Eladio Cabañero
Compañera
(Tan conocida y tan extraña)
Amanecí una vez cerca del río; venia un ciervo tuyo con la bella cabeza hecha un desorden, miré y colmabas los recipientes del sol. Espadas del otoño y el sereno limón de tu ventana, retaron mi corazón fiado en su ternura. Tapia que gana el empujón del viento, fui vencido. Quedé solo en la noche, quedé mirando el mar a tientas de mi alma.
Apenas sé tu nombre, si estás lejos, apenas si te escribo, si te refiero y amo. Te quiero siempre esposa reducida para decir «mi compañera, con tus lastres más íntimos me hundes, la señal de la siembra hacen tus manos cuando toco tu cuerpo; frente a la vida estamos; difícil alpinismo es esta historia».
Qué levantada gracia estar contigo, compañera, de ti depende que la luz sea clara. Por un subir de montes a diario voy ajeno a los romeros para verte. Bien sé lo que te quiero: ciego condecorado en los dos ojos, más humano que un pájaro con frío, a la vida me eché para quererte, a la vida me eché como quien roba oro para la imagen más querida. Hay que tener más rabia que un bandido, más horror que un suicida y más furia que el mar, ser más frío y más pacífico que el hielo para tenerte cerca y no apurarte como un sorbo de agua. Se conmemora en piedras el olvido, es demasiado el tiempo para el que ama. Cuando un amante se retira o muere y alguien quema unas cartas que se pusieron amarillas pronto, a la cuarta pregunta nos quedamos un poco más que polvo para el viento.
A la desesperada luchan la muerte y los enfermos pobres. Aquí avizoro, el descampado aguanto como el frutal debajo del pedrisco: Tú allá cruzas el pueblo morena clara y rápida, dejándote vivir y siendo hermosa para que el agua de mi fiebre suba, para que se me aumente el corazón, quizá para que muera.
|