Pasaste como una nube bajo el mar, tu blancura
hecha luz, era un vellón de insólita belleza,
ella nube, yo hombre, con su extraña blancura
amortajó clementemente, mi incurable tristeza.
Vertiginosa y rápida como fugaz centella,
me dejaste el prodigio celeste de su cautela,
y la sigo adorando por exótica y bella.
Que raro arrobamiento dejó en mi alma mía,
esa flor perfumada, que espinas no tenía,
en mi existencia me dejó su dulce melancolía.
Yo no sabré decirlo, perdonar mi locura,
se fue entera blanca y a la vez pura,
yo conservo su esecia, que me tortura.
JOSE RAUL