Te encontré en un estado lastimoso,
tendida entre la nieve, casi inerte,
cuando ya la guadaña de la muerte,
iba a segar tu cuello primoroso.
Te tomé en mis brazos amoroso,
puesto mi afán, en tu fura suerte,
y atravesando los montes de nieve,
te llevé a mi hogar presuroso.
Hice encender la hoguera deslumbrante,
que llenó de arreboles tu semblante,
te di mi cena y te acosté en mi lecho.
Al verte al otro día muy despierta,
me distes las gracias con un beso muy atenta,
y la medalla de oro que colgaba de tu pecho.