La reunión entre el presidente electo de Argentina, Alberto Fernández, y el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, ilusiona al progresismo regional en medio de los vaivenes políticos y las diversas crisis que enfrentan gobiernos de todo signo político en América Latina.
Fernández había prometido que su primer viaje internacional sería a México. Cumplió. Y es una señal del reacomodamiento de tendencias ideológicas a nivel continental. El lunes se verá con López Obrador y romperá así la tradición de los últimos presidentes argentinos para quienes el destino inaugural era Brasil, el principal socio comercial. Pero Brasil es hoy gobernado por Jair Bolsonaro, el presidente ultraderechista que se negó a felicitar a Fernández por su triunfo y denunció que "los argentinos eligieron mal".
No hay atisbo de que la relación Argentina-Brasil vaya a mejorar a partir del 10 de diciembre, cuando Fernández reciba la banda presidencial. Más bien, todo lo contrario. El futuro del Mercosur es más que incierto.
Por eso, la mirada está puesta en la alianza de Fernández y López Obrador, que esperan los movimientos populares para contrarrestar el avance que los gobiernos conservadores tuvieron durante los últimos años y que hoy, en un proceso pendular de la historia, se tambalea en varios países.
La cita también despierta expectativas porque, durante este siglo, México permaneció a contracorriente: mientras en Sudamérica gobernaban Michelle Bachelet, Hugo Chávez, Rafael Correa, Cristina Fernández de Kirchner, José Mujica, Néstor Kirchner, Fernando Lugo, Luiz Inacio Lula da Silva, Nicolás Maduro, Evo Morales y Tabaré Vázquez, los líderes de la llamada oleada progresista, México era presidido por Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, la más reciente triada neoliberal de ese país.
El año pasado, cuando por fin el izquierdista López Obrador asumió después de ganar la presidencia en su tercer intento, poco había ya de progresismo en Sudamérica. La derecha gobernaba Argentina, Brasil, Chile y Paraguay. Bolivia y Uruguay eran la resistencia de la izquierda, y Venezuela y Nicaragua, la gran decepción.
Pero los vientos oscilaron de nuevo y, estos últimos meses, elecciones y protestas masivas cimbraron a los países latinoamericanos sin distinción de corrientes ideológicas. La puja de poder y representación continúa.
En Argentina triunfó el peronismo, sin cuestionamientos, pero en Bolivia la cuarta, ajustada y forzada reelección de Evo Morales desató una crisis interna y un recrudecimiento de la polarización con un final todavía impredecible, marcado por marchas multitudinarias a favor y en contra del presidente. Ya hay, por lo menos, dos muertos. En Uruguay, el izquierdista Frente Amplio, que ya lleva casi 15 años en el poder, no logró ganar en primera vuelta, así que en el balotaje del 24 de noviembre, Daniel Martínez enfrenta la posibilidad de perder frente al derechista Luis Lacalle Pou. En las elecciones regionales de Colombia, la nota sobresaliente es que Claudia López, doctora en Ciencias Políticas y lesbiana declarada, se convirtió en la primera mujer en ganar la alcaldía de Bogotá por el voto popular. Es el segundo cargo más importante del país después de la presidencia. El efusivo beso con su pareja, con el que celebró la victoria, fue un símbolo cultural de la nueva avanzada progresista latinoamericana.
Hasta ahí, los procesos electorales.
Más incierto es el resultado de las movilizaciones históricas que derrumbaron el mito del ejemplo del "modelo chileno", y que se siguen realizando con un saldo provisional de una veintena de muertos y denuncias de violaciones a los derechos humanos. La renuncia de Piñera es un grito común de las masas que resisten en las calles. En Ecuador, el gobierno de Lenín Moreno quedó debilitado después de las protestas masivas del mes pasado, que lograron echar abajo el aumento de combustibles. A Jimmy Morales en Guatemala no le está yendo mejor después de suspender el trabajo de la Comisión Internacional Contra la Impunidad que trabajó 12 años en el país. Es la recta final de su mandato, porque en enero asume Alejandro Giammattei, el conservador que ganó las elecciones de agosto pasado y que ya prometió crear una nueva comisión para combatir la corrupción.
En esta Latinoamérica convulsionada, en la que hoy hay ocho países con gobiernos de derecha, seis de izquierda o progresistas y cinco de centro, la apuesta es que Fernández y López Obrador hagan un frente común. Sería inédito.
Distancia
La nota entrañable de la relación México-Argentina es el exilio de miles de argentinos que se refugiaron allá durante la última dictadura militar. La gratitud y el cariño son permanentes.
