Lope de Vega
Cuán bienaventurado
¡Cuán bienaventurado aquel puede llamarse justamente, que sin tener cuidado de la malicia y lengua de la gente, a la virtud contraria, la suya pasa en vida solitaria!
¡Dichoso el que no mira del altivo señor las altas casas, ni de mirar se admira fuertes colunas oprimiendo basas, en las soberbias puertas, a la lisonja eternamente abiertas!
Los altos frontispicios, con el noble blasón de sus pasados, los bélicos oficios, de timbres y banderas coronados, desprecia y tiene en menos que en el campo los olmos, de hojas llenos.
Ni sufre al confiado en quien puede morir, y que al fin muere, ni humilde al levantado con vanas sumisiones le prefiere, sin ver que no hay coluna segura en las mudanzas de fortuna.
Ni va sin luz delante del señor poderoso, que atropella sus fuerzas arrogante, pues es mejor de noche ser estrella, que por la compañía del sol dorado no lucir de día.
¡Dichoso el que apartado de aquellos que se tienen por discretos, no habla desvelado en sutiles sentencias y concetos, ni inventa voces nuevas, más de ambición que del ingenio pruebas!
Ni escucha al malicioso que todo cuanto ve le desagrada, ni al crítico en enfadoso teme la esquiva condición, fundada en la calumnia sola, fuego activo del oro que acrisola.
Ni aquellos arrogantes por el verde laurel de alguna ciencia, que llaman ignorantes los que tienen por sabios la experiencia, porque la ciencia en suma no sale del laurel, mas de la pluma.
No da el saber el grado sino el ingenio natural del arte y estudio acompañado, que el hábito y los cursos no son parte, ni aquella ilustre rama, faltando lo esencial, para dar fama.
¡Oh cuántos hay que viven a sus cortas esferas condenados! Hoy lo que ayer escriben, ingenios como espejos que quebrados muestran siempre de un modo lo mismo en cualquier parte que en todo.
¡Dichoso pues mil veces el solo que en su campo, descuidado de vanas altiveces, cuanto rompiendo va con el arado baña con la corriente del agua que destila de su frente.
El ave sacra a Marte le despierta del sueño perezoso, y el vestido sin arte traslada presto al cuerpo, temeroso de que la luz del día por las quiebras del techo entrar porfía.
Revuelve la ceniza, sopla el humoso pino mal quemado; el animal se eriza que estaba entre las pajas acostado, ya a la tiniebla huye y lo que hurtó a la luz le restituye.
El pobre almuerzo aliña, come y da de comer a los dos bueyes, y en el barbecho o viña, sin envidiar los patios de los reyes, ufano se pasea a vista de las casas de su aldea.
Y son tan derribadas, que aun no llega el soldado a su aposento, ni sus armas colgadas de sus paredes vio, ni el corpulento caballo estar atado al humilde pesebre del ganado.
Caliéntase el enero, alrededor de sus hijuelos todos, a un roble, ardiendo entero, y allí contando de diversos modos, de la estranjera guerra duerme seguro, y goza de su tierra.
Ni deuda en plazo breve, ni nave por la mar su paz impide, ni a la fama se atreve, con el reloj del sol sus horas mide, y la incierta postrera, ni la teme cobarde, ni la espera.
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