¡Tú me enseñaste!
La soledad, la distancia, la incomunicación, me las enseñaste tú. Fui aprendiendo a tomar la forma de tu silencio, como el agua la toma del vaso que la contiene.
Fui acomodando mis palabras al molde de tu lenguaje, con monosílabos cortantes e indiferentes, frases secas, insustanciales.
Aprendí a caminar sobre tus pasos solitarios. Y a acostarme todas las noches con vacíos, pero sin quejas. Todo en silencio, alma adentro.
Aprendí a que mis inquietudes no te rozaran ni te despertaran.
Aprendí a dormir sobre la vida, en vez de velar por ella.
Aprendí que la soledad, estando juntos, es como un precipicio que nos paraliza, quizá por el temor de acabar de hundirnos en ella.
Aprendí a hacer de la soledad defensa, envoltura imprenetrable para las emociones.
Aprendí contigo a meterme en el caparazón de la soledad, como en una trinchera amurallada.
Aprendí a quedarme quieta y dejar pasar todo vestigio de comprensión, todo rumor de nuevas alas sobre el cielo del amor.
Aprendí a ser una torre cerrada cobijando resentimientos.
Aprendí a usar una máscara de piedra detrás de la cual se esconden mis palabras, secretas, silenciosas.
Esta insensibilidad la aprendí de ti. Porque cuando llegué a tu vida era una campana repicando, un corazón desbordado, un río que cantaba colándose por todas partes.
Yo que traía la voz de la felicidad, he aprendido a enmudecer a tu lado. ¡Tú me enseñaste!
D/A.
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