Eladio Cabañero
El encuentro
A cántaros se han hecho los mares para un niño; con los besos no dados, el amor verdadero. Hoy sé que por ti he sido capaz, Marisa Sabia, de levantar a pulso, espuerta a espuerta, un cerro o una torre, un chorro de silencio incontenible hasta subir al infinito y verte.
Te he visto hacia el amor, la fe y la dicha. Y encontrarte, Marisa, el sólo verte, ha sido el pan y el premio que ya no me esperaba después de tantos años de amor falso, sueño a crédito y ruina. En la vivida feria tengo visto brazos, piernas, caderas, pechos y ojos más chicos y mayores que los tuyos. ¿Qué importa? Acaso tan difíciles, otros más cariñosos. Algunos -¿cuáles de ellos?- he logrado tenerlos, muy fácil: por dinero o por dolor. Tú me has costado más que todo junto, que hasta ti he consumido los días de mi vida, mi obrero corazón, las dioptrías restantes.
Cuento en versos las horas desde que te conozco, y hoy, al pensar en ti, pregunto: ¿cómo eres? Hablo sin hacer ruido: ¿dónde estabas? O estás un poco enferma, o tienes un examen, o te callas, o fumas viendo tendida el río del tiempo consumirse. Yo sigo todo un curso de fe. Tú miras, piensas; te marchas a tu pueblo; vuelves, dices con tu voz que se escucha venir convaleciente, con tu raza y tu línea de judía castellana, igual que los frutales apuntando, las estatuas más bellas y el color sefardí de tu garganta hermosa.
Para poder quererte y no morirme creí en sueños, atrás, hacia adelante, tomé oficios hermosos. ¿Cuánto hace que aré por ti y segué, corté racimos de uva, teché tu cuarto entonces, abrí balconerías directamente dando a la luz de tus ojos? Desde que el mundo fue corazonándome, filmé a oscuras los versos que esta noche te escribo; para poder quererte como ahora, tomé trenes en marcha cada día; viví por ti, gané el jornal exacto para el café y los libros... Vuelvo a entonces: según qué horaje hiciera, percanzaba lumbre, lluvia o sandías, luz candeal y agua para estar contigo. No te extrañe esta historia: otros que en nuestra sombra se han amado y que quizás murieron por nosotros, saben que esto es verdad.
Marisa, escucha, dime: después de conocernos esta tarde, ¿no es hermoso y terrible que la muerte alcance a destruirnos y trasladarnos puros y borrarnos? Mientras tanto, Marisa Castellana, sóplame entre los ojos, que te puedan ver más. Haz que te mire, alcance a ver tu corazón, recuerde y sea todo distinto. Guizca fuerte en mi alma y deja que te bese los labios y me muera al tener que dejarte, ir al trabajo, a las calles, al Metro, a las tabernas, a las tertulias del café..., a la vida Que me espera después de conocerte.
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