ROMANCE DE LA NOCHE MÁS BELLA
Nos fuimos -noche de octubre- por la larga carretera. Ya no llovía. La luna,era una luna canela. Cara plácida y redonda.Cara de madrina buena. Sonrisa de plata y ámbar.Maravillosa hilandera. Su madeja de fulgor se enredaba entre la yerba; prendía en los matorrales finas hilachas de seda; se ovillaba en los rincones, se destrenzaba en las cercas y tejía encajes anchos que colgaba de las tejas. El viento no se movía... Donde la ciudad comienza, el cementerio olvidado tenía quietud de piedra. Altos cipreses, en fila, estiraban puntas rectas. Se balanceaba en la sombra el candil de la luciérnaga, y de los campos mojados subía pesada esencia. Reñíamos en voz baja por necedades pequeñas. ¡Niños que juegan a herirse aunque la herida les duela! Reñíamos, porque nunca dos que se quieren de veras, logran probar la alegría sin mezclarla con tristeza. En el cauce del amor brotan corrientes diversas, y jamás se siente puro el sabor del agua fresca... Expresabas tu rencor en crueles palabras negras, clavando en el corazón alfileres y saetas. Se alzó rápido mi orgullo, y con las pupilas secas te respondí frases duras y desafié tu violencia. Entonces, la luna sabia, nos enredó en su madeja: tibia suavidad de encanto, nido de lumbre magnética, red de plata que aprisiona, trenza de sutiles hebras... Tu mano buscó mi mano en una caricia tierna, y yo doblé, avergonzada, la petulante cabeza, olvidando, como niños, penas, rencores y quejas. Después... nunca fue una noche mejor que la noche aquella. Húmeda noche fragante. Noche de luna canela. Frente al lagar de la muerte encendió la vida bella, como una rosa gigante, su llama de veinte leguas. ¡Flor que nacía en el barro y besaba las estrellas! El reloj marcó la hora: doce campanadas lentas... Cuando la dicha nos llega, los minutos se atropellan. Regresamos en silencio por la larga carretera, con las manos enlazadas y con las almas suspensas. Ya estaban en la ciudad cerradas todas las puertas, y ninguno caminaba por las calladas aceras. Así, nadie adivinó la dulzura que era nuestra. Sólo la luna sabía, pero la luna es discreta.
Claudia Lars |