VIVIR EL MOMENTO PRESENTE
Francisco Nguyen
Hasta el 23 de abril de 1975 fui, por ocho años, obispo de Nhatrang, en el centro de Vietnam, la primera diócesis que me fue confiada, donde me sentía feliz, y por la cual sigo sintiendo predilección. El 23 de abril de 1975 Pablo VI me nombró arzobispo coadjutor de Saigón.
Cuando los comunistas llegaron a Saigón, me dijeron que mi nombramiento era fruto de un complot entre el Vaticano y los imperialistas para organizar la lucha contra el régimen comunista. Tres meses después fui arrestado.
Esa noche, durante el trayecto de 450 km que me lleva al lugar de mi residencia obligatoria, me vienen a la mente muchos pensamientos confusos: tristeza, abandono, cansancio, después de tres meses de tensiones... Pero en mi mente surge claramente una palabra que disipa toda oscuridad, la palabra que Mons. John Walsh, obispo misionero en China, pronunció cuando fue liberado después de doce años de cautiverio: «He pasado la mitad de mi vida esperando». Es una gran verdad: todos los prisioneros, incluido yo mismo, esperan cada minuto su liberación. Pero después decidí: «Yo no esperaré. Voy a vivir el momento presente colmándolo de amor».
No es una inspiración improvisada, sino una convicción que he madurado durante toda la vida. Si me paso el tiempo esperando, quizá las cosas que espero nunca lleguen. Lo único que con seguridad me llegará será la muerte.
En el pueblo de Cáy Vóng, donde se me designó la residencia obligatoria, me sentía obsesionado por el pensamiento: «¡Pueblo mío! ¡Pueblo mío que tanto amo: rebaño sin pastor! ¿Cómo puedo entrar en contacto con mi pueblo, precisamente en el momento en que tienen más necesidad de su pastor? Las librerías católicas han sido confiscadas; las escuelas, cerradas; las religiosas y los religiosos que enseñaban han sido enviados a trabajar en los arrozales. La separación es un shock, que me parte el corazón.
“Yo no esperaré. Voy a vivir el momento presente colmándolo de amor; pero ¿cómo?”.
Una noche viene la luz: «Francisco, es muy simple, haz como san Pablo cuando estuvo en prisión escribía cartas a varias comunidades». A la mañana siguiente, en octubre de 1975, le hago una señal a un niño de siete años, Quang, que regresaba de misa a las 5, todavía de noche: «Dile a tu madre que me compre blocs viejos de calendarios». Muy entrada la tarde, otra vez de noche, Quang me trae los calendarios, y todas las noches de octubre y noviembre de 1975 escribí a mi pueblo mi mensaje desde la cautividad. Cada mañana el niño venía a recoger las hojas para llevarlas a casa y que sus hermanos y hermanas copiaran el mensaje. Así se escribió el libro “El camino de la esperanza”, que ha sido publicado en ocho idiomas: vietnamita, inglés, francés, italiano, alemán, castellano, coreano y chino.
La gracia de Dios me dio la energía para trabajar y continuar, aun en los momentos de más desesperanza. El libro lo escribí de noche en mes y medio, pues tenía miedo de no poder terminarlo: temía que me trasladasen a otro lugar. Cuando llegué al número 1001 decidí detenerme: fueron como «las mil y una noches»... En 1980, siempre de noche y en secreto, escribí mi segundo libro, “El camino de la esperanza a la luz de la Palabra de Dios y del Concilio Vaticano II”; después, mi tercer libro, “Los peregrinos del camino de la esperanza”: «Yo no esperaré. Vivo el momento presente colmándolo de amor».
Los apóstoles habrían querido elegir el camino fácil: «Despide a la gente para que busquen alojamiento y comida...». Pero Jesús quiere actuar en el momento presente: «Denles de comer» (Lc 9, 13). En la cruz, cuando el ladrón le dijo: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino», Jesús le dijo: «Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23, 4243). En la palabra «hoy» sentimos todo el perdón, todo el amor de Jesús.
El padre Maximiliano Kolbe vivía este radicalismo: «Todo, absolutamente, sin condición». Le he oído decir a Dom Helder Cámara: «La vida es aprender a amar». Una vez la Madre Teresa de Calcuta me escribió: «Lo importante no es el número de acciones que hagamos, sino la intensidad del amor que ponemos en cada acción».
¿Cómo llegar a esta intensidad de amor en el momento presente? Pienso que debo vivir cada día, cada minuto, como el último de mi vida. Dejar todo lo que es accesorio, concentrarme sólo en lo esencial. Cada palabra, cada gesto, cada conversación telefónica, cada decisión es la cosa más bella de mi vida; reservo para todos mi amor, mi sonrisa; tengo miedo de perder un segundo viviendo sin sentido...
kruz
bess....Lola