Los discursos de odio le dieron rédito electoral. Lo fortalecieron como un personaje políticamente incorrecto, impredecible. Y popular. Pese a la crisis económica y a su desastroso manejo de la pandemia de coronavirus, que ha dejado más de 200.000 muertos, Trump obtuvo casi 70 millones de votos. Son siete millones más de los que alcanzó en 2016.
Aun así, perdió la reelección. Pero ello no significa, ni remotamente, el fin de la violencia en contra de las y los migrantes en Estados Unidos. Desandar ese camino costará mucho tiempo y esfuerzo, porque Trump envalentonó a ese sector de la población que desprecia lo diferente, que es intolerante y que, con un profundo sentimiento de superioridad, se niega a abrazar la transformación demográfica de un país que está muy lejos del ideal que algunos soñaban, poblado por una mayoría blanca y protestante.
La diversidad fue combatida durante estos años no sólo con discursos o políticas. Abundaron los casos de mexicanos o hispanos en general que, sin motivo alguno, eran golpeados en una tienda, en una calle, en una playa. "Váyanse a su país" se convirtió en un grito común. "Paguen el muro", en un reclamo permanente.
Trump envalentonó a ese sector de la población que desprecia lo diferente, que es intolerante y que, con un profundo sentimiento de superioridad, se niega a abrazar la transformación demográfica de un país que está muy lejos del ideal que algunos soñaban.
Con Biden en la Casa Blanca, se recupera la diplomacia en el trato. Pero en la relación México-Estados Unidos hay una agenda muy amplia de intereses que está marcada por la tensión que implica compartir una frontera de más de 3.000 kilómetros, tener un comercio bilateral que el año pasado alcanzó los 614.000 millones de pesos y que es el más importante, por sus dimensiones, en la región. Y no hay que olvidar que México es el principal socio comercial de Estados Unidos y que junto con Canadá forman el T-MEC, el tratado que sustituyó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y que Trump siempre amenazó con boicotear.
El comercio ilegal no es menos importante, ya que Estados Unidos es el principal país consumidor de las drogas ilegales que se producen en México o que se trasladan a través de sus rutas; en el camino inverso, desde Estados Unidos se trafican las armas que terminan en manos de los cárteles mexicanos.
La migración es otro tema de permanente conflicto. Cómo no, si Estados Unidos alberga a la mayor población de mexicanos que viven fuera de su país. Se trata de casi 40 millones de personas –cifra que aumenta de manera sostenida–. A ellos se añaden los miles de indocumentados a los que se les violentan sus derechos humanos con maltratos, deportaciones en masa, separaciones de familia y detenciones en centros insalubres.
Son demasiados problemas pendientes. Por ahora, lo único seguro es que cambian las formas. Habrá que esperar a que el nuevo presidente asuma para saber qué tanto se transformará, de verdad, el fondo de la relación.
El bravucón
El muro entre México y Estados Unidos fue una de las obsesiones de Trump desde su primera campaña. Convenció a su público enfebrecido de que los mexicanos pagaríamos su construcción porque era nuestra responsabilidad. Fortaleció el añejo estereotipo de que somos narcos y delincuentes. Una potencial amenaza.
Más allá de sus improperios, la verdad es que Trump continuó en la línea de todos sus antecesores, ya que Estados Unidos jamás se ha hecho cargo de la responsabilidad que le toca en el mercado ilegal de las drogas por ser el país que más consume sustancias prohibidas.
El presidente explotó el tema hasta el último momento. Hace sólo cinco meses, durante un acto en Arizona, posó al lado de un fragmento de la valla de acero construida en ese estado fronterizo con la entidad mexicana de Sonora.
Más allá de sus improperios, Trump continuó en la línea de todos sus antecesores, ya que EE.UU. jamás se ha hecho cargo de la responsabilidad que le toca en el mercado ilegal de las drogas por ser el país que más consume sustancias prohibidas.
