finalmente a la represión contra el sector Bolchevique. Para el mes de agosto, ya el sector militar se planteaba un levantamiento armado contra el Gobierno Provisional, lo que es aprovechado por los Bolcheviques para reforzar sus estrategias hacia la toma del poder político. Fijándose como fecha el 25 de octubre para la realización del Segundo Congreso de los Soviets, se organiza un Comité Militar por los Bolcheviques para el levantamiento militar que tomará forma durante la noche del 6 al 7 de noviembre de 1917 cuando en Petrogrado, se toma el Palacio de Invierno, sede del Gobierno Provisional, a lo que siguen otros levantamientos en otras ciudades, entre ellas, Moscú.
La rapidez con la cual actuaron los insurgentes, permitió que sus dirigentes tomaran de inmediato ciertas decisiones dirigidas a asegurar el apoyo a la insurrección: se hacen públicas las negociaciones secretas por parte del Gobierno Provisional en torno a la Guerra y se propone una paz condicionaba a que fuera sin anexiones ni compensaciones; se promulga del ¨Decreto sobre la Tierra¨ aboliendo sin indemnización algunas las grandes propiedades y distribuyendo la tierra entre los campesinos; se crea el ¨Consejo de Comisarios del Pueblo¨ como nuevo gobierno; se abole la pena de muerte (medida que más adelante se dejaría sin efecto); se nacionalizan los bancos; se asume el control obrero sobre la producción; de crean milicias obreras; se reconoce el derecho de los pueblos a la autodeterminación, a su soberanía e igualdad, y a formar un Estado independiente; se suprimen los privilegios religiosos, entre otras, para un total de 33 reformas inmediatas.
A diferencia de Petrogrado, en Moscú la lucha fue intensa. Cerca de quinientos obreros murieron en la lucha por el control de la ciudad, muchos de ellos masacrados. Precisamente John Reed, como testigo del momento en que la población de Moscú se prestaba al entierro de sus mártires, describe lo siguiente:
¨Uno por uno, fueron depositando los quinientos féretros en las fosas. Cayó el crepúsculo, y las banderas seguían flotando al viento, la música no había cesado de tocar la marcha fúnebre ni la masa enorme de hacer sus cantos. La coronas fueron colgadas de las ramas desnudas de los árboles, como extrañas flores multicolores. Doscientos hombres empuñaban las palas y se percibió, acompañando los cantos, el ruido sordo de la tierra al caer sobre los ataúdes.
Se encendieron las luces. Vinieron los últimos estandartes y las últimas mujeres sollozantes, lanzando hacia atrás la última mirada de aterradora intensidad. Lentamente, la marea proletaria se retiró de la plaza.
De pronto comprendí que el religioso pueblo ruso no necesitaba ya de sacerdotes que le abrieran las puertas del paraíso. Estaban edificando sobre la tierra un reino más esplendoroso que el de los cielos, un reino por el que era glorioso morir.¨
A los primeros tiempos de la Revolución siguió la firma de la paz con Alemania en lo que se conoce como el Tratado Brest-Litovsk. El armisticio se llevó a cabo el 15 de diciembre. Las demandas de Alemania fueron en extremo onerosas para Rusia: la entrega de los territorios que hoy conforman Polonia, Lituania, y Bielorusia, mientras que en el caso de Ucrania, las potencias centrales reconocían su soberanía. De lo que antes fueron los linderos del Imperio Ruso, la emergente república socialista perdía el 26% de su población, el 27% de su superficie cultivada y el 75% de su producción de acero y de hierro.
Dos décadas más adelante, en el marco del inicio de una nueva Guerra Mundial, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, como parte del Pacto Molotov-Von Ribbentrop, llegó a un acuerdo de no agresión con Alemania. En el mismo se distribuirían parte del territorio cedido por Rusia en 1918, lo que no impidió que más adelante, Alemania invadiera la Unión Soviética dando así inicio, por parte de la URSS, de la Gran Guerra Patria contra el nazismo.
La salida de Rusia de la Primera Guerra Mundial, sin embargo, no representó ni el fin de la contienda entre los poderes centrales y los aliados; ni mucho menos la estabilidad en la nueva república soviética. Alemania y sus aliados volvieron sus tropas en el Frente Oriental hacia Francia; mientras en la nueva república soviética se iniciaría una Guerra Civil, donde a partir del 1918, con el armisticio europeo que puso fin a la Primera Guerra Mundial, se sumaría a la lucha contra los sectores monárquicos, mencheviques y otras organizaciones opuestas a los bolcheviques, la intervención de las potencias aliadas con el fin de aniquilar la Revolución Rusa
Durante los tres años siguientes, hasta 1921, la Rusia soviética se desangró en un conflicto interno de enormes proporciones. A los intentos de restauración monárquicos se suman los levantamientos nacionalistas en varias regiones, particularmente en Polonia y Ucrania, como también la intervención directa de fuerzas expedicionarias del Reino Unido de la Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos, junto a otros países aliados. Fue también una guerra en la cual tomaron parte diferentes caudillos militares opuestos al gobierno soviético y sus seguidores. Fue una guerra en la cual prevaleció el terror por parte de todos los bandos en pugna, unos contra otros, lo que fortaleció al Estado como instrumento de represión. Las consecuencias para la Unión Soviética fueron al final de cuentas 2.5 millones de muertos durante su participación en la Primera Guerra Mundial, a lo que se suman aquellos que al final de la Guerra Civil también deben ser contabilizados, los cuales se estiman en 7 millones de muertes adicionales.
El gran triunfo del conflicto fue la configuración y consolidación del primer Estado socialista, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Los años posteriores a la paz no fueron tampoco fáciles para la sobrevivencia de la URSS. Los esfuerzos por consolidar el socialismo en la Unión Soviética tuvieron que pasar por diferentes etapas. La primera, comenzada aún en vida de Lenin, se denominó la Nueva Política Económica (NEP). El país había quedado tan destruido, su economía tan diezmada que el impulso hacia la construcción de una sociedad socialista tuvo que ser reducido, permitiéndose regresar el país, al menos temporalmente, al fomento y desarrollo de algunas variantes de capitalismo que se creía ya superadas. Lenin la resumió esta experiencia en su libro: Un paso adelante, dos pasos atrás.
En el caso de una región tan grande en su extensión pero a la vez tan importante desde el punto de vista agrícola como son Ucrania y otras zonas del centro del antiguo Imperio, la lucha se desarrolló en torno a cómo romper el sistema prevaleciente en Rusia de los llamados ¨Kulags¨ que eran grandes e inmensas extensiones de tierra donde la vida del campesino era controlada por el poder de los terratenientes. Se indica que en Ucrania solamente, la lucha fue tan encarnizada que condujo a una gran hambruna con m de millones de muertos y desplazados de sus territorios de origen. A los kulags siguió la socialización de la tierra mediante la creación de los ¨Koljoses¨, que eran empresas campesinas cooperativas dentro del marco de la colectivización de la tierra.
La consolidación del Estado soviético se materializa a mediados de la década de 1920, luego de lo cual, el esfuerzo del país estará dirigido a incrementar la producción, industrializar el país y profundizar, dentro de un mar de situaciones conflictivas y profundas luchas internas, en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Fue en parte gracias a este esfuerzo, que la Unión Soviética fuera la pieza clave en la derrota del fascismo durante la Segunda Guerra Mundial.
El sueño de la construcción del socialismo en la URSS ha sido objeto de largos e intensos debates dentro del marco del debate en torno a cómo llevar a cabo el desarrollo del socialismo en un país. Profundas desviaciones en cómo se llevó a cabo este proceso en la URSS llevaron sin embargo a su propia destrucción con la caída del gobierno en 1989 allanando el paso a la restauración del capitalismo en dicho país. Aún así, es importante rescatar la memoria histórica de este monumental y grandioso esfuerzo de construcción socialista que, aún con sus desviaciones y dificultades, inspiró y aún inspira otros importantes procesos de lucha revolucionaria en el mundo.
|
|
|
|
Lenin
A propósito de los 100 años de la Revolución Rusa, hay un hecho que, a veces, pasa desapercibido en los análisis. Un pequeño gran hecho en la larga historia de las derrotas populares. El 31 de diciembre de 1922, o sea casi 95 años atrás, Vladimir Ilich Ulianov, más conocido como Lenin, escribía uno de sus últimos informes, antes de morir el 21 de enero de 1924. En ese documento criticaba las bases del acuerdo que constituía a la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), elaborado y aprobado un día antes por los dirigentes de Rusia, Ucrania, Transcaucasia y Bielorrusia, y ampliamente defendido por Joseph Stalin.
