En numerosas ocasiones un hombre había oido hablar de las excelencias de la madera de Sándalo y sobre todo de su maravilloso y sutil aroma que ésta despide. Tenía tanta curiosidad de saber de ella que se convirtio en un encendido deseo de conocerla. Pero donde él vivía no existia esta clase de madera, así que pensó que seria buena idea excribir a sus amigos en distintas partes del mundo y pedirle que le enviasen un trozo de la madera en cuestión, pensando que alguno la consiguiera y se la pudiera enviar. Escribió cartas a todos sus amigos que le venian a la memoria suplicando por favor le enviaran un pedazo de la madera de Sándalo. Estuvo esperando días y días hasta que un día escribiendo una de estas cartas se quedó pensativo mordisqueando el lápiz con el que había escrito buen número de ellas. De pronto, un sutil aroma se coló por su nariz. ¡Que explendio perfume! Lleno de alegría, descubrió que el lápiz que le servia para pedir el Sándalo estaba hecho precisamente de esta madera. Aveces anciamos lo que no tenemos, pero no sabemos apreciar lo que está a nuestro alcance
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