..." Habla Yavé, que tu siervo escucha"...
1 Sam3,10
Homilias del Padre Fabian Gili
(Mt 13, 24-30)
Después de habernos preparado la Palabra, el fin de semana anterior, en esa invitación a trabajar interiormente, recomponer nuestro corazón, en llevarle hacia la mejor tierra posible, bien dispuesta, hoy y en la misma línea de comparación, nos invita a dar un paso más y, verdaderamente, ver nuestra vida desde la Misericordia de Dios. Cuando leo este texto me parece clara la actitud que muchas veces tomamos, que frecuentemente uno escucha: Padre… ¿por qué Dios permite esto?.. Si Dios es tan justo y tan bueno... ¿Por que sucede el mal en el mundo? ¿Por qué un robo? ¿Por qué un asesinato? ¿Por qué una muerte? ¿Por qué la violencia de tantas formas?, y tantos por qué. Es que acaso ¿Dios se ha olvidado, Dios está mirando para otro lado, está dormido, está distraído con otras cosas, se fue a otra tierra? Y ciertamente que no. Este Dios, sin dudas que nos ha hecho buenos y sin duda que ha creado el mundo para el bien. Prueba irrefutable es la libertad que nos ha dado. Habernos hecho a imagen y semejanza suya. Don no siempre usado bien, o no siempre usado para el bien. Esto lo ha hecho algún enemigo; esa acción del maligno que siempre siembra en el corazón del hombre, en mi corazón, la inclinación hacia el mal. Los invito, cuando hacen este planteo, mirar su propio corazón. ¿Vos que te sentís bueno, o que tenes deseos de bien, no haces cosas malas? Y, sí. ¿Quién hay que en su sano juicio pueda negarlo? Y entonces ¿cuál es la pedagogía o la razón de Dios? Y, esta: Tanto nos quiere y tanto ama lo que Él ha creado que prefiere soportar, esperar que aparezcan cosas malas y no intervenir para salvar lo bueno que ha puesto, más cuando queda medio ahí, oscurecido por la acción de lo malo que se nos mete. No sea que arrancando la cizaña saque el trigo. Además, si Dios interviniera y fuera a aplicar su justicia divina ante cada acto mío contrario a su querer ¡qué difícil se nos haría llegar al cielo! Más de uno quedaríamos descalificado en esta carrera. Esa misericordia que nos espera, que nos aguanta y que basta un solo gesto sincero de conversión para que nos abrace como el Padre misericordioso a su hijo pródigo y haga una fiesta porque nos recupera. Y se olvide de todas las cosas malas. Cierto, la conversión tiene que ser sincera. Entonces no se va a preocupar Dios por enmendar el mal que yo cometí. Voy a ser yo mismo y ante la muestra del Amor de Dios me desharé en mil gestos para demostrar mi arrepentimiento y tratar de de resarcir el daño cometido. Pero esa pedagogía que tiene la Misericordia, que nos dice, que nos marca, que nos muestra de mil maneras, pero que llega a un punto que respeta el camino de nuestra vida. Y es desde aquí que nosotros tenemos que pararnos en esta búsqueda de llegar a ser tierra buena.Ver como Dios es misericordioso con mis debilidades, que no las puso Él ciertamente. Está la acción del maligno y por allí le doy una mano al maligno con mi propia obstinación. Me gustó, lo alimenté en lugar de frenarlo. Aún ante esa realidad, la respuesta de Dios es la misericordia, la espera, la búsqueda de tocar el corazón. No de arrancarlo sino de mostrarle el camino de la bondad y así como Dios actúa conmigo personalmente, con cada uno de nosotros, también actúa con mi hermano, actúa con el mundo todo. Por tanto, cuando sintamos en el corazón que nos arde esta situación de injusticia, de mal ¿Cuál debe ser nuestra respuesta? Señor ¿Qué puedo hacer para poner luz, para cambiar esta situación? No voy a irrumpir a arrancar, porque no tengo autoridad para hacerlo, porque vos me has limpiado el corazón y me has perdonado sin más y hasta me seguís mirando, aún con mis debilidades, con mis pequeñeces.