Para Lenin, una cosa era "la necesidad de agruparse contra los imperialistas de Occidente, que defienden el mundo capitalista y otra cosa es cuando nosotros mismos caemos, aunque sea en pequeñeces, en actitudes imperialistas hacia naciones oprimidas quebrantando por ello nuestra sinceridad de principios". El líder ruso se oponía al artículo 24 del acuerdo, que decía "Las repúblicas de la Unión modifican sus constituciones en consonancia con el presente acuerdo", lo que transfería todos los poderes constituyentes de las repúblicas a la Unión, de las soberanías nacionales y populares a la dirección multinacional centralizada. Ese artículo dejaba de lado el numeral 26 que decía "Cada una de las repúblicas de la Unión conserva el derecho a salir libremente". Ese ítem era solamente retórico, para quedar bien con Lenin antes de su muerte.
Para el revolucionario ruso, el acuerdo que establecía la URSS era un "oportunismo" del Partido Comunista y de las repúblicas más poderosas, pues se realizaba en el momento que varios movimientos revolucionarios estaban por triunfar en repúblicas asiáticas y, era una forma de obligarlos a entrar en la Unión dejando de lado su soberanía, sin haber participado de la discusión que se dio en el PC ruso.
El acuerdo fue un triunfo de Stalin que ganó la mayoría del XII Congreso del Partido Comunista realizado en abril de 1923, en el cual fueron rechazadas las propuestas de Lenin sobre las nacionalidades y la organización interna de la Unión. Así, con todo el poder de su parte, Stalin instituyó en la nueva URSS una concepción del mundo que se desvió del socialismo a que aspiraba Lenin, quien entendía las particularidades y culturas de cada república y estaba convencido de que consolidar sus autonomías les haría mas fuertes a futuro y consolidaría la propia unión. Pero más que consolidar la unión, el revolucionario creía que se consolidaría el proceso de construcción socialista en cada país y eso beneficiaría a la unión.
Lenin, como Marx, tenía un pensamiento estratégico, miraba mucho más allá de la coyuntura. Percibió el significado que tendría la soberanía popular nacional de las repúblicas en el futuro de la unión y, sobre todo del socialismo. Comprendía además la fuerza de las culturas y los imaginarios propios. Sabia también, que la imposición solo podía servir a corto plazo, pero generaría profundas diferencias hacia el futuro.
Ahora que se cumplen cien años de la Revolución Rusa, recuerdo este pequeño gran hecho de la historia, porque sirve para entender la grandeza estratégica de Lenin, más allá de Rusia y de la URSS. Son contados, aquellos que tienen esa capacidad de superar el momento y mirar a lo lejos…
|
|
|
|
100 años de la Revolución Socialista
El triunfo que marcó el camino
En octubre de 1917, en Rusia las cosas estaban decididas. El Partido Bolchevique debía tomar el poder. El 25 de octubre, en el viejo calendario, era la fecha en la que se reunirían los soviets de toda Rusia (las asambleas de obreros, campesinos y soldados que en febrero derrocaron al zar). Se trataba del segundo congreso de los soviets. Los bolcheviques habían insistido varios meses antes en que los soviets debían tomar el poder, que la anhelada paz, el necesario pan y la tierra, sólo serían posibles cuando los obreros tomaran el poder. Fueron duras las discusiones al interior del Partido Bolchevique, había aún compañeros que no estaban seguros del momento, querían esperar a que terminara el congreso y querían participar en la asamblea constituyente convocada por el gobierno provisional de Kerenski. Lenin veía en este retraso un error fatal para la revolución, para el dirigente estaba claro que era el momento de tomar el poder y que las dilaciones eran una herida mortal para el movimiento revolucionario.
Pero en octubre todo estaba decidido. El partido bolchevique había formado el Comité Militar Revolucionario (CMR), el centro desde donde se dirigiría la insurrección. Ahí estaban los compañeros encargados de planificar, de conseguir los pertrechos, de entrenar a los compañeros, de ordenar y rendirle cuentas al Comité Central (la dirección política del Partido), en fin, los responsables directos del triunfo o el fracaso de la insurrección armada. Cuando el día dispuesto llegó, las tropas revolucionarias estaban prestas a tomar el Palacio de Invierno, en la ciudad de Petrogrado, pues era la sede del gobierno provisional. Un golpe contundente en Petrogrado y Moscú era lo que necesitaba la insurrección. Obtener un primer triunfo, pasar a la ofensiva, tal era la primera tarea del CMR.
La mañana del 25 de octubre los obreros y los soldados revolucionarios ocuparon el Palacio de Invierno casi sin resistencia. El soviet de Petrogrado había tomado como sede el Smonly, un edificio que había sido una escuela para “señoritas”. En el Smonly iban y venían los encargados de llevar los mensajes, los volantes, las provisiones y las armas. Cuando los mencheviques (los socialistas moderados) se retiraron de la asamblea del soviet bajo protesta, pretendieron marchar hacia el Palacio de Invierno para mostrar su apoyo a Kerenski y al gobierno, pero no llegaron lejos, pues un batallón revolucionario les cerró el paso y los mandó a sus casas. No había espacio en la calle para reaccionarios. En Moscú la cosa no fue tan sencilla, los bolcheviques en esta ciudad tardaron en organizar el Comité Militar local, no lograron obtener a tiempo los pertrechos e iniciaron tarde la movilización de los revolucionarios. Estos pequeños errores costaron vidas de obreros ejecutados en la fábrica de municiones y de trabajadores fusilados en el Kremlin, cuando el Palacio fue tomado por los reaccionarios, durante los seis días que duraron los combates callejeros. Finalmente los obreros se impusieron contra un enemigo menos numeroso, pero más disciplinado, con pertrechos y experiencia.
Hay que señalar que durante los primeros meses de la insurrección, incluyendo la toma de Moscú, las tropas revolucionarias evitaron pasar por las armas a los enemigos, pues había entre los revolucionarios un ánimo de construcción y de paz. Entre los reaccionarios, sin embargo, había la consigna de destruirlo todo, de aniquilar, de torturar, de hacer perpetuar la violencia con más violencia. Estos fueron presentados en la prensa extranjera como “demócratas” que luchaban contra los “monstruos” comunistas, contra los bolcheviques “golpistas que se habían apoderado de Rusia”. Pues bien, los monstruos comunistas aprendieron con dolor que la burguesía es un enemigo sin piedad y que sin piedad debe ser tratado en la victoria.
¿Habían ganado la revolución? No, las tomas de Petrogrado y de Moscú fueron la primera victoria, el primer paso que sentó este pueblo en el camino hacia la construcción de una nueva sociedad, sólo que para ellos no se trataba de un lejano programa, de una consigna o de una fantasía inalcanzable. Los obreros y los campesinos rusos tomaron el poder y, con ello, su propio destino en sus manos. ¿Cuáles fueron las primeras medidas de esta revolución? Primero cumplir con las promesas que habían hecho, lograr la paz y la tierra. El pan fue lo más difícil, pues a estos días de gloria y victoria siguieron los días de la resistencia, ya que 14 potencias extranjeras atacaron la joven revolución. Los capitalistas suspendieron su guerra para unirse con un nuevo objetivo: ahogar en sangre a la joven revolución rusa, mostrarle al proletariado que no se rendiría sin dar hasta el último combate. Pero el proletariado ruso se sobrepuso, tras seis años de duros combates, de defender hasta el último reducto, la revolución socialista de octubre por fin venció a los enemigos internos y externos. Fue muy alto el costo de esta revolución, pero hubiera sido más alto el costo de perderla.
Al conmemorar la victoria de los bolcheviques en ese octubre de 1917 no debemos desligarla de los logros que después de años de ardua lucha consiguieron los proletarios rusos: Rusia fue el primer país con una economía socialista, planificada y eficiente; el primero en el que se reconocieron todos los derechos a las mujeres y en reconocer a las naciones avasalladas en el pasado con el estatus de autonomía; fue la primera nación en la que los obreros tuvieron voz y voto en las decisiones económicas; la que enfrentó y derrotó al nazismo en la segunda guerra mundial; fue el primer país en dar completos derechos a los trabajadores, vivienda digna, escuela gratuita en todos los niveles; y el primer país en abatir el analfabetismo, también fue el primero en enviar un hombre al espacio. ¿Cuál es el mejor reconocimiento al sacrificio de estos hombres y mujeres que dieron la vida por un nuevo mundo? ¿Un foro, un concierto, un poema, un himno cantado a todo pulmón? No, el mejor homenaje al sacrificio de nuestros hermanos de clase es seguir sus pasos con firmeza, con decisión y con coraje. Octubre marcó el camino, los proletarios de todos los países sabremos llegar a su final.