"He construido el muro y ayudó al 100 %, detuvo el Covid", afirmó, a pesar de que Arizona registraba en ese momento un récord de casos de coronavirus y con Estados Unidos convertido en el país con el mayor número de contagios y muertes en todo el mundo. Sus falsedades eran ovacionadas por sus seguidores. La realidad, lo sabemos, jamás le importó.
"El muro ayudará a México al desalentar la inmigración desde América Central. Vamos a sacar a los malos, a los pandilleros, los vamos a sacar rápido", dijo en enero de 2017, a pocos días de asumir. Antes, en la campaña, había afirmado: "México no es nuestro amigo. Cuando México nos manda gente, no nos mandan a los mejores. Nos mandan gente con un montón de problemas, que nos traen drogas, crimen y son violadores".
Las descalificaciones fueron una constante. "Miles de estadounidenses son asesinados por aquellos que han entrado de manera ilegal y miles morirán si no actuamos", afirmó Trump durante un evento oficial en enero de 2019, y en el que insistió en que México pagaría por el muro.
Luego vinieron frases como: "No quiero nada con México, más que construir un muro impenetrable y que dejen de estafar a Estados Unidos", "México no se aprovechará más de nosotros, no tendrán más la frontera abierta", "Los mayores proveedores de heroína, cocaína y otras drogas ilícitas son los carteles mexicanos y que contratan inmigrantes mexicanos para que crucen la frontera traficando droga".
También criticó la corrupción del sistema judicial mexicano cuando el líder del Cártel de Sinaloa, Joaquín 'El Chapo' Guzmán, escapó de una cárcel de máxima seguridad. "El narcotraficante más grande de México escapa de la cárcel. Increíble corrupción y Estados Unidos está pagando el precio. ¡Te lo dije!", escribió en su cuenta de Twitter que usó como permanente foro de agresiones.
Tomando en cuenta el estilo pendenciero de Trump, tampoco es tan difícil que su sucesor parezca en principio bastante más sensato. Si son solo palabras o no, lo veremos con el nivel de deportaciones y las políticas migratorias de la próxima administración.
"Tenemos a gente que llega al país (por la frontera mexicana) que ustedes no creerían lo malos que son. Estas no son personas, son animales, pero los estamos sacando del país a un ritmo nunca visto", aseguró en mayo de 2018 durante un evento en la Casa Blanca.
En la segunda mitad de su gobierno, Trump moderó sus insultos contra los mexicanos. Cada vez fueron más esporádicos. Y cuando el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, lo visitó en julio de este año, Trump se contuvo, se mostró amigable y no manifestó ninguna palabra de desprecio. Espero a que su invitado se fuera para volver con su letanía sobre el muro.
El conciliador
Desde el principio de su campaña, Biden se diferenció de Trump. En lugar de ofender, extendió la mano.
"Necesitamos trabajar en sociedad con México. Necesitamos restaurar la dignidad y la humanidad en nuestro sistema de inmigración. Eso es lo que haré como presidente", prometió en sus redes sociales cuando era candidato.
También ha criticado la separación forzosa de familias en la frontera que derivaron en imágenes que deberían avergonzar a Estados Unidos por los miles de niños y niñas alejados de sus padres, el trato inhumano a las y los migrantes indocumentados en general, las restricciones para regularizar a extranjeros que hace décadas viven en ese país o que llegaron en su infancia y su hostilidad contra las peticiones de asilo o refugio. Todo lo que Trump presentaba como "un éxito".
Es un cambio, pero tomando en cuenta el estilo pendenciero de Trump, tampoco es tan difícil que su sucesorparezca en principio bastante más sensato. Si son solo palabras o no, lo veremos con el nivel de deportaciones y las políticas migratorias de la próxima administración.
La expectativa, de todas formas, es positiva. A pesar de que López Obrador todavía no ha querido felicitar a Biden por su triunfo, su canciller Marcelo Ebrard ya confió que con el demócrata puede haber una mayor cooperación económica, sobre todo porque, a diferencia de Trump, que apostaba al aislamiento, Biden promueve una visión multilateralista. Tampoco hay agravios, acusaciones ni arrogancia.
Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.
Será el gobierno de Biden al que le corresponda decidir si continúa la política de bloquear el suministro interno de combustible que, de incorporar el diesel, disparará aún más la crisis en el país.
Para decidir, Biden deberá ubicarse en un continente que no es el que dejó cuando salió de la vicepresidencia.
Otro continente espera
Cuando Biden era vicepresidente, su gobierno se había acercado a Cuba y tenía evidentes relaciones con Venezuela; además, los gobiernos progresistas de Brasil y Argentina estaban cayendo. En 2020, las cosas no son iguales.
Primero porque el propio EE.UU. vive una crisis interna inédita y profunda. Tanto la pandemia como las demandas de las revueltas antirracistas hacen de ese país un lugar inestable. La obsesión de la nueva gestión, por ende, tendrá que ubicarse en la política interna.
Luego porque América Latina ha cambiado. Va a tener que enfocar su política dentro de una nueva realidad. Colombia ya no es una "cabeza de playa" estable. Chile ha bajado la persiana como modelo económico exitoso y vive una verdadera rebelión constituyente.
Los progresismos están de vuelta en la región. Las presidencias de Argentina y México son excelentes interlocutores, que pueden traducirle a la nueva gestión las vías para desmontar la situación de conflictividad que están dejando los halcones en América Latina.
Muy posiblemente Biden querrá retomar las relaciones con Cuba, que promovió la gestión de Obama, como un acto de reconocimiento hacia América Latina.
El aparato de Biden, de manera programada, viene a establecer otro escenario a escala mundial, mucho más planetario y comprometido con conflictos como el de Medio Oriente, Ucrania, Taiwán, y mucho menos dispuesto a proliferar pugnas violentas en su frontera americana. También deberá decidir cómo replantear la intervención en los países invadidos desde su gestión con Obama, como Siria y Libia, y la de sus antecesores republicanos, como Irak y Afganistán. Todos ellos, teatros en situación de repliegue del ejército de EE.UU. por decisión del gobierno de Trump.
El aparato de Biden, de manera programada, viene a establecer otro escenario a escala mundial, mucho más planetario y comprometido con conflictos como el de Medio Oriente, Ucrania, Taiwán, y mucho menos dispuesto a proliferar pugnas violentas en su frontera americana.
¿Volver a desplegarse o hacer una retirada definitiva? He allí una de las principales cuestiones a determinar, antes incluso de mirar hacia su 'patio trasero'. Para saber a ciencia cierta cuál será la política real de Biden sobre Venezuela habrá que esperar cómo desarrolla su mirada hacia China y Rusia.
Para Trump, la política de sanciones hacia Venezuela no obedecía a la presión de las protestas opositoras o a la situación del país, sino a la intención de cercenar, con pinzas, los negocios de Rusia, China e Irán en el Caribe. Pero Biden probablemente establezca otra estrategia menos pugnaz (económicamente hablando) con estos países.
Venezuela entonces puede volver a ser minimizada como problema, en tanto se vienen un montón de otros problemas, otras exigencias y otros lobbies que Trump trató de ir cerrando, y que ahora pueden tender a activarse.
Lo que tendrán que tomar en cuenta tanto los opositores venezolanos como norteamericanos es que la foto de Biden con Maduro, que insaciablemente publicaron los algoritmos republicanos en campaña, ya ha perdido vigencia.
Si con esa foto sonreída Biden logró ventaja electoral, es porque una anterior relación con Maduro no es tan contundente como para voltear una elección en EE.UU. Florida ha perdido importancia, una vez que el triunfo de Trump en ese estado no significó el golpe definitivo que esperaban los comandos de campaña. Los lobbies cubanos pueden debilitarse en la toma de decisiones de la Casa Blanca.
Puede hacer peso también el pequeño giro en torno al tema que se atrevió a dar la Unión Europea, con Josep Borrell a la cabeza, considerando la posibilidad de acompañar el proceso electoral de las parlamentarias que han sido boicoteadas desde Washington. Aunque finalmente se haya abortado la acción, solo plantearlo era un desconocimiento de las líneas del departamento de Estado.
