Se nublarón los cielos de tus ojos,
y como una paloma agonizante,
abatiste en mi pecho tu semblante.
Jardín de nardos y de mirtos rojos,
y al sucumbir, abriste palpitante
tus labios rojos, llenos de antojos.
Me diste generosa tus ardientes
labios, tu aguda lengua, que cual fino
dardo vibrava en medio de mis dientes.
Y docil... Como una débil hoja,
que gime cuando pasa el torbellino,
me diste todos los besos de tu boca.
JOSE RAUL