¿Qué puedo hacer yo, con vos en mi corazón para llegar a mi hermano? Ante esta situación de injusticia, ante estas situaciones de hipocresía, estas situaciones de corrupción instaladas en nuestra sociedad. Cada uno de nosotros somos la respuesta de Dios. Nosotros somos lo que Dios hace. Contemplemos la misericordia de Dios. Dejémonos amar por el Amor de Dios. Para que entonces, la respuesta de Dios sea intensa, sea en la misericordia, sea en el amor. Si por allí vemos que hay respuestas pobres es porque tal vez nosotros mismos estamos empobreciendo a Dios en nuestro corazón y no lo transferimos, no lo llevamos, no lo hacemos extensivo a nuestros hermanos. Y ciertamente la gratitud, la gratitud por esa espera de Dios, que no quita la justicia. Ya llegará su tiempo. Diré a los cosechadores: saque primero la cizaña, atenla y quémenla y después recojan en el granero el trigo bueno. Ya llegará para los otros como también para nosotros. Por tanto ante la presencia del mal en el mundo, ante la presencia del mal en el corazón, la mirada en la misericordia y desde allí la acción viva, porque sólo quien experimenta el amor puede darlo. Quién mucho amó, mucho puede dar. Quien experimenta grande el amor en ello puede dar en grandeza. Pidamos al señor, entonces esta Gracia. Que en este esfuerzo por tener un corazón bien dispuesto, como tierra bien preparada, para que Él deposite su semilla y fructifique el ciento por ciento. Sepamos ver la Misericordia de Dios y que, ante la debilidad, la flaqueza, el pecado que pueda entrar, nuestra respuesta sea la apertura del corazón a Dios. En Él hacernos realmente fuertes, para limpiarnos nosotros y para ayudar a que otros también se limpien y purifiquen. Y ante ese mal que convive esforcémonos a crecer en Dios. Ya llegará el tiempo en que desaparecerá definitivamente. Hoy mi esfuerzo debe ser tratar de dar lo mejor en el amor. Que cuando el amor entra y está presente, el mal solo se va marchitando, va siendo cada vez menor y hasta llega a desaparecer Pero es necesario que el amor sea claro, sea verdadero y sea fuerte. Sea en definitiva la presencia viva de Dios Pidámoslo al Señor en nuestro corazón y demos gracias por todas las muestras de misericordia con nuestras debilidades, para con nuestras pequeñeces. Padre Fabián Gigli
(Mt.14, 22-33)
Podríamos pensar en esta Eucaristía un tema que lo muestran la primer Lectura y el Evangelio: Estar de pie frente a Dios. Miremos al Profeta convocado por el Señor, en medio de la vida de su pueblo, estaba distanciado de Dios, más cercano de los ídolos que del culto que Yahvé le había marcado. Y el Profeta es convocado por Dios a retirarse al desierto para que Dios le pudiera hablar a su oído, a su corazón. Pudiera trasmitirle todas aquellas cosas que Él tenía en su corazón para su pueblo y que el Profeta pudiera volver y dárselo al pueblo. Y estando en el desierto se produce el encuentro. El Profeta sale a la puerta de la cueva de la montaña donde se hallaba y empieza a ver manifestaciones: que el terremoto, que el viento huracanado, el fuego abrasador, distintas expresiones de mucha fuerza, de mucha intensidad, pero que ciertamente ninguna terminaba de mostrar o de traer la presencia de Dios. Sólo cuando ve la brisa suave, cuando la siente y la percibe, allí se postra porque lo encuentra a Dios. En el Evangelio también vemos a otro elegido de Dios para ser enviado. Vemos a otro que el Señor convoca a estar con Él, a hablarle al corazón para que después lo trasmita: Pedro. Y lo vemos parado, lo vemos de pie frente al Señor. Y ciertamente de pie frente a Dios donde la lógica humana hace aguas, como que estaba parado sobre el agua. Imposible, materialmente imposible. Y sin embargo, ante esta manifestación de Jesús de llegarse hasta ellos caminando; ese hacerlo también a Pedro partícipe. Veamos nuestra propia vida y veámonos también nosotros parados