Nota:
Este artículo fue publicado como parte de la sección RECUPERANDO LA HISTORIA del No. 30 de FRAGUA, órgano de prensa de la Organización de Lucha por la Emancipación Popular (OLEP), Octubre-Noviembre 2017.
|
|
|
|
a Revolución Rusa: Logros, derrotas, fracasos
Algunas lecciones para América Latina
Las dificultades de un balance
A cien años de la Revolución Rusa es necesario re-examinar esa experiencia por la importancia que tiene, en sí mismo, el conocimiento de la primera revolución proletaria triunfante en el plano nacional (la Comuna, como se recordará, se limitó a la ciudad de París). Pero también para extraer algunas lecciones que nos parecen de suma utilidad para el análisis de los desafíos que enfrentan las experiencias progresistas y de izquierda en la América Latina contemporánea. En otras palabras, no estamos proponiendo un ejercicio de arqueología política sino una reflexión sobre un gran acontecimiento del pasado cuyas luces pueden servir para iluminar el presente.
Quisiera comenzar planteando en primer lugar las dificultades que acechan cualquier tentativa de realizar un balance de un proceso histórico tan complejo como un cambio revolucionario. Se cuenta que cuando al líder chino Zhou En Lai se le preguntó que pensaba de la Revolución Francesa su respuesta dejó pasmado a sus interlocutores occidentales: “es demasiado pronto para saber”. Lo mismo repitió uno de sus compatriotas en un seminario convocado en París para conmemorar los doscientos años de aquella gesta de 1789. [i] Más allá de lo anecdótico estas observaciones son de un cierto valor metodológico a la hora de formularnos la misma pregunta sobre la Revolución Rusa. ¿Cuál es su legado? El pensamiento convencional, inficionado por los valores conservadores de la burguesía y de la academia, emite un diagnóstico terminante: aquella fue una aberración que tenía fatalmente que culminar en el totalitarismo para luego desplomarse por el peso de su extravagancia histórica. Para autores inscriptos en esa corriente interpretativa la Revolución Rusa fue un doloroso paréntesis en la hegeliana marcha de Europa hacia la libertad. Claro que una reflexión más sobria ofrecería una visión diferente: la de una revolución que transformó al país más atrasado de Europa en una fortaleza industrial y militar que jugó un papel decisivo en la derrota del fascismo; que posibilitó erradicar la plaga del analfabetismo que sumergía a la enorme mayoría de la población, sobre todo la femenina, en las sombras de la ignorancia y la superstición; que propició un desarrollo científico y técnico que le permitió neutralizar el chantaje atómico a que había sido sometida por Estados Unidos luego del holocausto de Hiroshima y Nagasaki y, como si lo anterior fuera poco, tomó la delantera en la carrera espacial con el lanzamiento del primer satélite artificial de la historia. [ii]
No sería exagerado decir, en consecuencia, que la historia contemporánea se divide en un antes y un después de la Revolución Rusa. No fue una más de las tantas revueltas populares contra un orden insoportablemente injusto pues marcó un quiebre histórico que desde la rebelión de Espartaco venía signada, hasta la Comuna de París, con la marca de la derrota. Según John Roemer, “la revolución bolchevique fue, pienso, el evento político más importante ocurrido desde la revolución francesa porque convirtió en realidad para centenares de millones, o quizás miles de millones, de personas por primera vez desde 1789 el sueño de una sociedad basada en una norma de igualdad más que en una norma de avaricia y ambición.” [iii] Por supuesto, el pensamiento convencional de la burguesía, y de las ciencias sociales, ha dado su veredicto y, como decíamos más arriba, lo ha instalado como una verdad irrefutable: la RR fue una gran tragedia, un desgraciado error, un monumental fracaso que provocó un sinfín de pesares a la humanidad. Se trata de un diagnóstico para nada inocente. Los pensadores de la burguesía oscilan entre dos actitudes: o se desviven por ignorar a la RR, fingir que no hubiera existido y, cuando esto es imposible, satanizarla sin miramiento alguno. El reverso de ese planteamiento es nada menos que la reafirmación del carácter eterno del capitalismo, o la imposibilidad de la revolución, o su previsible monstruosa degeneración. Para los pensadores del orden vigente lo anterior es prueba irrefutable de que el capitalismo es la Santísima Trinidad de nuestro tiempo: lo que fue, lo que es y lo que será. Es imprescindible desmontar esta tergiversación de la verdad histórica.
Ocaso o continuidad del ciclo revolucionario
A tal efecto comenzaría diciendo que más allá del vergonzoso derrumbe de la experiencia soviética (¡la más grande revolución en la historia de la humanidad se derrumbó sin disparar un solo tiro!, recordaba Fidel) y los avatares sufridos por lo que podría adecuadamente caracterizarse como el "primer ciclo" de las revoluciones socialistas, nada autoriza a pensar que la tentativa de las masas populares de "tomar el cielo por asalto" se encuentre definitivamente cancelada o que con el triunfo del capitalismo ante el colectivismo soviético hayamos llegado al final de la historia, tal como lo propone Francis Fukuyama.
Dos razones avalan esta presunción: por un lado, porque las causas profundas, estructurales, que produjeron aquellas irrupciones del socialismo en Rusia, China, Vietnam, Cuba –irrupciones inevitablemente prematuras, como aseguraba Rosa Luxemburgo pero no por ello necesariamente destinadas al fracaso- siguen siendo hoy más vigentes que nunca. La vitalidad de los ideales y la utopía socialistas se nutren a diario de las promesas incumplidas del capitalismo y de su imposibilidad congénita e insanable para asegurar el bienestar de las mayorías. Otra sería la historia si aquél hubiera dado pruebas de su aptitud para transformarse en una dirección congruente con las exigencias de la justicia y la equidad. Pero, si algo enseña la historia de los últimos treinta años, la época de oro de la reestructuración neoliberal del capitalismo, es precisamente lo contrario: que éste es "incorregible e irreformable" y que si se produjeron progresos sociales y políticos significativos durante la luminosa expansión keynesiana de la posguerra –en donde el capitalismo ofreció todo lo mejor que puede ofrecer en términos de derechos ciudadanos y bienestar colectivo, como lo anotara la inolvidable Ellen Meiksins Woods– aquéllos no nacieron de su presunta vocación reformista sino de la amenazante existencia de la Unión Soviética y el temor a que las masas europeas fuesen “contagiadas” por el virus comunista que se había apoderado de la Rusia zarista. Fue esto lo que estuvo en las bases de las políticas de extensión de derechos sociales, políticos y laborales de aquellos años y no una convicción profunda de la necesidad de producir tales cambios. Diversos autores han insistido sobre este punto al afirmar que la fortaleza del movimiento obrero y los partidos socialistas y comunistas europeos fueron amenazantes reflejos de la existencia del campo socialista tras la derrota del fascismo. Pero una vez desintegrada la Unión Soviética y desaparecido el campo socialista el supuesto impulso progresista y democratizador del capitalismo se esfumó como por arte de magia. En su lugar reaparecieron la ortodoxia neoliberal y los partidos neoconservadores con su obstinación por revertir, hasta donde fuese posible, los avances sociales, económicos y políticos logrados en los años de la posguerra. El resultado es una Europa que hoy es mucho más injusta que hace treinta años.
