Todos nosotros hemos pasado días, y semanas enteras,
sin recibir ningún gesto de cariño del prójimo.
Son momentos difíciles, cuando el calor humano desaparece,
y la vida se reduce a un arduo esfuerzo por sobrevivir
En esos momentos, en que el fuego ajeno no le da calor
a nuestra alma, debemos revisar nuestro propio hogar.
Debemos agregarle más leña y tratar de iluminar
la sala oscura en la que nuestra vida se transformó.
Cuando escuchemos que nuestro fuego crepita,
que la madera cruje, que las brasas brillan o las historias
que las llamas cuentan, la esperanza nos será devuelta.
Si somos capaces de amar, también seremos capaces
de ser amados. No es más que cuestión de tiempo