¿A cuántos de ustedes se les dijo de chico, en ese primer septenio que suele marcar toda una vida, que eran seres divinos, que nacieron para ser felices?
¿A cuántos se les dijo que eran hijos tan deseados, tan buscados, tan amados, tan disfrutados, que vinieron a vivir una experiencia bellísima en el planeta Tierra?
Si criáramos hijos para decirles que son seres de luz, seres divinos en un cuerpo humano durante un rato en este plano, pero muchísimo más que eso durante toda la eternidad, seres que vinieron a experimentar amor, porque son amor, nacieron por amor, existen por amor y si permanecen en ese estado, y lo brindan a las distintas partes de la creación, a todos los compañeros de juego que van a encontrar a cada paso, su vida se convertiría en un paraíso, en una dicha continua, ilimitada, porque sólo el amor es eterno, perfecto, sanador, y eso es lo que ellos son.
Un chico así, manejaría la autoestima de por vida, pero unida a la humildad, a la generosidad de compartir su despertar y su dicha con las distintas formas de la creación, que son simple y maravillosamente otras prolongaciones de sí mismo. Niños así que aparecen en el planeta por amor, cuando reciclen su cuerpo, el amor, su única esencia, los sigue llevando a planos cada vez más bellos con más y más expansión de ese amor como ley fundamental del universo.
Tener hijos con ese sentido de amor por la existencia, hace que esta maya, que esta telenovela, fascinante, vaya teniendo sentido y trascienda el mero argumento epidérmico, que todo lo que tiene nombre y forma nos vaya llevando a instancias mucho más profundas que las que el mundo nos va a ofrecer en su amnesia transitoria.
Claro que no sabíamos esto, no fuimos criados así, al menos, la gran mayoría de nosotros; pero ahora sí lo sabemos, y este es el único momento perfecto de vivirlo, de aplicarlo, de sentirlo, de compartirlo, de transmitirlo a nuestros hijos, nuestros nietos, o los hijos de otros que aparecen en nuestras vidas y que en un punto claro de unidad álmica, también son nuestros hijos o nosotros mismos, en distintos momentos de evolución.
Seres de luz, somos eso, luz, expansión, evolución, maravillas, ¿por qué tardar tanto tiempo en querer despertar a lo mejor de nosotros mismos? Sólo se tarda un instante. El cambio es Ya mismo. No hay pasado, no hay futuro. Sólo está este instante único, perfecto, insondable, eterno, solo este instante para comprender y despertar, para saber la verdad y amar, y trascender lo que el pensamiento y las emociones vapuleadas, presas, dormidas han estado creyendo que era nuestra vida.
Sólo en este instante podemos volar sobre nuestras limitaciones, miedos, culpas, bajas estimas, y abrazar la inmensidad. Amigos divinos, este es el instante, ya mismo, aquí y ahora, y cada momento que va surgiendo, sigue siendo ese presente perfecto, en el que somos tantísimo más que lo que estuvimos hasta ahora creyendo que éramos. Esta es la plenitud. No la perdamos, y si la perdemos, recuperémosla nuevamente, ya mismo. De eso se trata recordar al instante, cuando nos empezamos a olvidar.
Gracias por existir