Los resultados de tales políticas han sido deplorables, no sólo en la periferia capitalista europea –Grecia, España, Portugal, Irlanda, etcétera- sino también en los países del centro que aplicaron con mayor empecinamiento la receta neoliberal, como el Reino Unido y, principalísimamente, Estados Unidos. La clave interpretativa de la victoria de Donald Trump reside precisamente en eso. Como veremos más adelante la reestructuración regresiva del capitalismo ha tenido connotaciones sociales tan negativas que la validez del socialismo como "crítica implacable de todo lo existente" sigue siendo ahora tanto o más contundente que antes. En efecto, el capitalismo actual se puede sucintamente caracterizar por tres grandes rasgos:
a) Primero, una fenomenal concentración de la riqueza, tema central de la obra de Thomas Piketty que comprueba como en doscientos años el capitalismo no hizo otra cosa que acrecentar la proporción de la riqueza social en manos de la burguesía y aumentar la desigualdad económica. [iv] Téngase en cuenta, a modo de ejemplificación, lo siguiente:
a. 8 individuos –no empresas, sino individuos- tienen la misma riqueza que la mitad de la población mundial. Ni Marx, Engels y Lenin en sus peores pesadillas podían haber imaginado algo así. Pero eso es lo que existe hoy. [v]
b. El 1 % más rico de la población mundial tiene más riqueza que el 99 por ciento restante y la tendencia no da muestras de atenuarse sino todo lo contrario. [vi]
b) Segundo, por una intensificación de la dominación imperialista a escala mundial, sobre todo después de la desintegración de la URSS, para asegurarse recursos económicos no renovables e indispensables para el sostenimiento del modelo de consumo de EEUU y los países del capitalismo metropolitano.
a. Unas mil bases militares de EEUU en todo el mundo y Estados Unidos, el gendarme capitalista mundial, convertido en una plutocracia guerrera cuyas fuerzas están presentes en cada rincón del planeta para preservar la estabilidad del capitalismo global.
b. 80 bases oficialmente contadas en América Latina y el Caribe con una tendencia creciente. [vii]
c. La OTAN reuniendo la mayor acumulación de fuerzas y pertrechos militares sobre la frontera de Rusia desde la Segunda Guerra Mundial. [viii]
c) Una depredación sin precedentes del medio ambiente –la llamada “segunda contradicción del capitalismo” por James O’Connor- de la naturaleza, y tentativas de garantizar de manera exclusiva para EEUU el suministro de petróleo y de agua, recursos que existen en abundancia en América Latina.
Pero si efectivamente no llegamos al fin de la historia consagrando el triunfo final del capitalismo y la democracia liberal y, por consiguiente, cerrando definitivamente las posibilidades de nuevas tentativas de “tomar el cielo por asalto”; si esto es así entonces se torna necesario formular una segunda hipótesis. Aún cuando el socialismo hubiese fracasado irreparablemente en sus diversas tentativas a lo largo del siglo veinte, y suponiendo también que el capitalismo hubiera logrado resolver sus profundas contradicciones, ¿cuáles son los antecedentes históricos o las premisas teóricas que permitirían pronosticar que nuevas revueltas anticapitalistas no habrían de producirse en el futuro? Sólo una absurda premisa que postule la definitiva extinción de la protesta social, o el congelamiento irreversible de la dialéctica de las contradicciones sociales podría ofrecer sustento a un pronóstico de ese tipo.
Lecciones de las revoluciones burguesas
Dado que lo anterior no sólo es improbable sino imposible, una ojeada a la historia de las revoluciones burguesas podría ser sumamente aleccionadora. En efecto, entre los primeros ensayos que tuvieron lugar en las ciudades italianas a comienzos del siglo XVI en el marco del Renacimiento italiano y la revolución inglesa de 1688 –¡la primera revolución burguesa triunfante!– mediaron casi dos siglos de intentos fallidos y derrotas aplastantes. Si bien el primer ciclo iniciado en Italia fue ahogado en su cuna por la por la reacción señorial-clerical, mucho más tarde habría de iniciarse otro, en el norte de Europa, caracterizado por una larga cadena de exitosas revoluciones burguesas.
Ante lo cual surge la pregunta: ¿por qué suponer que las revoluciones anti-capitalistas tendrían tan sólo un ciclo vital, agotado el cual desaparecerían para siempre de la escena histórica? No existe fundamento alguno para sostener dicha posición, salvo que se adhiera a la ya mencionada tesis del "fin de la historia" que, dicho sea de paso, no la sostiene ningún estudioso medianamente serio de estos asuntos.
Siendo esto así, ¿por qué no pensar que estamos ante un reflujo transitorio –que podría ser prolongado, como en el caso de las revoluciones burguesas; o no, debido a la aceleración de los tiempos históricos– más que ante el ocaso definitivo del socialismo como proyecto emancipador? De hecho, uno de los rasgos de la crisis actual es que estalló producto de las contradicciones internas, irresolubles, generadas por la desorbitada financiarización del capitalismo y su desastroso impacto sobre la economía real. El desplome del 2008 –del cual aún las economías capitalistas no se han recuperado- no fue provocado por una oleada de huelgas o grandes movilizaciones de protesta en Estados Unidos o en Europa Occidental sino por la dinámica de las contradicciones entre las diversas fracciones del capital. Sin embargo, su resultado fue que, por primera vez en el mundo desarrollado, el tendal de víctimas del sistema reconoció que el causante de sus padecimientos (desempleo, caída de salarios reales, desalojos hipotecarios, etcétera) ya no eran los malos gobiernos (que por cierto los hay), o situaciones meramente coyunturales sino que el gran culpable era el capitalismo. Eso fue lo que plantearon los “indignados” en Europa y el movimiento Occupy Wall Street en Estados Unidos, lo cual revela un inédito salto en la conciencia popular y una promisoria evolución ideológica que les permite identificar con claridad la naturaleza del sistema que los oprime y explota.
Retomando el hilo de nuestra argumentación acerca de los ciclos de las revoluciones sociales quisiéramos expresar nuestro acuerdo con la postura adoptada por el “marxista analítico” John Roemer cuando afirma que el destino de un experimento socialista muy peculiar, el modelo soviético, "que ocupó un período muy corto en la historia de la humanidad" para nada significa que los objetivos de largo plazo del socialismo, a saber: la construcción de una sociedad sin clases, se encuentren condenados al limbo de lo imposible. Tal visión es considerada por este autor como "miope y anti-científica": (a) porque confunde el fracaso de un experimento histórico con el destino final del proyecto socialista; (b) porque subestima las transformaciones radicales que la sola presencia de la Unión Soviética produjo en nuestro siglo y que, a través de complejos recorridos, hicieron posible un cierto avance en la dirección del socialismo. Dice Roemer que:
“Partidos socialistas y comunistas se formaron en cada país. Sería muy difícil evaluar los efectos globales de esos partidos en la organización política y sindical de los trabajadores, en la lucha antifascista de los años treinta y cuarenta, y en la lucha anticolonialista de los años de posguerra. Pero bien podría ser que el advenimiento del Estado de Bienestar, la socialdemocracia y el fin del colonialismo se deban, en su génesis, a la revolución bolchevique.” [ix]
Es más, tal como lo señala Doménico Losurdo en el texto ya mencionado todas las luchas coloniales, de los negros, de las mujeres, de las minorías y, por supuesto, de los obreros y a favor de la democracia tuvieron su fuente de inspiración en la Revolución Rusa. La extensión del sufragio en Europa de la posguerra no hubiera ocurrido de no haber mediado la toma del Palacio de Invierno y la instauración del gobierno de los soviets. Es decir que la misma democracia burguesa recibió un impulso decisivo desde la lejana Rusia. Además, el genio político de Lenin permitió romper las artificiales barreras que separaban las luchas de los negros y los blancos; de los europeos y de las “naciones agrarias” y los asiáticos. En suma: el revolucionario ruso convirtió a todas las luchas particulares en una sola gran lucha universal por la construcción de una nueva sociedad. Incluso puede decirse, con pruebas en la mano, que el proceso de “desegregación racial” en Estados Unidos fue decisivamente influenciado por la sola existencia de la Unión Soviética. La Corte Suprema de Estados Unidos que había reiteradamente sancionado la legalidad de la segregación en las escuelas públicas de ese país hasta 1952 cambió de parecer ese año tras recibir diversos informes que la exhortaban a ello porque, decían, el sostenimiento de la segregación de niños negros y blancos en las escuelas públicas alimentaba la campaña comunista de la URSS y desalentaba a los amigos de Estados Unidos. [x]
¿Fracasos o derrotas?
