Vicente Gerbasi
CANTO XIII
¿Quién me llama, quién me enciende los ojos de leopardos en la noche de los tamarindos? Callan las guitarras el soplo misterioso de la muerte, y las voces callan, y sólo los niños aún no pueden descansar. Ellos son los habitantes de la noche, cuando el silencio se difunde en las estrellas, y el animal doméstico se mueve por los corredores, y los pájaros nocturnos visitan la iglesia de la aldea, por donde pasan todos los muertos, donde moran santos ensangrentados. Por las sombras corren caballos sin cabeza, y las arenas de la calle van hasta el confín, donde el espanto reúne sus animales de fuego. Y es la noche que ampara la existencia a solas, en el niño insomne, en el buey cansado, en el insecto que se defiende en la hojarasca, en la curva de las colinas, en los resplandores de las rocas y los helechos frente a los astros, en el misterio en que te escucho con una vasta soledad de mi corazón. Padre mío, padre de mis sombras. Y de mi poesía.
CANTO XIV
Áspero cuero de tigre, estrellada lentitud de arqueado lomo, fuerte cabeza insomne, dientes detenidos en la sombra. El viento vegetal lame las peñas, húmedas lumbres vagan por el río, y tensos pasos hunden las flores de la noche en la memoria.
CANTO XV
Sí, la noche sostenida en las grandes hojas espesas, en las lianas que bajan hasta las aguas negras, como lentas serpientes encantadas por los brujos, en los brillos que huyen como soplos azules, dando un temblor fugaz a las ocultas flores, te dio el secreto antiguo de mi ardorosa tierra. Tocaste las raíces, las piedras y las frutas, abrazando los árboles, corriste por pantanos, penetraste en las cuevas, heriste el armadillo, que semeja un cruzado de bruñidas corazas, perdido en las penumbras de la selva y el río. Viste las madrugadas de las lluvias calientes y oíste el murmurar de árboles y animales, ese reclamo eterno de la tierra en la noche que a veces llora y grita y ronca en la pantera. Y viste el estallido de las grandes semillas, y el nacer de la hoja y el abrir de la flor. Y hablaste, circundado por venados atónitos: “¡Ampárame, oh tierra maravillosa! Yo me estaré contigo adorando tus peñas que en las penumbras tienen rostros de nuevos dioses. Yo vengo de los puertos, de las casas oscuras, donde el viento de enero destruye niños pobres, donde el pan ha dejado de ser pan para los hombres. Yo vengo de la guerra, del llanto y de la cruz. ¡Ampárame, oh tierra maravillosa!”
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