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Pobrecita mía, hasta en tus delirios,
tuviste para tu hombre una lisonja,
y ya ves, hasta lloran los cirios,
encendidos en manos de una monja.
Los hijos te dejarón, cuando enferma
tu dinero se secó con los años,
como deja el pastor la tierra seca,
donde no pueden pastar sus rebaños.
En torno a ese ataúd mísero y tosco,
como serpiente del dolor, me enrosco,
y con delirio puro, beso tu boquita,
como la última triste despedida.
Pobrecita mía. Te has muerto abandonada,
tu que fuiste la mujer mas amada,
me dejas un recuerdo imborrable,
de todo el amor que me entregaste.
JOSE RAUL
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