Biden y su equipo tienen la oportunidad de diseñar políticas post-Trump. Todo ello, sin olvidar el tipo violento de intervencionismo que suelen aplicar los gobiernos demócratas en diversos pleitos mundiales.
Biden y su equipo tienen la oportunidad de diseñar políticas post-Trump. Todo ello sin olvidar el tipo violento de intervencionismo que suelen aplicar los gobiernos demócratas en diversos pleitos mundiales.
Superando la vocería bélica del Comando Sur, el discurso sobre narcotráfico y las bases iraníes en Venezuela, todas acusaciones sin prueba alguna y difundidas por los halcones, el nuevo gobierno comenzará a privilegiar el tema de los derechos humanos, los informes de la alta comisionada para los derechos humanos de la ONU, Michelle Bachelet, y el informe presentado por la misión internacional independiente de determinación de los hechos sobre la República Bolivariana de Venezuela, y se tenderá a delegar en organismos internacionales la aplicación de posibles medidas.
Para este escenario el gobierno de Venezuela se ha preparado, insistiendo en el diálogo con las instituciones internacionales y bajándole el volumen al rechazo automático de estos informes, como ocurrió en un primer momento con el documento de Bachelet, emitido en septiembre de 2019.
Ahora el lenguaje es mucho más diplomático con la alta comisionada y aceptan su interlocución.
Estos informes, además, cuentan con el apoyo de gobiernos progresistas, como el de Argentina, que estarán presionando no solo para que EE.UU. derogue las medidas tomadas, sino también para que haya cambios en la situación interna de Venezuela, tanto en el gobierno como en la oposición.
No deja de ser probable que la nueva agenda sobre Venezuela, basada en acusaciones en torno al tema de los derechos humanos, termine crispando aun más la situación.
En todo este panorama quien no aparece es Guaidó.
Guaidó, una pesada carga
Juan Guaidó es un invento de los halcones, al que Trump le dio luz verde y ha terminado totalmente desgastado. Perpetuar el rédito de un gobierno paralelo, débil e ineficaz, nombrado por el gobierno republicano anterior, no parece tener mucho sentido. Aunque Biden no puede abandonar a los venezolanos de Miami, debido a lo estratégico de su voto en las próximas elecciones de medio término de 2022.
Guaidó es un invento de los halcones, al que Trump le dio luz verde y ha terminado totalmente desgastado. Perpetuar el rédito de un gobierno paralelo, débil e ineficaz, nombrado por el gobierno republicano anterior, no parece tener mucho sentido.
Es muy probable que el gobierno de Biden y Kamala Harris se caracterice por su pragmatismo, especialmente a la hora de decidir sobre los activos de Venezuela que maneja la embajada del interinato de Guaidó en Washington, especialmente la petrolera estatal Citgo, que está siendo disputada entre tenedores de bonos a los que el gobierno venezolano adeuda (y para los que ha puesto a la petrolera como garantía de pago).
Guaidó es quien ha sido impactado negativamente con la derrota del partido republicano. Ya sin capacidad de negociación interna ni casi margen de maniobra, su 'gobierno' cada vez se acerca más al asilo. Ha perdido su único apoyo.
El resultado que logró Biden permitirá a su nueva gestión replantearse las relaciones con América Latina, y es muy probable que el gobierno venezolano y el estadounidense logren establecer otro tipo de interacción, mediada por estos nuevos factores y llevada por un camino más diplomático, aunque igualmente convulso.
Por lo pronto, queda por ver si la nueva administración continuará los planes de la actual gestión de bloquear el acceso a combustible, y eso deberá decidirse apenas tome el control del gobierno. Estaremos atentos.
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Bombas frente a hambre. Así se podría resumir la política del partido demócrata frente a la de Trump para Oriente Próximo, y es que la política estadounidense en la región, sobre todo para palestinos, sirios, iraquíes, yemeníes e iraníes, varía poco entre mal o peor. Pero incluso en la catástrofe, los matices son importantes porque, a fin de cuentas, cambian cosas, y algunas son importantes.
