Ignacio Montes de Oca y Obregón
Ipandro Acaico
Triste, mendigo, ciego cual Hornero, Ipandro a su montaña se retira, sin más tesoro que su vieja lira, ni báculo mejor que el de romero.
Los altos juicios del Señor venero, y al que me despojó vuelvo sin ira de mi mantel pidiéndole una tira, y un grano del que ha sido mi granero.
¿A qué mirar con fútiles enojos a quien no puede hacer ni bien ni daño, sentado entre sus áridos rastrojos,
y sólo quiere en su octagésimo año, antes que acaben de cegar sus ojos morir apacentando su rebaño?
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