frente a Dios. Si sabemos reconocer esa brisa suave de Su presencia, si somos capaces de tener semejante confianza, o de semejante intimidad que aún podamos vencer lo que a nuestra lógica le resulte imposible. Y aún cuando por momentos nuestra fe sucumba. ¡Señor, sálvame!..Me hundo. Y Jesús, estirando la mano, lo sostuvo. Estaba tan lejos de Dios como el alcance de su mano. Y sin embargo se sintió sólo. Sintió miedo de las olas que a su lado se agitaban. También nosotros. Estando por allí casi en los brazos del Señor, muchas veces podemos experimentar este temor, esta sensación de que nos hundimos. Estamos parados frente a Dios. ¿Lo sabemos reconocer? ¿Sabemos confiar en Él? Porque también cada uno de nosotros tiene este llamado de llenar el corazón con Su Presencia, porque es lo que debemos trasmitir a nuestros hermanos. Hemos de compartir con cada uno de ellos la riqueza del Amor de Dios. Hemos de procurar hacerlo presente a todos. Cada uno como cristiano, como bautizado. Cada uno inserto en algún espacio de vida dentro de la Comunidad, grupos, alguna Capilla, alguna tarea Pastoral. Cada uno miembro de la Iglesia, familia de los hijos de Dios. Demos gracias a Dios que estamos siempre en Su presencia. Pidamos estar de pie en esa presencia, en actitud de búsqueda. Pidamos reconocerlo. Que nada nos aturda. Que no nos distraigan las manifestaciones estrepitosas. Lo que solamente genera movimiento exterior, pero no penetra lo interior. Que sepamos reconocer siempre esa brisa suave que es la presencia de Dios. Y tener sólo confianza en Él. Que no necesitemos de nada fuera de Dios. Nada fuera de Cristo Jesús. Cristo Jesús, muerto y resucitado por nosotros. Conversemos un momento en el corazón. Mirémonos cara a cara con el Señor. Veamos de qué manera estamos parados frente a Él. Y pidámosle la Gracia de poder oír el susurro de Su voz. De poder experimentar Su mano firme que nos sostiene. Y de poder atesorar lo que hemos de llevar. Conversémoslo un momento con elSeñor. Padre
FabiánGigli
(Mt.15,21-28)
¡Que grande es tu Fe! ¡Que se cumpla tu deseo! Un encuentro de Jesús con una mujer extraña para el pueblo de Israel. Una cananea. Una mujer de una comunidad que en los parámetros humanos de aquel entonces, no pertenecía al pueblo elegido de Dios. Por tanto, no podía tener las cosas de Dios. Una mujer que por algunos era considerada como pichicho, cachorro. Esa expresión de Jesús “…No está bien tomar el pan de la mesa de los hijos para tirárselo a los cachorros” es adrede, es a propósito, porque algunos en el pueblo de Israel consideraban que por ser el pueblo elegido, ellos eran mejores que los demás. Y que los otros eran despreciados. Por eso Jesús toma eso que estaba en el lenguaje popular, corriente de muchos. Y lo hace adrede porque ciertamente, conociendo el corazón de quien estaba frente a Él, quería hacer saltar a la luz toda esa fe de esta persona, que en los parámetros humanos no podía tener un acto de fe y qué, sin embargo, reconocía en Jesús al Hijo de David, al Mesías, al Enviado. Ella era despreciada por ser de menor calidad, por no pertenecer al grupo de los elegidos lo había encontrado. Y no sólo que lo había encontrado y descubierto sino que había depositado su corazón en Él. Y por eso le pide, y le pide con insistencia, y no le importaba nada. …¡Señor atendela, porque nos molesta con sus gritos!... Los mismos discípulos tampoco terminaban de descubrir la fe de esta persona que suplicaba. Y simplemente era alguien más que les molestaba, de los tantos que vendrían a pedigüeñarle al Señor por esto o por aquello. “Atendela, así se deja de gritar.” Jesús, que conoce el corazón, que tenía su mirada puesta en ella, como la tiene puesta en todos y sabiendo de su fe, quiere hacerla aparecer ciertamente, para concederle lo que en su fe necesita. …”Mujer, ¡que grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!” para curarle a su hija muy amada, sino también para servirle de testimonio a sus propios discípulos, a la comunidad del pueblo de Israel. Y uno tiene que saber mirar más allá de esas apariencias o de esas etiquetas que a veces nos ponemos. Y aquí nos venimos ya a nosotros. Hoy somos el pueblo elegido de Dios. El pueblo de la Nueva Alianza. Y muchas veces ha habido circunstancias históricas y, hasta puede que en el camino personal, y esto es algo que tenemos que ver cada uno , que durmiéndonos sobre esto” yo soy bautizado”, Padre,” yo soy católico”, nos creamos de que por el sólo hecho de haber recibido el Bautismo ya está todo. Y que no hay que abrir caminos en el amor. Y, lo que es más delicado aún, nos creamos que por ese hecho nosotros somos mejores que aquellos que todavía no lo han descubierto. Cuando en realidad el haberlo descubierto nosotros, tiene que ser una motivación profunda para hacer de que otros también lo encuentren. Y nada tiene que ser obstáculo. Ningún parámetro humano debe llevarnos a no dar el Anuncio. Todos deben recibirlo. Y sabemos muy bien que Dios ha elegido nuestra mediación para llegar a nuestros hermanos. Esa acción del Espíritu se vale de cada uno de nosotros. Cuando vemos la historia de la Iglesia, distintos hombres y mujeres convocados por el Espíritu, hicieron que el anuncio del Evangelio llegue a las distintas Comunidades. Y eso que Jesús hizo históricamente, lo sigue haciendo hoy. Hablamos permanentemente de nuestro mundo descristianizado. Les comentaba algo que con algunos comentó nuestro Obispo en su visita Pastoral hace pocos días, cuando en una reunión con el Papa Juan Pablo , el Papa les preguntaba sobre la realidad católica en nuestro país y los Obispos le decían que el 84 % de los argentinos han recibido la Liturgia Bautismal, pero de ese 84 % tan sólo el 4 % tiene vida Sacramental activa (celebran la Misa, se confiesan) Entonces el Papa Juan Pablo les dijo:”Entonces Argentina no es un país católico, porque si del 84 % de bautizados sólo el 4 practica, es muy poco y no alcaza para decir que es un país católico. Hay un grupo de personas que sí lo son." Por eso esa preocupación constante por tomar la riqueza de lo que Dios nos ha dado, pero llenarla de vida y tener esa preocupación o esa búsqueda de un encuentro personal con Él. Y a la hora de anunciar, porque miren cuantos hermanos nuestros todavía no han descubierto a Dios, aún habiendo sido bautizados. Cuantos hermanos nuestros se privan de esta riqueza de estar mano a mano con el Señor todos los días de su existencia. ¿Y quienes son los que van a llegar a decirles que Dios los ama? Nosotros mismos . Lo que nos decimos tantas veces, aquí en nuestra misma comunidad de Leones ¿Quiénes son los que tienen que llegar a tantos hermanos? En la catedral de la vuelta al perro hay mucha más gente que en nuestro templo parroquial. Si contamos los autos, las motos y los que están parados en la plaza. ¿Y quien va a llegar, no a obligarlos a celebrar la Misa, a anunciarles el amor de Dios. A decirle, hermano, Dios te ama, y te invita a que vivas con intensidad en el amor de Dios, que no te contentes a decir “creo en Dios y lo vivo a mi manera”. Eso no es suficiente. Eso no es rico porque ¿qué es lo que te va a pasar? que cuando realmente necesites de esa presencia viva de Dios, la vas a buscar en tu corazón y no la vas a hallar. Porque en ese “creo en Dios a mi manera”, en definitiva, vos te erigiste en Dios, Dios de tu propio corazón, porque vos disponés lo que vas haciendo. Y cuando la vida nos va curtiendo y recurro a ese altar interior que tengo, claro ¡Dios no está! Porque desde el vamos no lo puse a Él, me puse a mi mismo, aunque presentado como si fuera Dios. ¡Y cuánto hay por anunciar! ¡Cuánto que hay por