Ahora bien: más a allá de todo lo anterior hay un tema central a dilucidar y es establecer una distinción entre el “fracaso” de un proyecto reformista o revolucionario y la “derrota” del mismo. ¿Es razonable decir que todas las experiencias del siglo pasado en realidad fracasaron (tesis que sostienen entre otros John Holloway, Michael Hardt y Antonio Negri) o no sería acaso más apropiado decir que fueron derrotadas? El fracaso supone un problema esencialmente endógeno; la derrota remite a una lucha, un conflicto, una oposición externa que se enfrenta al proyecto emancipatorio. Fracaso por mis propias limitaciones y debilidades; soy derrotado cuando alguien se opone a mis designios. Si bien existe un claroscuro, un área difusa intermedia en la cual fracaso y derrota se confunden es posible, sin embargo, establecer la predominancia de uno o de la otra. En el caso de la RR es indudable que el proceso adoleció de graves incoherencias internas, especialmente tras la muerte de Lenin, pero también lo es que se desarrolló bajo las peores condiciones imaginables: la crisis y la devastación de la primera posguerra, la guerra civil y la intervención, en ellas, de una veintena de ejércitos foráneos que asolaron el país, y luego, estabilizada la situación, la industrialización forzada, la colectivización forzosa del agro y la invasión alemana con su secuela de destrucción y muertes. Bajo esas condiciones, hablar de “fracaso” es por lo menos un exceso del lenguaje y una infame acusación política. Viniendo al caso de América Latina, ¿hasta qué punto podría decirse que la experiencia de la Unidad Popular en el Chile de Allende fue un fracaso? Mucho más apropiado sería decir que fue un proyecto derrotado, por una coalición de fuerzas domésticas e internacionales bajo la dirección general de Washington que desde la noche misma del triunfo de Salvador Allende el 4 de Septiembre de 1970 ordenó, por boca de su presidente Richard Nixon, “hacer que la economía chilena gima. Ni una tuerca ni un tornillo para Chile”. ¿Qué sentido tiene entonces que algunos autores hablen del “fracaso” de la revolución cubana, acosada y asediada por más de medio siglo de bloqueo económico, comercial, diplomático, informático y mediático? ¿Y cómo caracterizar lo ocurrido en China y Vietnam? ¿Podría decirse sin más que son casos de “fracaso” del socialismo? ¿Es posible ya emitir un veredicto definitivo? ¿Por qué no pensar, en cambio, que la RR logró éxitos extraordinarios a pesar de tan difíciles condiciones: alfabetización masiva, promoción de la mujer, industrialización, defensa de la patria, derrota del fascismo. ¿Puede llamarse a esto un fracaso? ¿Por qué no revisar nuestra concepción del proceso revolucionario, dejando de lado la muy popular imagen que lo concibe como una flecha que asciende rada e ininterrumpidamente desde el pútrido suelo del capitalismo hacia el diáfano cielo del comunismo? Álvaro García Linera ha reflexionado mucho sobre el tema, y en uno de sus ensayos dice algo que conviene tener muy en cuenta: “Cuando Marx analizaba los procesos revolucionarios, en 1848, siempre hablaba de la revolución como un proceso por oleadas, nunca como un proceso ascendente o continuo, permanentemente en ofensiva. La realidad de entonces y la actual muestran que las clases subalternas organizan sus iniciativas históricas por temporalidades, por oleadas: ascendentes un tiempo, con repliegues temporales después, para luego asumir, nuevamente, grandes iniciativas históricas.” [xi] O, como dice en otra de sus intervenciones, el destino de los luchadores sociales no es otro que el de “l uchar, vencer, caerse , levantarse , luchar, vencer, caerse , levantarse ” hasta el fin. Esa es la dialéctica de la historia y eso es lo que una correcta epistemología no puede dejar de reflejar en sus análisis. Avances, estancamientos, retrocesos, nuevos saltos adelante, detenciones, otros avances y así siempre. Ese es el movimiento real, no ilusorio, de la historia.
Todo bien, pero ¿cómo explicar entonces el derrumbe de la RR? No es tarea para asumir aquí pero sí deberíamos enunciar unos pocos elementos causantes de su colapso. Por supuesto, la degeneración burocrática de la URSS ya era un factor sumamente negativo advertido por Lenin en sus últimos escritos [xii] , como también lo era la política de “coexistencia pacífica” y la tentativa de emular las formas productivas del capitalismo. Esto lo señaló con su habitual fiereza el Che Guevara en su crítica a los manuales de economía de la URSS, los “ladrillos soviéticos” como él los llamaba. [xiii] Pero además de esto estuvo la Tercera Revolución Industrial (microelectrónica, informática, automatización, toyotización, etcétera) que se erigió en un obstáculo formidable para un modelo económico fordista, de total estandarización de la producción en masa que por su rigidez burocrática y la enorme asignación de recursos para la defensa no pudo adaptarse a las nuevas condiciones de desarrollo de las fuerzas productivas. La intensificación de las presiones militares en contra de la URSS, que llega a su paroxismo con la “guerra de las galaxias” de Reagan, obligó a Moscú a desviar ingentes recursos para defenderse ante la belicosidad estadounidense. A esto agréguesele el ataque combinado del más formidable tridente reaccionario del siglo veinte: Ronald Reagan, Margaret Thatcher y Juan Pablo II, protagonistas de un ataque político y cultural de devastadores efectos ya dentro de las fronteras del campo socialista donde no por casualidad la Iglesia Católica había elegido a un Papa polaco para desde ahí socavar la estabilidad de las democracias populares del Este europeo. Por supuesto, la consideración de estas cuestiones excede con creces los límites de este trabajo, pero no queríamos dejar pasar inadvertido este crucial asunto. Agréguese a ello la asombrosa ineptitud de la dirigencia soviética para explicar que era lo que se estaba haciendo en la era post-estalinista, con Mijail Gorbachov a la cabeza, y qué sentido tenían todos esos cambios y hacia dónde se dirigía al país. En otras palabras, ni el partido ni los soviets eran ya organismos vivientes sino espectros ambulantes sin ninguna capacidad de expresión de la realidad social.
Sigue ...
|
|
|
|
Centenario de la revolución rusa
Tomó el poder, no siguió al capitalismo clásico y se la jodieron
1. El yanqui Reagan, la inglesa Thatcher y el Papa Juan Pablo II, los tres personajes más poderosos entonces del capitalismo mundial, terminaron de destruir en los años ochenta, lo que se conocía como Unión Soviética (URSS). El siete de noviembre de 1917, Lenin, encabezando al partido Bolchevique de ideología marxista, determinaron (“hoy o nunca”) arrebatarle el poder al burgués Kerenski que ocho meses antes (en febrero) había encabezado un revolución burguesa derrocando el régimen dictatorial zarista. Rusia salía entonces diezmada en la Primera Guerra Mundial y la situación del país era desesperante y revolucionaria. Así que en ocho meses se registraron dos revoluciones: la de febrero y la de octubre (noviembre en el calendario actual)
2. Esta maravillosa revolución rusa provocó grandes cambios ideológicos en el mundo: en sus primeros siete años se pensó que provocaría otras revoluciones en otros países, pero los más fuertes países capitalistas: EEUU, Francia, Inglaterra, Alemania, Italia, Japón, pronto se dieron cuenta y tomaron todas sus previsiones: Lo consigna de éstos siempre fue: “Muera el socialismo, el comunismo, el igualitarismo, el marxismo, el bolchevismo”. Sin embargo poco a poco, mediante un acordonamiento, un aislamiento, provocaciones armadas, el fascismo, el hitlerismo, los países imperialistas fueron frenando a la URSS hasta quitarle todo el brillo revolucionario y hacerla dócil mediante arreglos. En la URSS también había fuertes debates entre corrientes.
3. En 1989/90, con la “caída del Muro” y los gobiernos del llamado “bloque socialista” confirmé lo que venía pensando desde 1968 por lo menos, con el debate chino/soviético, la Guerra de Vietnam, muchas tesis históricas trotskistas y la invasión Checoslovaca. Hubo una enorme voluntad de casi todos los dirigentes honestos por construir el socialismo en la URSS y por dar apoyo revolucionario en otros países. Sin embargo se comprobó que no es problema sólo de voluntad y honestidad, sino de que se registren todas condiciones para ello. Continué con mis estudios sobre el problema y después de ver lo que pasó con China, Cuba, Nicaragua, ahora Venezuela; concluyo que si no destruimos al imperio yanqui, muy poco se podrá hacer.
4. Así que en la URSS, China, Cuba, a pesar de sus profundas revoluciones, la fuerza de sus “partidos marxistas”, la enorme honestidad, voluntad y grandes sacrificios de las masas y de muchos de sus más altos dirigentes, no pudieron transformar las fuerzas productivas y la relaciones sociales de producción, mucho menos pudieron acabar con el trabajo asalariado y la plusvalía. Por las fuertes amenazas del imperialismo les fue necesario instalar una dictadura feroz para evitar que los “agentes del imperialismo” penetraran. No se pudo construir ningún socialismo y la lucha de clases continuó. Obvio el capitalismo ha vivido pisoteando a los trabajadores y las masas desde hace 500 años y debemos destruirlo; pero todavía hay que luchar mucho más.