Si algo ha caracterizado a Donald Trump ha sido la política de oficina frente a la de trinchera. Es el único presidente en décadas que no se ha lanzado a nuevas guerras, incluso cuando ha pisado fuerte deteriorando todavía más las relaciones con Irán al salirse del Plan de Acción Integral Conjunto (conocido como acuerdo nuclear) y asesinando a Qassem Soleimani, imponiendo las sanciones más inhumanas contra persas y sirios y asentando las bases para la legitimación y normalización de Israel, haciendo que la mayoría de países árabes empiecen a plantear una política que rompa definitivamente con –o al menos retire de la retórica propagandística– la causa palestina. Y aun con todo, es una política lógica si lo que se quiere es una retirada organizada pero no humillante del embrollo en el que se metieron anteriores presidentes como Bush hijo y Barack Obama. Una política que no ha maquillado e incluso celebra retirando personal de Afganistán y más tímidamente de Irak; y es que si bien el hasta ahora presidente norteamericano quiso dejar de derrochar en guerras que nunca terminan, tampoco quiso perder la influencia en la región que tanto le ha costado a EE.UU. conseguir. Y es que en este punto es importante abrir un paréntesis para recordar que Trump y Biden, como Bush y Obama, son los dos colores de un mismo sistema.
En el caso de Biden, lo más probable es que haya un re-entendimiento con los iraníes, pero con reservas. Reservas porque ni este ni su gabinete podrán deshacer –como si nada hubiese pasado– todo lo que Donald Trump provocó saliéndose del Acuerdo Nuclear y cruzando la línea roja de asesinar a Soleimani. No al menos cuando tienen enfrente a una nación que destaca por orgullosa, paciente y estoica.
Alberto Rodríguez García, periodista especializado en Oriente Medio, propaganda y terrorismo
Trump y Biden, como Bush y Obama, son los dos colores de un mismo sistema (...) El Partido Demócrata no va a revertir ninguna de las sanciones o campañas de máxima presión lanzadas por los republicanos contra sus rivales en Oriente Próximo.
Pero la política de Biden y los demócratas hacia Irán no significa una apuesta por la paz y la tranquilidad en Oriente Próximo. Responde a la incapacidad de confrontar directamente a un enemigo poderoso que ha sabido establecerse –directa e indirectamente– en varios países de la región. Responde a la necesidad de intentar llevar el conflicto –al contrario que Trump– de fuera a dentro de Irán, a través de su sociedad, pero también a los países que han logrado cierto grado de estabilidad gracias a su alianza o al menos política de no confrontación con Teherán. Porque a pesar de la aparente moderación de Joe Biden, la esencia de la política exterior iraní es el 'Eje de Resistencia [a Israel]', mientras que Biden se ha llegado a declarar sionista, reconoce que 'ama a Israel', ha afirmado que su apoyo a este es incondicional e incluso mantiene que no volverá a mover la embajada de EE.UU. de Jerusalén a Tel Aviv.
En favor de países como Siria, Irak y Yemen, que no deberían creer que las acciones del gabinete Biden estarían motivadas por un sentimiento de filantropía, estos podrían dejar de ser el único terreno de disputa de potencias; desviándose los conflictos en parte (y solo en parte) hacia otros países. Los demócratas se han caracterizado este mandato de Donald Trump por criticar la represión interna de Arabia Saudí, pero también por contar con mandos militares que condenan la aventura de Erdogan en el norte de Siria e Irak contra las milicias kurdas del YPG y PKK. Tal vez y si sale más rentable que continuar con el legado de Obama, estos dos países que han sido los victimarios de la región exportando muerte y guerra, podrían llegar a sentirse víctimas de EE.UU. en algún punto. Al menos en el caso saudí, podemos prácticamente afirmar que va a haber una enorme reducción en la financiación norteamericana para la guerra en Yemen. En el caso turco, por otro lado, la política de Biden podría perdonar el entendimiento con Irán, pero no va a tolerar el acercamiento a Rusia en materia militar; no cuando Turquía está en la OTAN y cuando el discurso demócrata se articula en torno a una delirante rusofobia.
