En el siglo XIX, el romanticismo configuró el paisaje de un cambio de época en el campo de la cultura. Perdido el mecenazgo de los monarcas, los feudales y la Iglesia, en la zona más desarrollada de Europa los escritores y artistas tuvieron que procurarse nuevos interlocutores entre las distintas capas de la burguesía y entre los sectores obreros alfabetizados. A estos últimos se dirigían los socialistas utópicos que proliferaron entonces. Entre los precursores del movimiento renovador se destaca Juan Jacobo Rousseau, el pobretón herético disidente del pensamiento racionalista y cientificista impuesto por los patrocinadores de la Gran Enciclopedia.
Entre los componentes de la visión renovadora del mundo se cuentan la toma de partido en favor de una subjetividad contradictoria y compleja léase, por ejemplo, Cumbres borrascosas, de Emily Brontë, y el dramático relato del suicida Werther, del alemán Goethe, la mirada curiosa ante el exotismo de otras culturas en Atala y René, de Chateaubriand, la consiguiente afirmación de los valores nacionales, el acercamiento a la vida de los humildes en Los miserables de Víctor Hugo, en la exaltación de los campesinos por parte de George Sand, así como el descubrimiento y la reivindicación de lo que a partir de ese momento habría de conocerse con el nombre de folclor. Por otra parte, se rinde homenaje al héroe rebelde, defensor de las causas de los oprimidos, como los carbonarios italianos. El poeta Lord Byron, uno de los maestros reverenciados por los cultores del romanticismo, moriría en Grecia cuando se disponía a tomar la defensa de la libertad de ese país. Fue entonces, sin tener conciencia de ello, que el cubano José María Heredia, alentado por el espíritu independentista, se convertiría en pionero del romanticismo en nuestra lengua, reconocido en toda su valía por el muy reaccionario investigador español Marcelino Menéndez Pelayo.
El intercambio entre lo culto y lo popular es constante, como el ininterrumpido ir y venir de las olas del mar que corroen las rocas más duras para depositar la finísima arena en la placentera orilla de la playa. Exiliado en París, nostálgico de su natal Polonia, Chopin rescató la tradicional mazurka y la universalizó con su extraordinario talento artístico. Así también, con el oído pegado a la tierra, se ha ido haciendo nuestra cultura. Con Roldán y Caturla, los ritmos de la percusión de origen africano se incorporaron a los conjuntos sinfónicos. De la más profunda sabiduría literaria nació El son entero, de Nicolás Guillén.
Ásperamente criticada por el comandante Ernesto Che Guevara, la tendencia populista adoptada por algunos desde erróneas posiciones de izquierda conduce a un terreno resbaladizo extremadamente peligroso. Implica una subestimación de las capacidades de entendimiento del pueblo, según la medida de algunos funcionarios mediocres. Supuestamente elitista por los enormes costos implícitos en el mantenimiento de una compañía danzaria y una orquesta acompañante, el ballet conquistó en Cuba un amplio público procedente de todos los sectores de la sociedad. Contó para lograrlo con el respaldo financiero de la Revolución y con una sistemática labor de difusión animada por los fundadores del Ballet Nacional. Alicia –todos la nombraban así, como a un miembro allegado de la familia– fue despedida por un pueblo entero y agradecido.
Con mucho acierto señalaba Abel Prieto en un reciente artículo sobre Ray Bradbury que el populismo constituye una plataforma de la derecha y aun de la derecha más extrema. Sin remontarnos al antecedente distante de la Inquisición, el nazismo se entregó a la quema de libros en una de las naciones más cultas de Europa. El método apelaba a matrices de opinión existentes en el fondo más oscuro de la sociedad, con fuerte sabor chovinista. A una escala sin precedentes, la fórmula se aplica por las transnacionales del entretenimiento y, de manera particular, por la política de Trump. Ya no es necesario quemar libros porque los posibles lectores están sumergidos en la superficialidad desmemoriada y farandulera.
En Estados Unidos, la matriz chovinista tiene raíces de larga data. Animaron la expansión territorial del país. Encarnaron en Buffalo Bill. En la primera gran contienda mundial, cantares que se hicieron célebres acompañaban a los combatientes. Los británicos evocaban con nostalgia Picadilly Circus y Leicester Square, lugares londinenses emblemáticos, así como a la más dulce muchacha que haya conocido jamás. Los norteamericanos, con espíritu conquistador, entonaban el over there complementado con el «Johnny, toma tu rifle, tómalo a la carrera».
Lúcido como siempre, Fidel comprendió la naturaleza del problema. Había que rescatar las múltiples esencias de lo popular y devolverles el acceso a los bienes espirituales a los desamparados de ayer. La creación artística contribuye a hacer visible el costado de la realidad que ha permanecido oculto. Calificar de elitista el trabajo experimental requerido para traducir en imágenes las esencias de una realidad soterrada ha conducido históricamente a lamentables errores en la implementación de políticas culturales, nacidas de un inconsciente corrimiento hacia posiciones de derecha.
En realidad, el obstáculo interpuesto entre la creación artística y su destinatario se deriva de las abismales desigualdades de una sociedad clasista respaldada por un poder hegemónico cada vez más transnacionalizado que, en la actualidad, ejerce su imperio a través de la imposición de modelos culturales homogeneizantes y negadores de toda afirmación identitaria.