Mi padre era un señor muy bien plantado, árbol con las raíces como espuelas, que cargo con su infancia sin escuelas con la firme actitud de un buen soldado. Era su voluntad como el arado al dividir los sueños en parcelas; sus manos eran rudos centinelas que guardaban la paz del hombre honrado. La muerte – trama absurda de la vida – se ha llevado mi padre a su guarida y quisiera retarla frente a frente. La herida duele menos que el vacío, esta ausencia es un lento escalofrío por donde va mi pena torpemente. Por donde va mi pena torpemente sin que pueda medir la luz más cierta, ni la palabra clave que despierta en la verdad de Dios hecha simiente. Sin que nada se salve del presente, ni se pueda cruzar la única puerta … Sin que se pueda hacer alguna oferta que tuviera un destino permanente. Si llegara de pronto algún remedio, Si pudiera escaparme del asedio y volver al comienzo de la prisa … En nombre de un señor muy bien plantado hoy quisiera dejarlo todo a un lado y hasta llevar por fuera una sonrisa.