Lo cierto es que en el caso de Trump, este se ha rodeado de halcones, auténticos fanáticos de la guerra a los que el presidente (nada sospechoso de moderado) ha tenido a menudo que atar en corto, echar el freno e incluso despedir. Biden, que es un títere incapaz de conectar conceptos como cualquiera ha podido comprobar a lo largo de su campaña electoral, cuenta con un equipo menos belicoso, o al menos menos agresivo en las formas. Y es que aunque se señale a Trump, el Partido Demócrata no va a revertir ninguna de las sanciones o campañas de máxima presión lanzadas por los republicanos contra sus rivales en Oriente Próximo. De hecho, cabría esperar campañas mucho más duras, valiéndose del 'márketing positivo' que han logrado este tipo de acciones (véase la guerra de drones iniciada por Obama). A fin de cuentas, el niño reventado por una bomba o acribillado por un marine es una escena grotesca difícil de ocultar, pero al que matan de hambre ni siquiera se le presta atención.
Alberto Rodríguez García, periodista especializado en Oriente Medio, propaganda y terrorismo
Irán, Qatar y Yemen salen menos desfavorecidos con Biden. Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos e Israel salen perjudicados sin Trump. Jordania, Líbano Omán o Kuwait parecen indiferentes. Siria e Irak no tienen opciones de mejorar a corto plazo con ninguna de las opciones.
Más allá de la retórica y la imagen de Biden creada por sus publicistas, este es un hombre de guerra. En 1999 Biden votó a favor de bombardear Yugoslavia. En 2002 Biden votó a favor de utilizar la fuerza militar contra Irak. Desde 2011 Biden ha apoyado a la oposición siria, hoy imposible de negar (al menos con argumentos racionales), que está compuesta práctica y exclusivamente por fanáticos yihadistas y mercenarios al servicio de Erdogan. Pero como es demócrata se le perdona que sus manos estén bañadas en sangre, porque años más tarde 'pide perdón'. ¿Pero qué políticas se pueden esperar de un presidente cuyo historial consiste en primero dar la orden de matar y después, acaso si eso, como tras la destrucción de Libia, pedir perdón? Y esto hay que tenerlo muy presente en todo momento, porque mientras que Trump mantiene un discurso en el que busca terminar las guerras, Biden habla de querer recuperar el liderazgo en una región en la que cada día son más irrelevantes y dejan espacio a terceros, cuartos y hasta quintos países con algo que decir, un mercado que hacer crecer y la posibilidad de expandir su influencia.
Aun con lo agresiva política de Trump, aun con las sanciones de la Ley César que están provocando en Siria una catástrofe humanitaria jamás vista en toda la guerra, aun y con todo, el sentimiento general en Oriente Próximo es de que las políticas de Trump han sido mejores que las de Obama. Y en este caso cabe preguntar si Biden seguirá el legado de Obama a quien acompañó durante su presidencia, o si se amoldará a las políticas iniciadas por Donald Trump. Los países que se resisten al dominio norteamericano seguirán siendo víctimas de Washington. Los países del Golfo, tendrán que responder a las críticas por sus abusos de los Derechos Humanos. Pero una aproximación así, desde la amenaza y desde la distancia, tras tantos años ya hemos aprendido que solo termina en más caos.
Oriente Próximo es diverso, como diversos son los intereses de los países y los líderes que lo forman. Irán, Qatar y Yemen salen menos desfavorecidos con Biden. Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos e Israel salen perjudicados sin Trump. Jordania, Líbano Omán o Kuwait parecen indiferentes. Siria e Irak no tienen opciones de mejorar a corto plazo con ninguna de las opciones. Así que, ¿qué se puede esperar para Oriente Próximo? Cambios cosméticos, pero en esencia, más de lo mismo.
Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.