compartir! Seamos de dónde seamos, estemos donde estemos. Hayamos vivido tal o cual encuentro. Hayamos hecho tal o cual realidad, somos llamados a participar del amor de Dios. Nadie está excluido, ninguno con amor de predilección. Todos objeto del mismo amor de Dios. Y llamados a un vínculo verdadero y profundamente personal. Pidamos al Señor, entonces, tener esta claridad en nuestro corazón. Ser conscientes que Dios nos llama y elige a todos. Pidamos al Señor la Gracia de ser anunciadores de esta riqueza a nuestros hermanos. que también como aquella mujer cananea si es necesario a gritos, anunciemos el amor de Dios. Lo busquemos para nuestra vida y lo compartamos con los demás. Quiera Dios que en nuestra comunidad podamos crecer con esta cercanía íntima y personal con Dios. Pidámoselo de corazón y pidámosle la Gracia que en esta semana que ya hemos iniciado a vivir podamos ser testigos de su presencia ante nuestros hermanos. Testigos de Su amor donde la vida nos va conduciendo y llevando. ¿Lo conversamos con el Señor?
Padre Fabián Gigli
(Mt.18,15-20)
Nos reunimos ciertamente en el Nombre del Señor. Él, como cada domingo, nos convoca. No es casual nuestra presencia en la casa de Dios. No es simplemente que no teníamos otra cosa que hacer. O que pasábamos, vimos la puerta abierta y entramos. Cada uno de nosotros con su situación, cada uno de nosotros con su vida, con lo que en este momento va construyendo y realizando. Tal vez con proyectos, tal vez con desafíos, en la lucha cotidiana, animado, cansado, tal vez con dolores y dificultades. Ciertamente, realidades bien distintas, pero todas en el fondo, con este común denominador.Nos hemos reunido porque sabemos que Dios está presente en medio nuestro. Y sabiéndolo presente y alentados por esta confianza que Él mismo nos da, animémosnos a pedir. Donde dos o mas están reunidos, ahí estoy en medio de ellos y lo que pidan, mi Padre se los dará. Hoy pidamos al Señor lo que Él mismo nos ha enseñado: aprender a corregirnos fraternalmente en el camino de la vida. Si tu hermano peca contra ti, corrígelo en privado…primer paso, indispensable. Siempre en el camino de la vida vamos teniendo por allí situaciones en las cuales no logramos el entendimiento, entre esposos, entre padres e hijos, entre hermanos, entre miembros de la Comunidad, entre compañeros de trabajo, entre vecinos. Si tu hermano peca contra ti, llámalo en privado. Corrígelo. Animarnos a plantearnos las cosas. Animarnos a ese encuentro con el hermano, para corregirlo si su actitud es de pecado, es perjudicial. Para entenderlo, porque ninguno es tan malvado en su corazón que de sabiendas, ex profeso haga cosas para perjudicar al otro. Todos buscamos lo que en este momento entendemos que es bien, que es lo mejor, que es lo que corresponde. Aunque a veces, buscando el bien, no lo hagamos. Somos débiles, el pecado nos limita, nos condiciona y muchas veces hace que nuestra visión sea parcial y por eso es que buscando cosas buenas no las hagamos. En la medida que nos animamos a este encuentro personal con el hermano, podemos descubrir la intencionalidad. Y ver que por allí que esta palabra que el otro dijo y me hizo mucho daño, en realidad tenía toda otra connotación. Y que no era su intención dañarme, herirme. Si lo era, bueno, tenemos la ocasión de reconciliarnos. Si no lo era, le bajamos los decibeles a una situación de conflicto. Y me quedo con lo que realmente es el núcleo de la vida de un cristiano: el vínculo de amor con Dios, con el prójimo, con mi semejante. Si tu hermano no te escucha, búscate dos o tres testigos. Otros que también vean esta situación. Descubran la actitud equívoca del hermano y corríjanlo. Este hablar como ya nos hemos planteado en más de una ocasión. Las debilidades del hermano hay que hablarlas, pero con el hermano enfrente. No