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Cercano a ti, con la otoñal tibieza de la clara, nostálgica mañana de septiembre, que invita a la pereza, y a ver el mundo desde la ventana.
Pasan fantasmagóricas las gentes, como nubes anónimas, ajenas a destino y razones, tan ausentes… Y yo escucho hasta el flujo de tus venas.
Brevería Nº 1648
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Poemas
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Tal vez un día Tal vez un día hojearás mis libros, en que tanto te dije y no escuchaste; tal vez responderás a algunas cosas de que te hablé, mas demasiado tarde; habré anotado ya el último verso, la última página tendrá un mensaje todo blanco, enigmático, que no conseguirá descifrar nadie, aunque muchos lo entiendan a su modo, y quizá tú también, mi única amante. Leerás algún poema; de repente levantarás la vista hacia la tarde, que llama suavemente a la ventana, tan nostálgica, tan irrevocable, hundiéndose en la noche, entre las ramas de álamos y sauces. Sola estarás. En paz. Una paz triste, densa, casi palpable. Tus dedos caminando sobre el libro, como un ciego, leyendo los mensajes que tu alma desentierra en el pasado, y que están frente a ti, bajo el plumaje de rimas, verbos, nombres y adjetivos hablándote en susurros, como un ángel En tu mente revuela ágil bandada de alondras que tú misma bautizaste con singulares nombres de 'si hubiera sabido', 'aquel instante', 'quién pudiera', 'debiera haberlo hecho', 'cuánto me equivoqué', y en espirales, suben, bajan y vuelven, y no consigues esquivar su alcance. Ya no es paz, es tristeza, es soledad, agobio sofocante. Ha entrado ya la noche, tragándose el paisaje. Dejas el libro abierto en la consola. Subes hacia la alcoba. Qué contraste con aquel día en que subimos juntos, el último, ¿recuerdas?, tan radiante. Casi al postrer peldaño te detienes, piensas unos segundos, y te invade la urgencia del descenso hacia la sala. Tomas el libro, lo abres, lo miras sin leer, y suspirando, lo abrazas contra el pecho, como se hace con el osito de peluche, cuando nos urgen los abrazos, y no hay nadie. A la orilla del lecho, en la mesita, quedará vigilándote mientras duermes, o intentas, las horas largas de la noche. Tañen campanas a lo lejos. Son las doce. Apagados los ruidos de la calle, surge mi espíritu de entre las páginas de ese tu libro, que escribí años antes. Y se acuesta a tu lado. No lo adviertes, pues carezco de piel, huesos y sangre. Pero cuando los tuve te amé tanto, que sin ellos no sé dejar de amarte. Duerme, mujer, mis manos invisibles siguen acariciándote. Los Angeles, 14 de marzo de 2009
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