Eduardo Marquina
En Flandes se ha puesto el sol (fragmento)
Capitán y español, no está avezado a curarse de herida que ha dejado intacto el corazón dentro del pecho. Ello, ocurrió de suerte que a los favores de un azar villano, pudo llegar el hierro hasta esa mano, que tuvo siempre en hierros a la muerte.
Y fue que apenas roto por nuestro esfuerzo el muro, salieron de la aldea en alboroto sus gentes, escapándose a seguro. Niños, mozos y ancianos, en pelotón revuelto, altas las manos como a esquivar la muerte, que les llega envuelta en el fragor de la refriega, a derramarse van por los caminos y los campos vecinos... Y va su frente y clama que les tengan piedad en tanta ruina, dando al aire sus tocas, una dama que pone, ante la turba que la aclama, la impavidez triunfal de una heroína. Corriendo a hacer botín de su hermosura, la rufa soldadesca se amotina, y en vano ella procura, en súplicas, en lágrimas deshecha, acosada y rendida, entregando su vida triunfar de la deshonra que la acecha. Va a sucumbir; pero en el mismo intante, una mano de hierro abre a empeñones el cerco jadente de suizos y walones, y el capitán ofrece a la hermosura la hidalga proteccion de su bravura... Domeñado y sujeto queda el tercio a distancia; ella respira: 'Pasad, señora que por mi os admira y por mi os tiene España por su respeto', dice, y levanta el capitán ardido la dura mano al fieltro retorcido. Y en este punto, el hierro de un villano parte su vena a la indefensa mano. No se contrae su rostro de granito ni la villana acción le arranca un grito; inclina el porte, tiende a la cuitada la mano ensangrentada y vuelve a pronunciar: 'Gracias señores; que si sólo he querido a la dama y su honor hacer honores, ahora, con esta herida, habré podido ofrecerle en mi mano rojas flores.' Ceremoniosamente pasó la dama, él inclinó la frente, y en la diestra leal que le tendía la sangre a borbotones florecía.
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