En un diálogo profundo,
cierto día me encontré;
cuestionándome a mí mismo...
La razón ya de mi ser.
No sé cómo, cuándo y dónde,
surgió un claro resplandor;
fue una luz magnificente,
y mi conciencia preguntó:
¿Qué le falta a tu existencia,
que ya Dios no te haya dado?;
tienes vida y salud...
¿Por qué eres desdichado?
Y la mente siempre fría,
calculando la respuesta;
contrapuesta a la conciencia,
simplemente respondió:
Hay un cuerpo material,
donde juntas albergamos;
energías que yuxtapuestas,
no por siempre congeniamos.
Más contesta la conciencia,
presta, ávida y sublime;
mi mandato es del espíritu,
que creó todo y lo concibe.
Soy la esencia, soy la voz,
soy la ley que Dios escribe;
en todo ser animado...
Mando en ti y no lo olvides.
El pensar inmiscuido
en biológica esencia;
le responde, le cuestiona...
Su magnánima elocuencia.
¿Qué hay dos entes programados
que compartan intersticios;
de éste cuerpo atormentado
que nos brinda error y juicio?
La conciencia bien responde
nuevamente y sin chistar;
al erróneo pensamiento,
de la mente en su expresar.
No confundas los principios
y las leyes obligadas;
tú eres mente cognoscente,
y yo luz... Ilimitada.
Tu existencia no compete
más que al cuerpo que te porta;
más yo en ti, soy la energía...
Soy el vínculo que aporta.
Tú sin mí no eres nada,
sólo huésped de un cerebro;
y si éste no funciona...
¿Qué va ser de tu intelecto?
¿Qué acaso no comprendes
que soy yo la que les dicta;
a las mentes prodigiosas
y a las burdas, lo que emitan?
La sapiencia y el talento
es el don que Dios te ha dado;
más sin mí que soy conciencia,
tu intelecto es limitado.
Con el fin de éste debate,
ya por fin se determina;
que una mente razonable,
sin conciencia... No germina.
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