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Ignacio M. Altamirano
La plegaria de los niños
« En la campana del puerto ¡ Tocan, hijos la oración.....! ¡ De rodillas..., y roguemos a la madre del Señor por nuestro padre infelice, que ha tanto tiempo partío, y quizás esté luchando de la mar con el furor. Tal vez, a una tabla asido, ¡ no lo permita el buen Dios! náufrago, triste y hambriento, y al sucumbir sin valor, los ojos al cielo alzando con lágrimas de aflicción, dirija el adiós postrero a los hijos de su amor.
¡ Orad, orad, hijos míos, la virgen siempre escuchó la plegaria de los niños y los ayes del dolor!» En una humilde cabaña, con piadosa devoción, puesta de hinojos y triste a sus hijos así habló la mujer de un marinero, al oír la santa voz de la campana del puerto que tocaba la oración.
Rezaron los pobres niños y la madre, con fervor., todo quedóse en silencio y después sólo se oyó, entre apagados sollozos, de las olas el rumor.
De repente en la bocana truena lejano el cañón: «Entra buque!», allá en la playa la gente ansiosa gritó. Los niños se levantaron; mas la esposa, en su dolor «no es vuestro padre, les dijo: tantas veces me engañó la esperanza, que hoy no puede alegrarse el corazón».
Pero después de una pausa ligero un hombre subió por el angosto sendero, murmurando una canción.
Era un marino....!Era el padre! la mujer palideció al oírle, y de rodillas, palpitando de emoción, dijo: «¿ Lo veis, hijos míos?» La virgen siempre escuchó la plegaria de los niños y los ayes del dolor.
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