Pero, inmersos en sus propias historias y prioridades geopolíticas, los gobiernos de los países más alejados de norte a sur de América Latina jamás pusieron en marcha una alianza estratégica que acrecentara los lazos políticos, comerciales y culturales. Cada vez que se visitaban, ya fuera en la Ciudad de México o en Buenos Aires, los presidentes anunciaban un eterno "relanzamiento de las relaciones bilaterales" que, a la larga, quedaba más en palabras que en hechos concretos.
En los años 90, Carlos Salinas y Carlos Menem, los hijos predilectos y aplaudidos del neoliberalismo que terminarían acusados de corrupción, mantuvieron un vínculo cercano. Durante este siglo, la relación bilateral ha estado marcada por disputas diplomáticas, alianzas inesperadas, anuncios de acuerdos, giras protocolares y disputas comerciales.
El episodio más grave fue la pelea pública que tuvieron Vicente Fox y Néstor Kirchner, luego de la Cumbre de las Américas que se realizó en noviembre de 2005 en Mar del Plata, donde George W. Bush llegó con la intención de que se firmara el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Para su frustración, el pacto comercial fue rechazado gracias a la alianza de Kirchner-Chávez-Lula. El presidente mexicano, que apoyaba al estadounidense, dijo que la Cumbre había sido un "fracaso" por culpa de Kirchner. "Que Fox se ocupe de los asuntos internos de México. A mí me votaron los argentinos y me voy a ocupar de los argentinos", le respondió Kirchner, lo que dio inicio a una escalada de acusaciones.
Semanas después, los gobiernos dieron por terminado el pleito pero, en verdad, la relación bilateral quedó congelada por completo. La tensión terminó hasta que Cristina Fernández de Kirchner y Felipe Calderón coincidieron como presidentes y, a pesar de sus supuestas diferencias ideológicas, se hicieron amigos. En 2008, Calderón viajó a Buenos Aires y la ex presidenta argentina incluso lo felicitó por la guerra contra el narcotráfico, que ya estaba dejando un tendal de muertos y desaparecidos, y celebró "el afecto y simpatía personal" que tenía con el entonces presidente mexicano y su esposa, Margarita Zavala.
La cordialidad terminó en 2012, cuando Argentina rompió de manera unilateral un acuerdo de libre comercio con México en el sector automotriz, conflicto que llegó hasta la Organización Mundial del Comercio y que se resolvió dos años más tarde, con una sentencia salomónica con la que los dos países quedaron de acuerdo.
Cuando el conflicto comercial estaba en marcha, en un afán de mostrar que su gobierno tendría una visión latinoamericanista, Peña Nieto eligió Argentina como uno de sus primeros destinos internacionales en calidad de presidente electo. Se reunió con Fernández de Kirchner, quien nunca le correspondería el gesto de la visita, ya que en los años siguientes no fue a México. La relación, de todas formas era cordial, tanto, que la presidenta le agradeció públicamente al mexicano por haber intercedido para resolver el conflicto de Argentina con la petrolera española Repsol por la reestatización de la empresa petrolera YPF.
Ya con Macri en la presidencia, se especuló con un fortalecimiento de la relación a partir de la afinidad ideológica con Peña Nieto. No ocurrió. Aunque fue un asiduo viajero al exterior, el argentino descartó a México como destino en sus cuatro años de gobierno. Peña Nieto sí hizo una gira exprés a Buenos Aires en la que lo recibieron marchas para reclamar por la violencia, la guerra narco y la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa y decenas de miles de mexicanos. Macri lo defendió: "No me consta que Peña Nieto no haya defendido como corresponde los derechos humanos".
Con López Obrador y Fernández en la presidencia, el escenario cambia por completo. En un esfuerzo de organización y resistencia, el progresismo continental creó en julio pasado el Grupo de Puebla, el cual tendrá su segunda reunión la semana próxima en Buenos Aires. Que las sedes elegidas sean México y Argentina demuestra el interés en que estos países lideren nuevas estrategias para diferenciarse, por ejemplo, del Grupo de Lima, que convirtió a Venezuela en el villano favorito y que no denunció ni condenó las represiones en Chile y Ecuador, ni la permanente violencia verbal de Bolsonaro.
Fernández irá a la ciudad de México en plena euforia por el reciente triunfo en primera vuelta, pero acosado por la grave crisis económica que le heredará Macri. Y López Obrador lo recibirá en medio de la crisis de seguridad que enfrenta por el fallido operativo en el que se detuvo y liberó al hijo de Joaquín 'el Chapo' Guzmán.
De cualquier manera, el encuentro recordará a Alfonso Reyes, el escritor que dijo que cuando México y Argentina se abrazan, se abraza América Latina.