5. Mi dogma y mi lucha de “patria o muerte” sólo duró hasta 1968; se extendió un poco hasta 1977 cuando los partidos en México le entraron a los cargos y al dinero. Desde entonces el socialismo libertario me ayudó a romper las cadenas y a pensar y decidir por cuenta propia dentro de los marcos de la liberación total de todas mis ataduras en la reflexión y la acción. Lo malo, como dicen los niños, es que “cuando a aprendí a jugar canicas ya se me habían agotado todas”. Hoy aunque se me hayan acabado juego con piedras, palos, resorteras o lo que me lleguen a las manos. Lo importante es que nunca dejes de responder a esos hijos de puta capitalistas que como clase son los culpables de la miseria, el hambre y la muerte de millones de seres humanos.
|
|
|
|
El contexto cultural de Octubre
Cubaliteraria
La Revolución de Octubre de 1917, cuyo centenario se conmemora este año, se gestó y produjo en un contexto cultural de una riqueza y complejidad extraordinarias, cuya dinámica más general se caracterizó por ritmo febril y una creatividad artísticos muy peculiar. Zoia Barasch ha señalado una cuestión importante:
El verdadero siglo XX, afirman muchos, no comenzó en 1900, sino algunos años más tarde, en 1904, 1905 o, definitivamente, en 1914, fechas en que la psiquis colectiva de los contemporáneos debía asimilar y comprender su existencia en la nueva centuria. Tal criterio con más razón es válido para la vida cultural y artística rusa en la segunda mitad de la década del 90 del siglo XIX.1
A comienzos del siglo XX Rusia zarista seguía siendo a la vez un enigma y un desafío para la cultura euroccidental. Todo aquel inmenso imperio autocrático seguía siendo terreno de enfrentamiento, pugna y a veces amalgama de dos tendencias fundamentales: la que tendía a una supuesta occidentalización a ultranza de la cultura rusa; y la que buscaba, por el contrario, la defensa apasionada de los modos rusos de vivir y representar el mundo, postura esencialista en la que podían identificarse tanto los maravillosos esfuerzos del Grupo de los Cinco (Mili Balákirev (el líder), César Cuí, Modest Músorgski, Nikolái Rimski-Kórsakov y Aleksandr Borodín), el cual defendió y compuso lo que consideraban una música de raíces esencialmente rusas. A fines del siglo XIX no solamente la obra de Tolstoi había defendido la cultura rusa, incluso campesina, sino que también la idiosincrasia de la enorme nación había sido objeto de un brillante reflejo literario en los textos de Anton Chejov.
El contexto cultural ruso en los albores del siglo XX daba testimonio de una creatividad desplegada con fuerza sorprendente: era como si el nuevo arte ruso aspirase con plena conciencia a una renovación esencial. Son incontables las zonas de transformación perceptibles en el quehacer artístico de la época, toda la energía de la llamada alma rusa, entonces tan debatida desde los textos de Belinsky hasta las páginas atormentadas de Dostoievski.
Entre otras, dos zonas de experimentación y creatividad llegaron a marcar modos del arte euroccidental. Me refiero tanto a la transfiguración del arte danzario ruso de Diaghuilev que nucleó en las tres primeras décadas del siglo XX a los más grandes talentos danzarios de Rusia: Mijail Fokin, Vasslav Nijinski, Leonid Massine, Bronisvlava Nijinska, Anna Pávlova, George Balanchine, Tamara Karsávina, Olga Jojlova, Sergio Lifar, entre otros. El ballet, que había tenido altibajos a lo largo del siglo XIX, adquirió su rostro definitivo en el contexto artístico ruso que coincidió con la Revolución de Octubre. Diaghuilev realizó una verdadera revolución de la danza, pero sobre todo convirtió el ballet ruso en una confluencia de diversas artes del país. Por eso las escenografías de sus puestas en escenas fueron diseñadas y realizadas por los pintores rusos más audaces de la época, no solo León Bakst, sino también Golovin, Korovin, Roerich, Larionov y, en particular, Alexander Benois. Así se sentó una tradición de integración de la plástica que habría de continuarse más tarde en París cuando Diaghuilev convocó, entre otros, a Picasso para las fantásticas escenografías de su compañía. Lo mismo sucedió con la música: Diaghuilev convocó a compositores como Stravinsky, Prokofiev y Risky- Korsakov. Esos ballets rusos fueron un núcleo de revolución artística y de innovación estética.
Del mismo modo el arte teatral resultó transformado por las teorías y prácticas escénicas de Konstantin Stanislavsky y Vladimir Nemirovisch–Davchenko quienes sentaron las bases de toda la técnica interpretativa contemporánea, y de hecho también marcó las cinco primeras décadas del cine soviético, en el cual, los actores de formación stanislavkianas tuvieron un desempeño central: el cine de Eisenstein está marcado por su manera peculiar de entender el montaje, pero no puede desconocerse tampoco el peso de los actores stanislavkianos en sus películas.
Del mismo modo, la renovación de la pintura rusa a inicios del siglo XX y su asimilación de técnicas del impresionismo francés y de los preliminares de la vanguardia europea impulsaron un movimiento pictórico en el cual Vassily Kandinsky dio inicio a la pintura abstracta y Marc Chagall revolucionó el tratamiento del espacio e incorporó prodigiosos temas folclóricos. La innovación pictórica no se limitó en Rusia al ámbito estricto del caballete y la galería, sino que habría de convertirse también en un elemento vital y renovador de la escenografía teatral y la danzaria. La audacia plástica de León Bakst (quien llegó a ser director artístico de los Ballets Rusos de Diághuilev, y por cierto terminaría visitando Cuba y colaborando con sus diseños en la revista Social) es solo un botón de muestra de esa efervescencia e interacción entre las artes.
No menos importante contexto de la emergente revolución rusa, que se gesta en un período de varios años, con un prólogo fallido en 1905 hasta llegar a su cúspide en noviembre de 1917 es el extraordinario grupo de pensadores llamado formalismo ruso. Entre los principales miembros del movimiento figuran Víktor Shklovski –considerado el padre del formalismo–, BorísTomashevski, Iuri Tiniánov, Borís Eichenbaum, Vladímir Propp y Román Jakobson. El formalismo aportó una mirada completamente revolucionaria sobre la literatura e incluso el lenguaje mismo. Los formalistas sentaron las bases para una investigación novedosa del texto literario e incluso puede señalarse que sin sus trabajos no se hubiera consolidado en el siglo XX el enfoque estructuralista. Ellos comprendieron la necesidad de estudiar las estructuras profundas y las regularidades del relato literario, así como, la influencia de la narración folclórica. De la meditación de los formalistas derivó directamente después la obra de los más importantes teóricos literarios soviéticos y en particular las ideas de Mijail Bajtin y de I. Lotman.
La literatura en los años previos a octubre de 1917 había presentado características que también preparaban la raigal transformación que se produciría en la Rusia soviética. Los llamados novelistas del pueblo habían convertido en tema fundamental la imagen de los campesinos, los obreros de fábricas, los mineros y los vagabundos. Precisamente Máximo Gorki en sus relatos publicados antes de la revolución había prestado atención particular a los vagabundos como héroes de sus textos. Como ha señalado Piotor Kropovkin:
En los vagabundos de Gorki como en sus mujeres de la clase más ínfima encuéntrense rasgos de una grandeza de carácter y de una simplicidad que son incompatibles con la presunción egoísta del superhombre. No los idealiza al extremo de hacer de ellos verdaderos héroes; esto no sería bastante fiel a la vida puesto que el vagabundo es al fin y al cabo un hombre vencido. Pero muestra cómo algunos de estos hombres, gracias a la conciencia interior de sus propias fuerzas, tienen momentos de verdadera grandeza.2
En efecto, Gorki constituye la figura trascendente del grupo de los novelistas del pueblo, y su obra posterior a la revolución llegó a ser justamente emblemática de la Rusia soviética. Ahora bien, antes que Gorki una serie de novelistas prepararon su camino: Grigorovich, Vovchok, Danilevski, Kokorev, Gliev Uspensky, Salót y otros. Los novelistas del pueblo aspiraban a reflejar la dura realidad de un país desgarrado entre nuevas estructuras capitalistas y una tupida red de rezagos feudales. La realidad literaria que formó el contexto de la revolución rusa era igualmente compleja y heterogénea, de modo que, se entremezclaban las ideas demócratas revolucionarias de Herzen con el misticismo de Tolstoi mientras que al borde ya de la revolución empieza a producirse una transformación profunda de un género que había permanecido esencialmente estable a lo largo del siglo XIX: la poesía rusa.
