Allí estaba y aún no lo podía creer; era el nuevo vigilante del cementerio. Un pariente que trabaja en el municipio me consiguió ese empleo. No era un gran mérito que digamos, pues no deben ser muchos los que quieren ese trabajo por razones obvias. El antiguo vigilante me dio un montón de instrucciones. Mirándome fijamente me dijo varias veces: “No es necesario que salgas de la casilla y andes dando vueltas por el cementerio en plena noche, no. Puede ser que a veces oigas alguna cosa, pero no le des importancia, no salgas, son ruidos de cementerio nomás. Pero tampoco te duermas aquí, no es bueno. Trae bastante café y lee algo o lo que sea”. “Ruidos de cementerio”, le pregunté varias veces qué quería decir con eso, pero el viejo se las ingenió para no contestarme.
Llegué al atardecer. Los sepultureros ya se habían ido. Vi a un cortejo fúnebre marcharse lentamente. Después, ya casi de noche, me aseguré que no quedara nadie y cerré el portón. La casilla era diminuta. En un rincón había palas y picos, en el centro una mesita, una silla, en otro rincón un pequeño armario, eso era todo. Había llevado un termo lleno de café. Me senté a beber mientras miraba por la ventana. Veía desde allí gran parte del cementerio: lápidas, criptas, panteones, algunas estatuas de ángeles, otras más extrañas, y más allá el muro que estaba en el fondo, y una porción de cielo que aún conservaba algo de claridad, aunque las estrellas ya empezaban a titilar. También había llevado un libro. La lámpara que estaba sobre mi cabeza pendía de los cables y se hamacaba levemente, produciendo un efecto sobre las letras del libro, sobre mi vista más bien, y parecía que se hamacaban también y me ardía los ojos.
Cada vez que consultaba el reloj me sorprendía lo temprano que era. Cada tanto miraba hacia la ventana, y como la noche era clara, veía las facetas de las lápidas y las criptas iluminadas por la luna, y a las sombras que formaban. Las vistas me ardían cada vez más, así que decidí descansar los ojos. De pronto, un ruido. Levanté la cabeza y miré hacia la ventana, y entre las lápidas iba cruzando una silueta humana que se ocultó tras una cripta, y después vi que asomó la cabeza para enseguida esconderse de nuevo. Sin pensarlo tomé la linterna y salí. Avancé iluminando las sombras. Cerca de la cripta caminé lentamente, la rodee, pero no había nadie, más al volverme hacia la casilla, había un muerto a mi lado, y se abalanzó hacia mi cara con la boca abierta y lanzando una especie de gruñido. De repente estaba nuevamente en la casilla; me había dormido. Aquella pesadilla fue la más real que tuve en toda mi vida, de sólo recordarla siento terror. Trabajé un buen tiempo en el cementerio, pero no volví a dormir en él. Ruidos, nunca escuché nada alarmante. Creo que el viejo vigilante los oía porque estaba algo loco, por haber sufrido muchas pesadillas tal vez