en su ausencia. Y si lo hablo con otro es porque vamos a hacer esto: ir a él y hablar:”hermano es necesario que te corrijas. Es necesario que abandones esto, que superes aquello, que crezcas aquí o allá.” Buscar dos o tres y hablarlo. Si no nos escucha, abrirlo a la Comunidad, para que sea la Comunidad que llame a su miembro herido, lo llame a la reflexión, lo llame a la vuelta a Dios. A la conversión, a dejarse modelar el corazón por Dios. Y si no nos escucha, libéralo entonces, y trátalo como a un pagano, como a un publicano, como alguien extraño a la Comunidad. Pero no agotar cada uno de esos pasos y esos caminos. Que aunque insuman esfuerzos, que muchas veces sea difícil dar ese primer paso y ponerse en marcha hacia el hermano en la situación de dificultad, termina siendo profundamente edificante en el corazón. Por la paz que nos da poder entendernos, poder hablar y porque verdaderamente se solucionan muchos, casi me animaría a decir la mayoría de los problemas que se generan en el seno de las comunidades. Pidamos al Señor esa Gracia de saber descubrir este verdadero procedimiento en la caridad, que lleva a la corrección y que lleva al crecimiento. Pidámoselo como les digo desde la confianza de saber que estamos reunidos en Dios. Y cuando nos reunimos Él está en medio nuestro, y lo que le pedimos con sinceridad, nos lo concede. Pidamos también tener, como decía Pablo en la segunda Lectura, el amor como centro de nuestra vida. Porque sólo desde allí se puede hacer la corrección fraterna en la caridad. Sólo desde allí va buscando el bien y no simplemente descargar el dolor, el malestar, la bronca interior. Pasar factura de situaciones antiguas o buscar el daño de mi hermano. Sólo desde la caridad, desde la centralidad del amor, uno puede vivir y realizar esta corrección fraterna. Pidamos entonces en este domingo al Señor, esta Gracia de podernos corregir unos a otros. Pidamos al Señor la Gracia de tener el corazón lo suficientemente abierto, para que cuando se acerque mi hermano a plantearme alguna situación en la que pude haberle hecho daño, sepa recibirlo, sepa escucharlo, y sepa crecer en el amor con él. Sepa aceptar este llamado a la corrección y este llamado a la vivencia del amor. Quiera el Señor que así lo podamos vivir. ¿Lo pedimos en nuestro interior?
Padre Fabián Gigli
(Jn.3,13-17) ¡Cristo Crucificado! Decía San Pablo, escándalo para los judíos, necedad para los paganos. Nosotros, que nos hemos reunimos aquí a celebrarlo al Señor, estamos también proclamando el escándalo de la cruz, la necedad, según los criterios del mundo, de que Dios asuma la muerte. Una muerte despreciable. Todos los signos del desprecio estaban en la crucifixión. Una costumbre de pueblos orientales, bárbara, primitiva, cruel; que el pueblo romano la toma y la utiliza como castigo para los despreciados. Y es lo que elige Jesús. Y nosotros seguimos a ese Jesús crucificado. La Iglesia casi desde sus comienzos, desde los primeros siglos, comenzó a celebrar este acontecimiento con solemnidad. No quiere decir esto que nosotros busquemos la felicidad en el sufrimiento, en la tortura, en el dolor. Que muchas veces algunos cristianos se han confundido y han hecho esa predicación, la de presentarnos a Dios como el que te va a castigar porque haces esto o aquello, o el que le gusta tu sufrir. Sabemos que si. Pero el mensaje de la Cruz es todo lo contrario. El escándalo estaba en el que allí se estaba predicando justamente el Amor. Dios, asume lo despreciable y lo asume porque lo ama. El no quiere el dolor en sí mismo, El quiere que salga del corazón. Él no quiere nuestro pecado, no quiere nuestras miserias, pero nos ama aun con nuestro pecado y con nuestras miserias. Y es lo que debemos nosotros hoy contemplar y llevar a la cruz, como una ofrenda, aunque muchas veces se nos caiga