Cuando comienza a aclarar el día, estás puntualmente posado en lo más alto del árbol, cantando con todas tus fuerzas una hermosa melodía, antes que comience la primavera. Lo mismo haces con orgullo en el atardecer. El resto del día te dedicas a cultivar con un arte tremendo las semillas de los frutos, las depositas justo en el lugar adecuado para que crezcan siempre, sabes perfectamente que necesitas de ellas para alimentarte, así como lo deliciosos que son. Gracias a ti, tenemos esos dragos milenarios y palmeras centenarias que adornan nuestros campos. Por eso me veo obligada a pedirle a los seres humanos que cuiden del medio ambiente, porque mereces vivir en esta tierra.