Por Jorge Melendrez

 Los seres humanos estamos acostumbrados a amar intensamente y de manera incondicional, sin embargo, nada se compara con el amor que conlleva el sacrificio, ese amor que sólo puede ser dado por quienes tienen la virtud de ser padres que aman de esta manera a sus hijos. Un amor que llega hasta el sacrificio, es un amor más allá de este mundo, pertenece al reino de Dios. La siguiente historia es prueba de ese amor.

Cierto día, en una familia como las hay muchas, nació dentro del seno de la misma una hermosa niña, la que fue bautizada con el nombre de María José, María sugirió la madre, y José dijo el padre, ya que muy en su interior deseaba que su primer hijo fuese un varón, sin embargo, pasados los días y los meses, aquella niña encantadora se convirtió en la adoración de un padre que ahora le daba gracias a Dios porque hubiese sido niña. Era una niña de ensueño; alegre, vivaz, inteligente, llena de gracia y además, muy bonita, pues en lugar de ojos tenía dos luceros de un color azul turquesa y sus cabellos parecían hilos de oro sobre sus hombros.

Cierto día, después de algunas semanas que empezaba a asistir al colegio, la niña le preguntó amorosamente a su papá: ¡Papi, papi!, ¿Qué me vas a regalar cuando cumpla quince años,? Dime: ¿cuál va a ser mi regalo? El papá lleno de amor y esbozando una leve sonrisa le contestó: ¡Pero hija mía, si apenas tienes seis años, no te parece que aún falta mucho tiempo!, Añadiendo: ¡Lo que sí puedo decirte que será un regalo excepcional!, Sí papi, contestó la niña, y siguió jugando con sus muñecas.

Pasó el tiempo, y aquella familia no había tenido más hijos, de tal manera que María José llenaba todos los espacios del amor de aquellos padres que se habían dedicado en cuerpo y alma a darle lo mejor, de tal manera que aquella hermosa niña, ya se había convertido en una jovencita llena de pulcritud, finura, educación, sobriedad y sobre todo, llena de amor para todos los que la rodeaban, amigas y amigos, profesores, vecinos, familiares y en general, por donde pasaba, dejaba una estela de grata sensación, ella era una joven excepcional en todos los sentidos. Todo era felicidad en aquel hogar, sin embargo, una mañana estando en misa con toda la familia, María José sufrió un desmayo, y fue necesario hospitalizarla de inmediato ante la perpleja mirada de sus padres. Las horas de angustia en el hospital parecieron interminables, y al filo de la noche, los médicos le dieron a los padres la infausta noticia: María José tenía una grave lesión en su corazón, y no albergaban muchas esperanzas. En el silencio del hospital, una noche María José le preguntó a su papá: Papi, dime, ¿verdad que voy a morirme?, ¡No hija mía, no vas a morirte, Dios es tan grande que no lo permitirá, ¡Tú vas a vivir!, Gracias papi, pero dime: ¿A dónde va la gente cuando muere?, va a la presencia de Dios hija mía, contestó el padre quitando con sus manos una leve lágrima de su mejilla. Pero no te preocupes, yo siempre estaré contigo, y cuando te falte, me convertiré en viento para venir a acariciarte suavemente.

Algunos días después, una mañana los médicos les dijeron que la única manera de salvarle la vida a María José, era encontrando urgentemente un donante de un corazón sano que ayudara a prolongarle la vida. ¡Un corazón!, ¿Dónde? Aquel mismo día María José cumpliría quince años de edad; sin embargo, ya entrada la tarde, consiguieron un donante, y después de casi diez horas de intenso trabajo médico, la operación fue un éxito. ¡María José viviría! Sin embargo, aquel amoroso padre no había vuelto por el hospital, y María José lo extrañaba y preguntaba insistentemente por él. ¡Salió de viaje, le dijo su madre, pero antes de partir te dejó esta carta, entregándosela con lágrimas en los ojos. Aquella carta decía unas breves palabras: "Hija mía, al momento de leer mi carta ya has cumplido quince años de edad, y tienes un corazón fuerte latiendo en tu pecho, esa fue la promesa de los médicos que te operaron. ¿Sabes,? Lamento mucho no poder estar a tu lado en estos momentos, sin embargo, debes saber, que cuando supe que ibas a morir, sentí que yo también moriría contigo, y después de pensar y sentir mil cosas, decidí cumplirte lo que un día te prometí para el día que cumplieras 15 años, ¡darte un regalo excepcional, y decidí darte mi vida!, ¡Vive tú hija mía que tienes todo el mundo por delante, sé siempre la niña buena que has sido y da siempre amor a todos quienes te rodean. Con todo mi amor, Tu papá". María José apenas pudo terminar de leer aquella carta, pues sus ojos estaban llenos de lágrimas, llorando tanto que se quedó dormida de cansancio.

Un regalo excepcional