Estado en que quedó un local aledaño al lugar donde sucedieron las explosiones. (Foto: AUTOR NO IDENTIFICADO)
Por PEDRO ANTONIO GARCÍA
Apenas repuestas de la conmoción del estallido, cientos de personas comenzaron a acudir al lugar para socorrer a las víctimas. (Foto: AUTOR NO IDENTIFI-CADO)
Una ensordecedora explosión estremeció La Habana a las 3:10 p.m. del 4 de marzo de 1960. Según la prensa de la época, los postes del tendido eléctrico temblaron y una enorme columna de humo en forma de hongo negro se elevó sobre el muelle. Varios almacenes de los alrededores perdieron el techo, los edificios cercanos sufrieron agrietamientos en sus paredes y el vapor La Coubre, del cual se descargaban 75 toneladas de armamento en el muelle de la Pan American Docks en la rada habanera, tenía destrozada la popa.
Apenas repuestas de la conmoción del estallido, cientos de personas comenzaron a acudir al lugar para socorrer a las víctimas y controlar el fuego que se extendía por los locales aledaños. Confundidos entre la masa de pueblo se hallaban los dirigentes de la Revolución, quienes inmediatamente hicieron acto de presencia. Fidel y Raúl abandonaron precipitadamente una reunión en las oficinas del Inra (Instituto Nacional de la Reforma Agraria) y comenzaron a dirigir las acciones en primera fila. A ellos se les sumaron el Che, Almeida, Ramiro Valdés y Efigenio Ameijeiras, este último encabezando a un grupo de combatientes de la Policía Nacional Revolucionaria.
Una segunda explosión, cerca de media hora después de la primera, cobró nuevas víctimas, principalmente entre quienes, en gesto solidario, rescataban heridos. En total, perdieron la vida cerca de un centenar de seres humanos, entre ellos seis marinos franceses y 34 personas reportadas como desaparecidas, pues nunca pudieron identificarse sus restos. Hubo más de 400 heridos, muchos de ellos graves, con secuelas que luego padecieron por el resto de sus vidas.
Sospechas muy fundadas
Desde los primeros momentos, las autoridades cubanas tuvieron sospechas sobre las causas de la explosión. Como afirma el historiador Tomás Gutiérrez González, “durante el proceso investigativo fue identificado el interior del compartimiento superior de la bodega número seis, donde se descargaban las cajas de granadas, como el lugar donde se habían producido las explosiones.
Quedó demostrado que la caída de una caja de granadas desde cualquier altura no podía provocar su explosión, lo que fue corroborado al disponerse que oficiales de las FAR efectuaran pruebas con el lanzamiento de varias de ellas desde una nave aérea en vuelo. No se trataba de un accidente, como quedó bien probado. Era un hecho intencional, un sabotaje preparado fuera de Cuba”.
Fidel se presenta en el lugar una vez enterado de los acontecimientos. (Foto: AUTOR NO IDENTIFI-CADO)
Había antecedentes que inclinaban a inferir que el gobierno de los Estados Unidos era el autor del sabotaje. Desde que fracasara el proyecto de la CIA para derrocar a la Revolución con una fuerza invasora extranjera en complicidad con la contrarrevolución interna (la llamada “conspiración trujillista” de agosto de 1959), Washington había desatado una feroz campaña internacional para que Cuba no modernizara su armamento defensivo.
El mantenimiento de la paz en el Caribe fue el pretexto usado por los agentes del imperialismo para sabotear las gestiones cubanas de adquirir armas. Con algunos países europeos llegaron a la extorsión e incluso lograron que Gran Bretaña rescindiera en el último momento el contrato de venta de cazas no solo los de diseño más modernos sino incluso de los modelos que iban a ser retirados de servicio por la Real Fuerza Aérea.
Solo una compañía belga, la Fabrique Nationale de Herstal (FN), resistió presiones al igual que el Ministerio de Relaciones Exteriores de su país que, al responder las agresivas palabras de Washington, argumentó que la transacción era oficial y legal. A finales de 1959 arribó sin contratiempos a La Habana el primer cargamento de los fusiles ligeros semiautomáticos FAL producidos por la FN. El buque que trasladó la mercancía a Cuba se nombraba La Coubre, que en febrero de 1960 volvió a emprender otro viaje hacia la Isla desde el puerto de Amberes, tras cargar 75 toneladas de municiones y granadas antitanques.
El sepelio de las víctimas, el 5 de marzo de 1960, es encabezado por los principales dirigentes del Gobierno Revolucionario. (Foto: PERFECTO ROMERO)
Una consigna que deviene bandera
Al día siguiente de la explosión (5 de marzo), medio millón de cubanos asistieron al sepelio de las víctimas. Fidel usó de la palabra y tras denunciar el hecho como un sabotaje, perpetrado por agentes al servicio de Washington, enarboló la consigna que desde entonces ha sido asumida por sucesivas generaciones de cubanos: “Y no solo que sabremos resistir cualquier agresión, sino que sabremos vencer cualquier agresión, y que nuevamente no tendríamos otra disyuntiva que aquella con que iniciamos la lucha revolucionaria: la de la libertad o la muerte. Solo que ahora libertad quiere decir algo más todavía: libertad quiere decir patria. Y la disyuntiva nuestra sería ¡Patria o Muerte!”.