Una serie de poetas jóvenes desde poco antes de Octubre de 1917 habían empezado a dinamitar el verso tradicional ruso. Un grupo adquirió desde 1913 notoreidad: los acmeístas capitaneados por Bruzov y Gumiliov. Los acmeístas pretendían renovar a partir de una apertura de la poesía hacia la realidad cotidiana. Más que los acmeístas habrían de transformar el verso ruso y constituir una gran poesía del siglo XX, escritores como Alexander Blok, Anna Aimatova y el propio Maikovsky que habrían de proyectarse hacia una poesía ya por completo del siglo XX. Ellos abrieron el verso ruso hacia una ruptura con el yambo de doce pies, introdujeron nuevas pausas y se atrevieron a un metro nuevo, el espondeo. Así mismo experimentaron con la asonancia, descanonizaron el ritmo y la rima: en una palabra, sentaron las bases de lo que sería el nuevo verso ruso del siglo XX.
De esta rapidísima evocación de contextos de Octubre de 1917 se derivan una serie de consideraciones inevitables. Buena parte de los estilos de creación artística e las tres primeras décadas de la Rusia soviética estaban ya en germen en los marcos contextuales de la cultura del país en el momento de la revolución. En segundo lugar, una profunda transformación artística acompañó e incluso precedió al triunfo de la revolución. De modo que indagar en ese complejísimo panorama cultural ruso es también una vía para comprender la peculiar naturaleza de la nueva cultura que sería impulsada a partir de 1918. Conmemorar el centenario de Octubre exige también una nueva interpretación del extraordinario período cultural en que ella se gestó.
Notas:
1 Zoia Barash: El cine soviético del principio al fin. Ed. ICAIC, La Habana, 2008, p.17.
2 Piotor Kropovkin: La literatura rusa. Ed. Claridad, Buenos Aires, 1943, p. 253
|
|
|
|
Ante el Centenario de la gesta más importante de la Humanidad
La revolución rusa interpela al futuro
“Es preciso soñar, pero con la condición de creer en nuestros sueños. De examinar con atención la vida real, de confrontar nuestra observación con esos sueños, y de realizar escrupulosamente nuestra fantasía” V.I.Lenin
Estamos, en términos históricos, en el Centenario del acontecimiento más importante de la Humanidad: la Revolución Rusa. El 7 de noviembre de 2017 se cumplen 100 años de aquella gesta, en la que los explotados de la Rusia zarista tomaron el Palacio de Invierno y el Poder, vanguardizados por los bolcheviques, dejando atrás siglos de opresión y desdichas. Con Lenin a la cabeza, estos se propusieron crear una sociedad totalmente diferente a las que los seres humanos modelaron a lo largo de la historia: una donde no existiera la explotación del hombre por el hombre, ni sus consecuencias nefastas, la desigualdad, la injusticia y la miseria.
La Revolución Bolchevique abrió la puerta de innumerables procesos revolucionarios en el mundo que maduraron a su luz. Hizo ver que se podía. Lo pobres podían rebelarse y triunfar. Y es que, más allá de las diferencias culturales de los pueblos de la Tierra, ninguno escapaba (ni escapa) a las lacras de la explotación y la pobreza. La virtud de los revolucionarios rusos fue comprender la realidad de su pueblo (su cultura y nivel de consciencia general, sus angustias y aspiraciones), y saber organizarse bajo una férrea disciplina partidaria para capitalizar toda esa potencia en pos del objetivo revolucionario, enmarcados en la teoría que ha guiado a millones de personas con el mismo anhelo desde mediados del siglo 19: el marxismo. Eso no fue casualidad, pues fueron Marx y Engels quienes mejor explicaron la estructura de la sociedad capitalista de la época, y la relación de poder de los explotadores sobre los explotados de todas las épocas. Y lo hicieron no con el sólo ánimo de explicar la realidad, sino de modificarla, tal cual expresara el filósofo alemán en el punto 11 de su Tesis sobre Feuerbach.
Octubre (según el calendario juliano), la Revolución, el Estado Soviético, su esplendor y sobre todo su caída nos llaman desde la esencia de la Historia Humana para interpelarnos a quienes tuvimos aquello como un faro, como norte, y a quienes sueñan con un mundo donde el hombre sea hermano del hombre y nunca lobo.
Es necesario erradicar el culto y analizar aquél periodo con la rigurosidad que exige la ideología que le dio sustento: más allá de las pasiones, lejos de toda idealización, que es lo que hubiesen hecho y exigido, en definitiva, los mismísimos Marx, Engels y Lenin. No puede ignorarse semejante implosión después de 70 años de experiencia soviética, derrumbe que el pueblo atestiguó desde sus casas. No puede atribuirse simplonamente a la acción contrarrevolucionaria del imperialismo burgués: si bien obviamente la hubo, la URSS hoy existiría si se hubiesen hecho las cosas como era debido hacerlas. Que la caída haya sido una experiencia de las contradicciones y claudicaciones de la cúpula, tiene todo que ver con la forma en que se desarrolló aquél Estado después de la muerte de Lenin, donde el PCUS llevó las riendas y relegó a la clase a recibir los “beneficios” de las políticas del partido, en lugar de socializar el poder en las masas, contradiciendo al propio líder de Octubre cuando, en sus Tesis de Abril, había labrado la consigna “todo el poder a los soviets”. Eso, en los hechos, no ocurrió nunca. Como tampoco se vio la etapa del socialismo, si se entiende como tal la socialización de los medios de producción y el gobierno de la clase (y no del partido): en lo que vulgarmente se conoció como “socialismo real”, nunca se superó la etapa del “capitalismo de estado”, donde la burocracia del PC se transformó concretamente en la nueva burguesía.
Si la característica principal del sistema capitalista es la propiedad privada y el trabajo asalariado, en el bloque soviético la propiedad privada pasó a ser “estatal” pero nunca “social”, y el trabajo asalariado… nunca dejó de existir.
Tal vez por ese lado, porque las desigualdades nunca se extinguieron, haya que buscarle la vuelta a la explicación de semejante fracaso.
Quienes vivimos aunque sea algunos años de aquél mundo extinto, donde la clase obrera (con las desviaciones del caso) había logrado niveles de organización tales que podía discutir la estructuración de la Humanidad con la burguesía imperialista, hoy somos apenas sobrevivientes del naufragio. La realidad nos ha golpeado de manera brutal, y nos exige asumirla con entereza pero también inteligencia, dignidad y humildad para afrontar la lucha presente y futura. Venimos de una derrota. Y esa derrota ha calado en la sociedad mundial transformándose en cultura, lo que se suma a la cultura ya impuesta por la burguesía y su modo de producción. Para la mayoría de los seres humanos “el comunismo murió”, aunque no tengan idea de lo que es el comunismo o lo hayan asociado a una experiencia “dirigida por comunistas” que ni siquiera llegó a la etapa del socialismo. Los instrumentos de dominación cultural de la burguesía imperialista se han encargado desde entonces de afirmar esa falacia y convertirla en “verdad” para los habitantes de la Tierra.
Marx Y Engels explicaron claramente cómo se organiza la sociedad capitalista, dividida en la estructura, donde se desarrollan el modo de producción y las fuerzas productivas, y la superestructura, donde se desenvuelve la ideología dominante en la sociedad y crea su Estado, sus leyes, sus instrumentos de convencimiento, de formación y de represión. También explicaron que toda relación en la naturaleza y en las construcciones humanas es dialéctica. Y que por lo tanto, tanto en la estructura como en la superestructura se expresan las contradicciones que genera el sistema: en la estructura, la contradicción económica y social palpable y concreta que es la de los intereses de los capitalistas contra los intereses de los trabajadores; y en la superestructura, la ideológica, donde la burguesía ha impuesto e impone la suya, en detrimento de la de los trabajadores, hoy más confusa que nunca, pues mientras hasta hace unos años se luchaba por la liberación política y social y por el poder, hoy se contenta con pelear por formas de explotación “más humanizadas”. Más allá de lo que quieran esgrimir los denostadores del marxismo, queda expuesto que Marx y Engels se ocuparon de las cuestiones objetivas de la explotación capitalista, expresadas en la estructura social, basándose en las formas del capitalismo de su época; pero también de las cuestiones subjetivas, plasmadas en la superestructura y tan importantes o más que las meramente economicistas. “El obrero tiene más necesidad de respeto que de pan” decía Marx, y con ello hacía hincapié en lo verdaderamente importante de su pensamiento: si había respeto entre los seres humanos, habría igualdad y si había igualdad, habría pan para todos. “De cada quién según su capacidad, a cada cual según su necesidad”, otra de las frases humanistas del gran Karl. Los fundadores del socialismo científico sabían que la conciencia social se forjaba en el modo de producción del sistema imperante, por lo cual había que dominar el conocimiento de ese factor concreto de la realidad para poder cambiarlo, pero el objetivo era una sociedad donde cada ser humano pudiese ser objetivamente libre y subjetivamente feliz. El obrero tiene más necesidad de respeto que de pan, pero para poder lograr ese respeto, debería destruir las condiciones materiales que determinaban su carácter de explotado. Ése fue el espíritu que guió a las masas rusas a la Revolución.
