Se cumplen, en este 2001, cien años de la excomunión de León Tolstoi por la Iglesia Ortodoxa Rusa. En una nota de prensa difundida en 1901 podemos leer: "El conde León Tolstoi, a su avanzada edad de setenta y dos años, ha caído bajo el peso de la excomunión de la iglesia ortodoxa rusa. En la cumbre de su fama, alcanzada con 'Ana Karenina', el anciano y famoso escritor se arrepintió de las obras que le habían valido tanto éxito, abandonó el campo meramente literario para dedicarse a desenvolver los problemas religiosos y la filosofía moral, por lo que sus recientes libros, en los que sostiene que nunca es justificable el ejercicio de la fuerza, han merecido la más completa desaprobación de los miembros de Sínodo ruso, hasta el punto de haber hecho pública su excomunión en términos escandalosos, el texto de la cual ha sido publicado en todos los periódicos europeos".
Víctima del fundamentalismo religioso-político de su país, Tolstoi, en este centenario de su excomunión, se convierte en un símbolo de todos los excomulgados por los distintos fundamentalismos en boga, sean religiosos, políticos o culturales. Por esto -frente a las estructuras excomulgantes de todos los tiempos, incluidas las actuales, en las que la anatemización se disimula bajo formas más suaves de simple condenación y marginación- Tolstoi, como Giordano Bruno, Miguel Servet, Galileo Galilei y muchos otros, merece el testimonio del homenaje de quienes creemos en una sociedad abierta y tolerante.
Conviene recordar que la postura no-violenta de León Tolstoi fue fruto de una larga evolución. En la batalla de Sebastopol, en plena juventud y en el inicio de su carrera literaria, aunque admira el heroísmo de los soldados rusos, decide abandonar el ejércibto, afligido por el absurdo mismo de la guerra y conmovido ante la inutilidad de la carnicería humana. Más tarde, en su madurez, se lamentará de haber matado en la guerra y de haber provocado duelos con la finalidad de matar.
Su experiencia bélica y la reflexión sobre la misma le llevan a la conclusión de que la guerra es el problema básico de la humanidad, de la historia y de la política, y de este sentimiento, junto con el deseo de escribir la "Odisea" del pueblo ruso en su lucha por la libertad, nace su más importante novela: "Guerra y Paz", en la que, sin ser una obra pacifista, en palabras de Henri Troyat, "la fatalidad que regula las fases de la historia tiene una apariencia militar, mortífera y serena".
El pacifismo ideológico y pedagógico -sobre su experiencia educativa de "Iasnaia Poliana" volveremos otro día- de Tolstoi no fue una actitud monolítica, sino un acentuado aspecto de su contradictoria personalidad en su propio ser, en su familia y en su país, contradicción interior que le llevará a la huida y peregrinaje final, en busca del apaciguamiento absoluto.
Influenciado por la pobreza evangélica y por el socialismo de Proudhon y Herzen, condenará la propiedad privada, en la que -como los cristianos Pedro Valdo, Francisco de Asís y Tomás Campanella- verá una fuente de sufrimiento y un riesgo de conflicto entre los que poseen una superfluidad de bienes y aquellos que no tienen ninguno. Ve la necesidad de una modificación de las estructuras sociales, sin embargo su ética, basada en el amor al prójimo, no admite que el tránsito de una estructura a otra se realice mediante la violencia, en contra de lo que preconizaban Jorge Sorel y, más tarde, Carlos Marx, sino que -discípulo del Evangelio y del Sermón de la Montaña, lector de Rousseau e influenciado por el "fatalismo histórico" y por el nihilismo ruso- se convertirá en el apóstol de una revolución espiritual de signo pacifista, doctrina predicada fundamentalmente en sus obras "Qué debemos hacer" y "El Reino de Dios está dentro de nosotros". Al dejar la evolución social como fruto del perfeccionamiento religioso personal, que, a la larga y por convencimiento, perfeccionará la sociedad y revolucionará la tierra, Tolstoi se gana la enemistad del zarismo y de su aliada la iglesia rusa, a la vez que la incomprensión y la condena de los primeros activistas marxistas-leninistas, los cuales, si bien admirarán en él su realista denuncia del abuso opresor capitalista, más que como el apóstol de una revolución activa, intentarán minimizarlo y presentarlo ante la historia como el precursor de una frustrada "revolución campesina", "utópica y reaccionaria" en la que actúa, en palabras de Lenin, como un "moujik patriarcal y anárquico".
Religiosamente y aunque no consigue deshacerse de algunos de los prejuicios de la tradición religiosa en la que había nacido, Tolstoi, en su aspecto positivo, enseña un cristianismo depurado basado en la creencia en un Dios interior "muy activo en el corazón de nuestro corazón", Dios interior que se manifiesta como espíritu de amor y que, como tal, está presente en el espíritu de cada ser humano. Quedémonos con este último pensamiento del polifacético León Tolstoi, en este primer centenario de su excomunión. Es un pequeño homenaje que cada uno de nosotros podemos individualmente tributarle."
Rubén .
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