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Olga Orozco
Mujer en su ventana
Ella está sumergida en su ventana contemplando las brasas del anochecer, posible todavía. Todo fue consumado en su destino, definitivamente inalterable desde ahora como el mar en un cuadro, y sin embargo el cielo continúa pasando con sus angelicales procesiones. Ningún pato salvaje interrumpió su vuelo hacia el oeste; allá lejos seguirán floreciendo los ciruelos, blancos, como si nada, y alguien en cualquier parte levantará su casa sobre el polvo y el humo de otra casa. Inhóspito este mundo. Áspero este lugar de nunca más. Por una fisura del corazón sale un pájaro negro y es la noche -¿o acaso será un dios que cae agonizando sobre el mundo?-, pero nadie lo ha visto, nadie sabe, ni el que se va creyendo que de los lazos rotos nacen preciosas alas, los instantáneos nudos del azar, la inmortal aventura, aunque cada pisada clausure con un sello todos los paraísos prometidos. Ella oyó en cada paso la condena. Y ahora ya no es más que una remota, inmóvil mujer en su ventana, la simple arquitectura de la sombra asilada en su piel, como si alguna vez una frontera, un muro, un silencio, un adiós, hubieran sido el verdadero límite, el abismo final entre una mujer y un hombre.
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