Jordi Doce
Palomas
Cruzan el patio las palomas. Se cuelgan del alféizar, gorgotean, van y vienen por la penumbra con sus plumas raídas y su insolencia terca. Palomas de ciudad, vestidas del hollín que respiran, sirvientes del tendal y la basura. Las odio cordialmente desde mi ventana, busco espantarlas, cuelgo plásticos, pero es inútil. Vuelven al poco, o nunca se marcharon, y de nuevo me llega, burbuja sobre el limo de las horas, el émbolo sonoro de sus cuellos. Algo dice, tal vez, ese discurso de una sílaba, su gutural monotonía poblando el patio de impaciencias. Algo que ignoro y no puedo ignorar, que insiste en el silencio de la casa con tonos de reproche y desafío. Traduzco un par de páginas, preparo café, se demora la tarde en su grisalla y allí las veo, necias y abstraídas, con su grave zureo que me interroga. Algo dicen, tal vez, que mi sombra comprende, que mi sombra calló y ahora recuerda, porque es suyo.
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