Pentecostés es el sello de calidad de la Pascua
A la Pascua de Jesucristo le corresponde necesariamente la venida del Espíritu Santo. Pentecostés es el sello de calidad de la Pascua. Federico Palacios.
- 24/04/2012 00:01 | Federico Palacios (Laico católico. Miembro del Comipaz)
A partir del día calendario de la Pascua, la mayoría de las iglesias inician litúrgicamente el tiempo pascual, que se extiende por 50 días hasta la fiesta solemne de Pentecostés.
Es por eso que me ha parecido oportuno dedicar esta reflexión al gran protagonista de Pentecostés: el Espíritu Santo.
El antiguo concilio de obispos de Constantinopla (381) reconoció, muy inspiradamente, que es señor y vivificador, y que con el padre y el hijo recibe una misma adoración y gloria. Intensas palabras dirigidas a aquel que muchas veces en la práctica ha sido olvidado o relegado a un segundo plano en todas las denominaciones cristianas.
Pero, ¿quién es esta persona a quien también le debemos adoración y gloria?
Si pretendiera en esta columna realizar una explicación acabada sobre Él, sería un necio: se trata de Dios. Además, tuvo que venir nuestro señor Jesucristo para revelarnos su persona: “Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro paráclito para que esté siempre con ustedes” (Juan 14,16).
La acción del Espíritu Santo. La palabra de origen griego “paráclito” se traduce como abogado o consolador. En horas decisivas de su vida, previas a su Pascua, Jesús promete “otro abogado o consolador” como Él.
Es otra persona divina como Él. La sagrada escritura nos dice que enseña, conduce a la verdad, da testimonio, gime, intercede, se entristece; dice que sabe, que tiene deseos.
El señor resucitado y ahora a la derecha del padre se hace presente hoy a través de la acción del Espíritu Santo, el “otro paráclito”. Dumitru Staniloae, uno de los teólogos ortodoxos más importantes del siglo 20, afirma: “Sin su acción, la palabra de la revelación no llegaría a manifestarse a las almas como palabra de Dios”.
El apóstol San Pablo a los cristianos de Éfeso les dice: “En él, ustedes, los que escucharon la palabra de la verdad, la buena noticia de la salvación, y creyeron en ella, también han sido marcados con un sello por el Espíritu Santo prometido. Ese Espíritu es el anticipo de nuestra herencia y prepara la redención del pueblo que Dios adquirió para sí, para alabanza de su gloria” (Ef. 1,13-14).
Por eso, a la Pascua de Jesucristo le corresponde necesariamente la venida del Espíritu Santo. Pentecostés es el sello de calidad de la Pascua: de que la compra que realizó el Señor Jesús, a precio de su sangre, es eficaz en la vida de cada hijo de Dios.
Necesitamos continuamente su venida, su avivamiento, que su amor se derrame una vez más. Que el señor y vivificador toque nuestros corazones.
Me parece significativa esta oración, compuesta por Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los Focolares, con la que quisiera finalizar:
“Espíritu Santo, tú eres la luz, la dicha, la belleza./ Tú arrebatas las almas, inflamas los corazones/y haces concebir pensamientos profundos y decisiones de santidad/con compromisos individuales inesperados. Tú santificas. Pero sobre todo, Espíritu Santo,/tú que eres tan discreto, aunque impetuoso y desbordante,/y soplas como brisa leve que pocos saben escuchar y sentir,/ mira lo rudo de nuestra tosquedad y haznos más devotos./Que no pasemos ningún día sin invocarte, sin agradecerte, sin adorarte, sin amarte,/sin vivir como discípulos asiduos tuyos./ Esta es la gracia que te pedimos. Amén”.(Fuente: La Voz del Interior- Córdoba- Arg-)