Si el modo de producción genera las ideas para sostenerlo y con ello los privilegios de quienes dominan, su imposición en la sociedad toda genera una cultura, entendiendo la cultura como los usos, tradiciones y costumbres de un pueblo. Es por eso que para el trabajador del sistema burgués, no hay trabajo si no hay patrón, y no hay otra realidad que la que vive. Su lugar en la sociedad está determinado de antemano y no se puede modificar. Para afirmar ello, están las herramientas del sistema más allá de los lugares de trabajo, como los medios de comunicación masivos o los planes de estudio en las políticas educativas. Y ni hablar del aparato de represión estatal. Entonces, es allí donde debe estar la tarea fundamental de todo revolucionario: en interponer la cultura de lo nuevo (el socialismo) a la impuesta por la clase dominante, a través de la acción política. Ésa es la tarea. Denunciar la realidad creada por los capitalistas. Mostrar otra posible, elaborada por los trabajadores. Convencer. Convencer a las mayorías de que otra realidad es posible. La revolución no es un instante, es un proceso que implica la acumulación de todo el conocimiento humano en el marco de la lucha de clases.
Hay que entender que sólo con el convencimiento de las masas, con el cambio de paradigmas superestructurales en la estructura social, cualquier cambio será duradero. Los pueblos deben persuadirse de que el sistema en el cual han vivido durante siglos ya no les puede solucionar los problemas de la vida cotidiana, para abrazarse en un nuevo paradigma. Si eso pasa, el cambio es irreversible. Es lo que ha ocurrido a lo largo de la historia con el esclavismo y el feudalismo. Y si bien esos conceptos subsisten en lo formal en algunas expresiones de la sociedad mundial actual, son marginales y minoritarios, absorbidos por el modo de producción burgués y su avasallante dominio de las relaciones sociales del presente planetario. Para terminar con ello, debe haber una acción de masas que dé fin a esa hegemonía e imponga la suya propia. A eso Marx y Engels llamaron “dictadura del proletariado”, pues vieron que sólo la clase trabajadora tenía las herramientas necesarias y concretas para llevar a cabo tal labor, guiando a las demás clases explotadas y marginadas por los capitalistas. Pero las masas no actúan “con razón”, lo hacen explosiva y hasta caóticamente. Para encarrilar esa energía hace falta una dirección pensante, una vanguardia, algo que supieron construir los bolcheviques. La tarea de todo revolucionario es generar las condiciones para hacer realidad ese concepto. Entonces, se pueden discutir las diferentes visiones de la política revolucionaria, se pueden y se deben debatir las tácticas y hasta las estrategias, pero lo que no puede dejar de verse es que para abordar las conciencias de los pueblos debe hacerse desde la coherencia ideológica para que el mensaje sea potente y creíble.
Si la misión de todo revolucionario es “hacer la Revolución”, y para ello hay que convencer a las masas de que el sistema en el que nacieron, se desarrollaron y vivieron hasta el presente no sirve a sus intereses y hay que crear uno nuevo, el acto revolucionario no se agota en la toma del poder. La revolución es un proceso que hay que parir antes de ese acto, y hay que seguir desarrollando después de acontecido. Para la toma del poder hay que prepararse y organizarse de manera tal que se pueda derrotar al poder burgués en todos los planos, pero sobre todo en el militar: derrotado el brazo armado de la burguesía, no habrá obstáculos para avanzar en los cambios de raíz, destruyendo la institucionalidad del sistema. Al mismo tiempo, en ese proceso anterior al asalto al poder, hay que ir creando los atributos propios del sistema futuro, para que sectores cada vez más amplios de la clase vayan interactuando y asumiéndolos como propios: a la (in)Justicia burguesa, hay que oponerle una justicia proletaria; las asambleas obreras y populares deben ir desarrollando su propia legalidad; las tomas de fábrica deben adelantar el cambio de carácter de la producción; y las organizaciones más avanzadas deben crear fuerzas en condiciones de chocar y vencer a las de la burguesía. No hay otra forma de poder hacerlo. Aquellos que se autoproclaman “revolucionarios” e insisten en sólo concentrarse en la lucha economicista y electoral, se engañan a sí mismos, engañan al proletariado y lo desvían de su camino, de su tarea histórica. Esperar a que toda la clase o la mayoría esté convencida para “asaltar el Palacio de Invierno”, es muy parecido a resignarse a la derrota permanente. Si la consciencia de las masas surge del modo de producción, sólo después de conquistar el poder se moldeará efectivamente esa consciencia hacia el socialismo. Eso es lo que nos enseñan desde la historia Lenin y los bolcheviques.
Sin embargo, la confusión en el espectro revolucionario es total desde la implosión del campo soviético. Los sacudones de la hecatombe todavía se sienten en la actualidad. Los pretendidos revolucionarios nos desenvolvemos en el caos inevitable que deviene de todo derrumbe. Y desde el caos no se convence a nadie, mucho menos desde el desorden, el desatino, la necedad o el sectarismo resultantes. Pero si la división es funcional al interés de los monopolios, mucho más lo es el techo que se han autoimpuesto la mayoría de las organizaciones de izquierda, incluso aquellas que “dicen” tener a la revolución como estrategia: la ausencia total de la lucha por el poder como política y la concentración tozuda y claudicante en el economicismo y el electoralismo.
La realidad de la izquierda revolucionaria hoy, en nuestro país y en el mundo, muestra un sector marginal de la sociedad con aspiraciones adultas pero comportamiento infantil. Un sector de la sociedad que dice querer dejar atrás la cultura de la burguesía, pero que la termina reproduciendo en todo lo que pergeña. Un sector de la sociedad que dice estar en contra de la propiedad privada, pero que cada espacio que genera lo considera propio y no socializable. Un sector de la sociedad que ha conformado incontables direcciones que, en su gran mayoría, terminan acomodándose dentro de las instituciones del sistema que dicen combatir. Direcciones que se aíslan de los movimientos concretos de las masas en el devenir de la lucha de clases, y no aciertan a confluir ni siquiera ante el espanto del avance burgués hacia formas menos disimuladas de esclavitud para los trabajadores. Habrá que madurar más temprano que tarde porque la división y el aggiornamiento ya no son tolerables y son absolutamente funcionales a los privilegios de los explotadores del mundo.
Eso es lo que nos demandan Octubre y la memoria de los bolcheviques, a casi 100 años de su heroica gesta: ser merecedores de su legado, asumiendo lo que realmente hay que hacer, dejando de lado todo lo que es funcional al poder de la burguesía y sus instituciones. No sirve de nada homenajear el Centenario del hito de un pueblo que destruyó a su burguesía y enfrentó al imperialismo, si no se intenta hacer lo mismo de manera concreta.
Lenin nos llama desde el fondo de la historia. Marx y Engels nos convocan. Los bolcheviques nos interpelan. Sin dudas, un Congreso de la Izquierda revolucionaria sería de fundamental importancia para debatir la manera de abordar el futuro, para dejar atrás los vicios de la vieja izquierda, su división eterna y su involución hacia el reformismo. Para, en definitiva, retomar la senda revolucionaria, única vía para destruir al sistema capitalista y sus miserias e inequidades.
Sólo así seremos dignos de aquellos que escribieron la página más gloriosa de los marginados de la Tierra.
|
|
|
Primer
Anterior
2 a 13 de 13
Siguiente
Último
|
|
|
|
©2024 - Gabitos - Todos los derechos reservados | |
|
|