Unidos por la Luna
La primera vez que lo vi llevaba los pies descalzos y cantaba dejando su alma en el viento mientras el rumor del mar y las olas coreaban susurrantes estribillos. De ahí en adelante cada día fue mejor. Todo ocurrió rápido, vertiginoso, así como suceden las cosas en vacaciones. Al principio era tan solo una aventura. Sin embargo, a medida que pasaban los días supe que ya nunca podría vivir sin él.
Y entonces entro él, suavemente, sin permiso, sin invadir nada se me instaló dentro, impregnando mi piel y mi alma de su aroma, envenenando cada célula mía. Con una mano tomó otra mía y con sus ojos me mostró lo más bonito del mundo. Pero las cosas nunca son fáciles para dos enamorados. Aquel hombre había estado perdido y solo mucho tiempo. Perdido en su ciudad, sin su familia, perdido en su mundo, convertido en un desarraigado solitario, se vio impulsado a errar por la Tierra como un vagabundo, a buscarse a sí mismo por regiones lejanas y distintas. En el momento en que yo lo conocí lo tenia todo preparado para irse a un largo viaje a un país lejano.
Decía que sentía la necesidad irrefrenable de conectar con una filosofía dinámica y viva, apartarse de la filosofía del salón, de la esclavitud y los apegos de occidente, y que allí encontrar lo que iba buscando. Yo, apenas podía comprenderlo y, aunque todo en ese hombre me fascinaba, solo podía llorar por aquel tesoro recién hallado.
¿ Que iba a ser de mí cuando el se fuera? La verdad, que yo no concebía mi existencia sin él, sin esa visión tan singular de todo, sin esa forma tan austera, pero intensamente rica, de vivir. Y aunque el intentaba mantener el tipo, yo sabia que había llegado hasta aquel solitario pero tierno corazón, y una leve sombra oscurecía su alegría cuando hablábamos del viaje.
Por fin llego el momento que tanto había evitado ambos. Los dos nos abrazamos sintiendo nuestros latidos como un solo latido, y lloramos, y deseamos detener el tiempo para quedarnos prendidos durante una eternidad.
" Mira la Luna cuando te sientas triste – me dijo -, que yo haré lo mismo cada vez que te eche de menos", luego cargó al hombro su mochila y se fue sin mirar atrás.
Nunca sentí tanto dolor. Creí que me desmoronaría, que caería al vacío. Perdí las ganas de todo. Sin embargo, lo que nunca perdí fue la esperanza, esa pequeña luz parpadeante iluminando el horizonte con su cálido guiño anaranjado.
Cada diez días recibía carta suya, proveniente de una ciudad siempre distinta, siempre lejana. Las palabras más bellas reflejaban sus más hondos sentimientos, también me hablaba de sus vivencias, de sus descubrimientos y sus logros, pero yo sólo quería saber que iba a regresar. Pasaron días, semanas y meses, y yo iba perdiendo la esperanza, aquella llama se iba consumiendo y mi corazón desgarrado gritaba más fuerte su ausencia.
Cuando recibí su última carta, sentí cierta aprensión, y a la primera frase tuve que detenerme: " Amor mío, hoy te amo más que nunca, pero….", No pude seguir leyendo. Subí a la azotea del edificio buscando el alivio de la Luna, tumbada sobre el suelo boca arriba, busqué y busqué lunática, quería enloquecer bajo su influjo, ser aducida en el espacio. La Luna no estaba. Había luna llena.
En mi dramática mente interprete que había conocido a alguien, estaba empezando de nuevo. Volví a abrir la carta, recordándome a mi misma respirar profundamente para seguir leyendo. Me sobresaltaron los gritos de mi hermana escalera arriba: llevaba mi móvil en la mano. Lo cogí temblorosa y, con el corazón en vilo, me lo acerque al oído. Su voz vibró dentro de mí como una dulce descarga: " Mi amor, ábreme tu puerta, he regresado a buscarte".
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