Luis García Montero
Cuarentena
Con qué ferocidad y a qué hora importuna salen tus veinte años de la fotografía para exigirme cuentas. En los ojos heridos por la luz sostienes la mirada de mis sobras, en el descaro de tus profecías desdeñas la lealtad de mis recuerdos, en la piel transparente anegas el cansancio de mi piel y defines mis años por traiciones.
No escandalices más, hablemos si tú quieres, elige tú las armas y el paisaje de la conversación, y espera a que se vayan los invitados a la cena fría de mis cuarenta años. Por evaporaciones, como las aguas sucias de los charcos se acercan a las nubes, caminaré contigo hasta la plaza de tu juventud. Allí están los magníficos árboles de las ciencias y las letras con sus palabras en el mes de mayo, y el orden de los números a la orilla del tiempo, más cerca de las sumas que de las divisiones.
Imagino tu voz, supongo el aire -porque a veces regresa hasta mis labios en noches de espesura- con el que afirmarás que toda libertad es una roca, que no faltan el viento y las razones, sino la voluntad en el timón, para gritar después que mi conciencia es ya ropa tendida, palabras puestas a secar.
Tendrás razón. No digo ni la mitad de lo que siento. Pero recuerda que mi soledad, la que arde en mi lámpara de desaparecido, es el silencio de las causas públicas. Y puedes comprenderme: mis mujeres dormidas, el cajón de los barcos indefensos, un teléfono antiguo..., todas las tachaduras se parecen a la inquietud que sufres ante la vida en blanco.
Ya que fuerzas mis sombras con tu luz comprende mi silencio en tus exclamaciones. Porque sabes que sé el lado frágil de la impertinencia, lo que hay de imitación en tu seguridad, la certeza que llega de los otros para empujarte por el afán de ser el elegido, por el deseo de gustar, hasta vivir de oídas en muchas ocasiones.
Aceptaré las quejas, si tú me reconoces la legitimidad de la impostura.
Ahora que necesito meditar lo que creo en busca de un destino soportable, me acerco a ti, porque sabías meditar tus dudas. Cuando tengas la edad que se avecina, admitirás el tiempos de los encajadores, la piel gastada y resistente, el tono bajo de la voz y el corazón cansado de elegir sombras de pie o luz arrodillada.
Después de lo que he visto y lo que tú verás, no es un mal resultado, te lo juro. Baja conmigo al día, ven hasta los paisajes verdaderos en los que discutimos, y me agradecerás la difícil tarea de tu supervivencia.
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