la cara de vergüenza. Nunca dejemos de acercar a la Cruz de Jesús nuestras debilidades. Y hacerlo con humildad, porque sólo con este don se lo puede aceptar al signo de la Cruz. Mirarlo a Dios cara a cara y decirle: "Señor, me diste la vida, me diste el amor, me hiciste libre, me has creado inteligente y yo te traigo mis miserias." Miremos cara a cara a ese Dios que como en la parábola del Padre Misericordioso, ante el hijo que viene compungido y le dice" padre he pecado" le contesta organizando una fiesta. Lo besa, lo abraza y arma la fiesta porque lo tiene vivo, porque lo ha recobrado. Esta celebración de la Exaltación de la Cruz para nosotros es la exaltación del Amor de Dios. Y es lo que hemos de preguntarnos permanentemente ¿Qué tan presente está en nuestro corazón la conciencia de ese amor? En cada acto que realizo, aquí adentro de la Iglesia, andando por el mundo, en cada paso, en cada circunstancia, ¿de veras nos dejemos interpelar por el Amor de Dios?. Este camino de la cruz no fue una decisión improvisada en Dios. Tiene todo una larga preparación a lo largo de la historia de Salvación. Cuando miramos en las escrituras el Árbol de la Tentación. Esa imagen del diablo personificado en una serpiente que envuelve, enreda, confunde y hace caer al hombre y lo aparta del Amor de Dios. Ese hombre que en el caminar como pueblo de Dios, le cuesta la perseverancia y muchas veces se distrae y se aparta del camino “…nos has traído a este lugar para morir"…. La respuesta de Dios: "fabrica una serpiente de bronce y elévala sobre un asta, ponla sobre un palo, sobre un tronco, y el que levante la vista y mire esa serpiente allí representada, será curado" Esa es la imagen que retoma Jesús en el Evangelio: la del Árbol de la Vida de los comienzos de la creación, la del camino del desierto …es necesario que el Hijo del hombre sea elevado como aquella serpiente de Moisés en el desierto. Y así como en aquel momento, viendo esa imagen simple de metal, tenían por la Gracia de Dios, la posibilidad de recuperar la vida; hoy, no viendo ya una imagen sino viéndolo a Dios mismo, cara a cara; cuánto más tendrán Vida. Y no sólo la vida física, la Vida del Espíritu, la Vida en plenitud. Cada uno de nosotros tiene mucho para trabajar a partir de estas imágenes, porque cada uno de nosotros sabe cual es el motivo de tentación en el cual el maligno lo envolvió y lo terminó llevando lejos de Dios. O por allí tal vez no tan lejos, pero debilitando, enfriando la relación de amor. Cada uno de nosotros también sabe cuales fueron esos momentos en los que la acción del Espíritu, la Voz de Dios lo invitó a levantar la mirada, a elevar desde el corazón la mirada a Dios y buscar en Él la Vida. Dejemos que esta imagen trabaje en nuestro interior. Pensémosla hoy, y durante esta semana, volvamos al texto y vayámoslo meditando. Dejémonos llenar por el Amor de Dios. Porque es eso lo que sostiene nuestra vida y nuestro ser cristiano. No las cosas que hacemos, sino el encuentro cara a cara con él. Y es ese Amor de Dios el que hemos de poner como anuncio firme en nuestra sociedad, en nuestro mundo. Es lo que necesitamos impregnar. Por eso contemplémoslo al Señor crucificado. Contemplemos el Amor, que desde la cruz nos ofrece y dejémoslo derramar en nuestros corazones. ¡Dejémoslo! Que al levantar la mirada podamos entregarle, con humildad y confianza, nuestras miserias. Que su Amor nos cubra, nos plenifique y nos haga crecer profundamente en Su intimidad. Pongamos esto en nuestro diálogo interior de cara con Dios y pidámosle la Gracia de que a lo largo de la semana, al haber celebrado la Exaltación de la Cruz, seamos testigos del Amor de Dios aquí en nuestra Comunidad, en medio de nuestros hermanos. Conversémoslo con el Señor.
Padre Fabián Gili
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