Hay momentos en los que necesitamos un poco de recogimiento y soledad para volver a experimentar la paz y la tranquilidad.
El conjunto de sucesos, circunstancias y situaciones que vivimos día a día, nos obliga a vivir en la superficialidad, perdiendo así todo punto de referencia, y es únicamente desde ese espacio interno donde podemos descansar y recargar nuestras baterías esenciales para salir a afrontar el día con una mejor actitud. Suena extraño hablar en estos días de calma y de la gran necesidad de paz que experimentamos todos. Hemos olvidado que se puede vivir de otra manera, mucho más suave, serena, consciente y atenta, con un ritmo más natural que nos permita reconocer, valorar y disfrutar un poco más de todos los regalos esenciales y de los buenos momentos que también tenemos cada día.
Hemos aprendido a resaltar las situaciones difíciles, trágicas o inesperadas, sin darnos cuenta de que al hacerlo, le damos a nuestra vida una intensidad dramática que nos conecta inmediatamente con las emociones y los pensamientos más negativos. Buscamos el contraste que nos da el vivir emociones fuertes, para poder reconocer que estamos vivos. ¿Alguna vez te has planteado la posibilidad de vivir de otra manera? Mucho más tranquilo, relajado y lleno de ideas, pensamientos y sentimientos más reconfortantes y optimistas.
Tal vez tengamos miedo a simplificar nuestro estilo de vida, porque siempre hemos pensado que necesitamos vivir rodeados de mucha gente, dentro del tráfico y el bullicio propio de las grandes ciudades, acompañados por la inseguridad, la congestión, la frialdad y la distancia que nos separan, en un lugar como ese. Sentimos temor al pensar en la posibilidad de desconectarnos de los grandes centros de diversión y distracción, a los que casi no vamos por las distancias o por falta de tiempo, pero que nos da cierta seguridad saber que ahí están.
Cuántas veces hemos pensado en la posibilidad de reducir nuestro nivel de necesidades y expectativas, para ahorrar no sólo dinero, sino energía y tiempo, para dedicarlos a nosotros mismos y compartirlos con nuestros seres queridos.
¡Lo único que no podemos postergar es la felicidad, y el cumplimiento de nuestros más viejos anhelos y sueños!
Vale la pena que nos tomemos el tiempo para reflexionar acerca de esto.
Cambia un poco tu manera de pensar, revisa tus expectativas y tus necesidades, tal vez descubras que puedes reducir las primeras y que no son tantas ni tan difíciles de alcanzar las segundas. Procura tener una existencia menos agitada y materialista, dale el valor real a cada aspecto de tu vida, y revisa tu lista de prioridades para ajustarla si fuese necesario. Usa las cosas que tienes, lee los libros que guardas, pásate un fin de semana en casa, disfrutando de todo lo que tienes en ella y compartiendo con tus seres queridos o con tus amigos un espacio lleno de buenos sentimientos, de sueños, de tolerancia, de respeto, de optimismo, pero, sobre todo, lleno de la profunda sencillez del amor y del deseo genuino de compartir.