Fernández invitó a su asunción a los ex presidentes José Mujica, Rafael Correa y Fernando Lugo, todos miembros del Grupo de Puebla, que se reunió en noviembre pasado en Buenos Aires, tras su cumbre fundacional en México. El enojo de EEUU por la llegada del Ministro de Comunicación de Nicolás Maduro, Jorge Rodríguez, también se potenció por la bienvenida a Correa y por la noticia del refugio de Evo Morales Ayma, que ya está declarando públicamente con total normalidad en nuestro país, algo que puede hacer legalmente en su carácter de refugiado. Fernández demostró su horizonte regional en las 48 horas que le dedicó al viaje de Evo a México, donde coordinó con el presidente paraguayo Mario Abdo Benítez y con el mexicano Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Luego, ya en la Casa Rosada, le abrió las puertas del país a un Morales que será el Jefe de Campaña del Movimiento al Socialismo para las elecciones de 2020.
Para lidiar con el difícil momento latinoamericano que le tocó vivir al comienzo de su mandato, Fernández jugará en dos bandas. Intentará llevarse bien con aquellos presidentes conservadores que no lo desafíen, pero a la vez buscará abrazar a aquellas opciones que puedan plantearse un retorno al poder político a corto y mediano plazo
Volvamos al Grupo de Puebla: Alberto se siente fundador de ese espacio, tal como dijo el dirigente chileno Marco Enríquez Ominami en reiteradas ocasiones. En esa construcción, además de los ex presidentes que ya hemos mencionado, están Lula da Silva y Dilma Rousseff. Repasemos: Mujica fue el senador más votado del Uruguay en las elecciones del 27 de octubre, por la lista del Movimiento de Participación Popular (MPP) dentro del Frente Amplio; Correa representa a una fuerza política que, incluso pese a la fuerte persecución judicial, tiene gran vitalidad en Ecuador, tal como quedó demostrado en las últimas elecciones regionales, donde conquistó las importantes gobernaciones (prefecturas) de Pichincha y Manabí. Lula acaba de encabezar el 7° Congreso del Partido de los Trabajadores (PT) de Brasil tras su salida de la cárcel de Curitiba, donde permaneció injustamente detenido por 580 días: el PT sigue siendo, por lejos, la principal opción frente al gobierno del ultraderechista Jair Messias Bolsonaro. Y Lugo hizo una alianza con Efraín Alegre que, en las últimas presidenciales, estuvo a punto de arrebatarle la presidencia de Paraguay al Partido Colorado.
Fernández y AMLO tienen la difícil tarea de intentar coordinar, desde los ejecutivos, con las opciones que se plantean un posible retorno de opciones nacional-populares y progresistas a las primeras magistraturas. Son los que gobiernan: por ende los que ordenan
Algunos, por derecha pero también por izquierda, dicen que el Grupo de Puebla es un club de ex presidentes para intentar bajarle el precio. No es eso: es la unidad de los gobiernos de dos países de importancia fundamental en América Latina, como México y Argentina, y además es la coordinación política de aquellos líderes populares que intentan volver al gobierno con importantes representaciones político-electorales, tal como acabamos de mencionar. Por ello Evo Morales y Álvaro García Linera se sumaron a ese espacio tras el golpe de Estado que sufrieron. Fernández es, objetivamente, uno de los líderes de ese espacio porque tiene algo necesario en la política: poder. Gobierna su país. El poder otorga también una responsabilidad: para lidiar con el difícil momento latinoamericano que le tocó vivir al comienzo de su mandato, Fernández jugará en dos bandas. Intentará llevarse bien con aquellos presidentes conservadores que no lo desafíen (Lacalle Pou, Abdo Benítez y Piñera), pero a la vez buscará abrazar a aquellas opciones que puedan plantearse un retorno al poder político a corto y mediano plazo.
La alianza geopolítica Buenos Aires-Ciudad de México es un primer paso en un escenario regional diferente al que el ex Jefe de Gabinete de Néstor Kirchner tenía en mente meses atrás. Fernández y AMLO tienen la difícil tarea de intentar coordinar, desde los ejecutivos, con las opciones que se plantean un posible retorno de opciones nacional-populares y progresistas a las primeras magistraturas. Son los que gobiernan: por ende los que ordenan. Para poder plantear nuevamente una idea de integración regional autónoma, lejos de las imposiciones de EEUU, Fernández necesita que otros como él gobiernen. El Grupo de Puebla tiene un doble desafío: gobernar bien México y Argentina, pero además salir del laberinto por arriba, es decir ganando nuevas elecciones.