La ley del cielo Sinaí como norma divina
Si Dios no tuviera una ley como principio moral, por la que cada caso ha de ser evaluado, no habría juicio y, por lo tanto, los seres humanos no podrían ser juzgados. Si no hemos sido hallados en armonía con las normas de Dios en esta vida, tampoco estaremos en armonía con sus requisitos en la vida futura.
¿Qué excusas tenemos en este momento para no actuar en conformidad con las leyes del gobierno de Dios? ¿Y qué pretexto podremos dar en el día del juicio por la desobediencia a sus mandamientos? ¿Acaso dirás: «Todo el mundo desobedecía la ley de Dios, y pensé que no yo no era el único». En aquel día esa excusa no será aceptada. Podemos presentar excusas ahora, pero no nos atrevere-mos a presentarlas ante el Juez de toda la tierra. Tan pronto como los libros sean abiertos y los caracteres que están escritos allí sean sacados a la luz, toda boca será cerrada, porque su culpabilidad les será claramente manifestada a ellos así como a Dios. Entonces todos verán en qué se apartaron del camino recto, discernirán la influencia que tuvieron sobre sus semejantes al desviarse de la justicia divina, y apartarlos de los caminos de verdad y de santidad. Aquel día todos entenderemos exactamente qué hicimos para deshonrar al Dios del cielo violando su ley. SE1 35.2
Todos los que resuciten cuando Cristo vuelva en las nubes del cielo, y los que estén vivos, acudirán ante el tribunal de Cristo. Los hechos y acciones que pensábamos habían sido realizados en secreto, donde ningún ojo podía verlos, serán dados a conocer. Un ojo vio y registró todos los actos realizados por los seres humanos.
El juicio comenzo y los libros fueron abiertos de toda la humanidad desde la creación Adán y Eva hasta el último al regreso de Cristo.
Un río de fuego procedía y salía de delante de él; millares de millares le servían, y millones de millones asistían delante de él; el Juez se sentó, y los libros fueron abiertos. Daniel 7:10.
Los libros del cielo, en los cuales están consignados los nombres y los actos de los hombres, determinarán los fallos del juicio. El profeta Daniel dice: “El Juez se sentó, y los libros se abrieron”. San Juan describiendo la misma escena en el Apocalipsis, agrega: “Y otro libro fue abierto, el cual es de la vida: y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras”. Apocalipsis 20:12.
El libro de la vida contiene los nombres de todos los que entraron alguna vez en el servicio de Dios. Jesús dijo a sus discípulos: “Gozaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos”. Lucas 10:20. San Pablo habla de sus fieles compañeros de trabajo, “cuyos nombres están en el libro de la vida”. Filipenses 4:3. Daniel, vislumbrando un “tiempo de angustia, cual nunca fue”, declara que el pueblo de Dios será librado, es decir, “todos los que se hallaren escritos en el libro”. Daniel 12:1. Y San Juan dice en el Apocalipsis que sólo entrarán en la ciudad de Dios aquellos cuyos nombres “están escritos en el libro de la vida del Cordero”. Apocalipsis 21:27.
Delante de Dios está escrito “un libro de memoria”, en el cual quedan consignadas las buenas obras de “los que temen a Jehová, y de los que piensan en su nombre”. Malaquías 3:16. Sus palabras de fe, sus actos de amor, están registrados en el cielo. A esto se refiere Nehemías cuando dice: “¡Acuérdate de mí, oh Dios mío,... y no borres mis obras piadosas que he hecho por la Casa de mi Dios!” Nehemías 13:14. En el “libro de memoria” de Dios, todo acto de justicia está inmortalizado. Toda tentación resistida, todo pecado vencido, toda palabra de tierna compasión, están fielmente consignados, y apuntados también todo acto de sacrificio, todo padecimiento y todo pesar sufridos por causa de Cristo. El salmista dice: “Tú cuentas los pasos de mi vida errante: pon mis lágrimas en tu redoma: ¿no están en tu libro?” Salmos 56:8...
La obra de cada uno pasa bajo la mirada de Dios, y es registrada e imputada ya como señal de fidelidad ya de infidelidad. Frente a cada nombre, en los libros del cielo, aparecen, con terrible exactitud, cada mala palabra, cada acto egoísta, cada deber descuidado, y cada pecado secreto, con todas las tretas arteras...
Todo el más profundo interés manifestado entre los hombres por los fallos de los tribunales terrenales no representa sino débilmente el interés manifestado en los atrios celestiales cuando los nombres inscritos en el libro de la vida desfilen ante el Juez de toda la tierra. El divino Intercesor aboga por que a todos los que han vencido por la fe en su sangre se les perdonen sus transgresiones, a fin de que sean restablecidos en su morada edénica y coronados con él como coherederos del “señorío primero”. Miqueas 4:8.