DESLIGARSE
Para amar es necesario ser libre. Nuestras desgracias provienen del hecho de extender un cordón umbilical, el cual siempre encadena, y por ende esclaviza. Todo cuanto ata, sujeta. Y el sujetado no es sujeto si no objeto. Toda ligadura es, pues, sujeción. Una cosa es tener y otra retener. Una cosa es usar y otra apropiarse. Vaya explicarme.
Nosotros tenemos, vamos a suponer, cualidades y valores. Tenemos, por ejemplo, inteligencia, simpatía, cargos, estudios... En la clásica mentalidad ascética, siempre se miró con recelo a las cualidades humanas. Tienes muchas cualidades, anda con cuidado porque puedes perder tu vocación, se decía. Si las cualidades emanaron de Dios, son «hijas» de Dios; ¿cómo podrían ser enemigas de Dios?
¿Dónde está, pues, el peligro real? El peligro comienza y se consuma cuando se extiende emocionalmente un cordón umbilical (adherencia, ligadura) entre una cualidad determinada y mi yo. Con otras palabras, cuando utilizo tal cualidad (inteligencia...) para mi provecho exclusivamente personal; cuando me identifico con mis propias cualidades y valores, y los exploto y los utilizo en tanto en cuanto me producen autosatisfacción, vanidad, emoción.
Cuando se da el narcisismo puro, todo queda re- ferido a mi yo: aquella intervención que tuve; aquella persona que me alabó; esta colaboración que me han pedido; estas personas tan importantes que me consultan, etc.
Y la cabeza anda durante todo el día dando vueltas y recordando las cosas emocionantes y satisfactorias para la vanidad, en cuanto va «engordando» la imagen del propio yo, entre delirios de mayores grandezas y entre mayores temores de perder el brillo de la imagen.
A todo esto se llama apropiarse, hacerla mío. Y eso consiste en extender una carga emocional de anexión entre mi yo yesos hechos o personas, mientras el hombre se va transformando en un propietario de sí mismo dentro de una simbiosis esclavizante. Porque, ¿quién sujeta? ¿Quién es el sujetado? ¿Quién es el sujeto? ¿Quién pertenece a quién: la cualidad a la persona, o la persona a la cualidad? Todo está mutuamente encadenado. Nadie es sujeto. Todos (y todo) están sujetados.
Evidentemente, esta persona está incapacitada para amar. Se amará sólo y siempre a sí mismo. No puede amar a nadie. El amará en los demás aquel aspecto que haga referencia, directa o indirecta, a él mismo: en cuanto lo resalta, en cuanto lo valora. En una palabra, amará en el otro aquello de lo cual él se apropia de alguna manera.
Para poder amar, este sujeto tiene que liberarse de tanta apropiación. Y para eso existe un solo camino: desligarse.
Toda libertad se obtiene cortando una ligadura. Si estoy atado con una cadena a una pared, desligar consiste en romper la cadena y yo quedo liberado.
Si estoy acostado y no puedo dormir porque me molesta el ruido de la calle, significa que he tendido un enlace entre mi atención y el ruido callejero. Basta desligar la atención, y yo quedo libre y duermo. Antes el ruido era «dueño» de mí, porque me dominaba y yo no era libre. Ahora que me he desligado del ruido (desentendiéndome), yo soy el «dueño» (del ruido) porque lo domino: soy libre y puedo dormir.
Si mi oído funciona normalmente, mi oído (no yo) sigue oyendo, durante toda la noche, el tic-tac del reloj despertador. Sin embargo, el tic-tac no me molesta y duermo en paz, porque mi atención está des- ligada de ese sonido. Es decir, el cerebro está desligado del oído. Oye mi tímpano, pero yo no escucho. Desligarse es liberarse.
No puedo estudiar porque me molesta ese grite- río de la casa vecina. Eso significa que extendí una conexión entre mi atención y el griterío. Si corto la conexión (me desentiendo de las voces), es como si el griterío no existiese, y ahora puedo estudiar. Las cosas comienzan a «existir» desde el momento en que ligo la atención a ellas.
Avanzando hacia mayor profundidad, si yo quedo ligado a la crítica de los que hablaron mal de mí, sufro y me irrito. Pero si yo fuese capaz de cortar el enlace entre mi atención y aquella crítica, sería como si aquello nunca hubiese existido, y yo queda- ría completamente tranquilo. Llevamos dentro de nos- otros la llave de la libertad y del amor: el desenlace.
La antipatía es una negra ligadura (adherencia) entre mi yo y aquella persona. Existe dentro de mí esa sensación amarga de resentimiento, porque yo le doy vida al recordar aquella persona y aquellos hechos. Recordar es ligar mi atención a aquella persona. Perdonar es desligarse. Por eso perdonar es liberarse. Si yo fuese capaz de perdonar (desligarme), sentiría un inmenso alivio.
El fracaso (y todos los recuerdos ingratos) es una adherencia emocional que extendemos entre mi atención y aquel resultado negativo. En cuanto subsiste ese vínculo atención al, el fracaso duele y oprime. Si consiguiéramos cortar ese vínculo mental, el fracaso desaparecería, como si realmente no existiese. Somos nosotros los que damos vida a nuestras desgracias. Recordar es atarse. Olvidar es liberarse.
El temor, en general, es una ligadura de mi atención a una persona, a un compromiso futuro, a una enfermedad o un fracaso.
Cuando este vínculo es muy fuerte, entonces además de temor tenemos angustia. Si fuésemos capaces de desvincularnos de ese enlace mental, desaparece- rían todos los temores. Somos nosotros los que damos vida a nuestros «enemigos», sean personas o sucesos.
El temor de la muerte es el enlace emocional y atención al más vigoroso. Aquí quedan enlazadas dos realidades sustanciales: la vida y la persona. Esa ligadura se desvincula con un acto profundo de abandono en las manos del Padre, como Jesús, y llega una inmensa paz. Paz y libertad son, vivencialmente, una misma cosa, causan la misma sensación. Mi- les de veces escuché las dos expresiones juntas: ¡qué paz!, ¡qué libertad!
Estoy presentando al lector caminos de liberación para que los hermanos puedan amarse en la comunidad. Los obstáculos definitivos para el amor están dentro del hombre, y aquí estoy señalando los medios para remover esos obstáculos, para poder amar- se unos a otros.
La adhesión es un vínculo emocional y casi siempre inconsciente. Siempre que hay temor, tristeza, envidia, nerviosismo, agitación, angustia o resentimiento, es porque hay sin damos cuenta alguna ad- herencia a personas o sucesos del pasado, presente o futuro, por vía de rechazo o por vía de apropiación. Con la desvinculación mental, consciente y voluntaria, seríamos capaces de eliminar esos síntomas que acabo de citar.
Para ello, es necesario que el hermano se" habitúe a darse cuenta de estas vinculaciones emociona- les que se establecen en su interior, originadas casi siempre por mecanismos condicionados y reflejos. El hermano necesita despertar. Debe acostumbrarse a detectar tales enlaces mentales y cortarlos con un acto de voluntad.
Sería una excelente terapia purificadora. Con ella, el hermano se sentiría libre, conseguiría la paz y podría relacionarse armónicamente con sus hermanos. No basta con entender. Es necesario ejercitarse. Se necesita paciencia. Los caminos de la libertad (para amar) son estrechos y largos. Debe hacerse acompañar por la esperanza.
IGNACIO LARRAÑAGA