Manlio Argueta
Como las cartas de los niños
Qué lindo sería poder escribir y que me saliera espuma. O que la noche tiritase a lo lejos. Ladridos de perros a lo lejos. Que alguien cantara. Como los animales que florecen el amor crece de noche.
Qué lindo desahogar el nudo en la garganta. A escondidas. Para que nadie advierta nuestros corazones. Alguna vez sentirse inconmovible. Encontrarse bebiendo leche bajo el sol, en atardeceres de rosa de los vientos. Te verías muy linda dentro de un cuarto oscuro donde sólo estuvieras vos y mis circunstancias. O acariciar tu pelo suelto como manadas de lobos de ojos negros. Y hacer dormir sobre mis hombros el movimiento del mar. Oscuridad en la puerta del odio. Agua que siempre deja de correr, cuando cerramos los ojos.
Y que nuestros pasos fueran abriendo casa por casa las paredes. Y que detrás de cada vidrio, de cada cortina en la ventana del mundo, estuvieran las ideas del poeta maldito que le resulta terrible hacer una maldad.
O el vuelo de mi sangre. O una mañana de canciones bellas.
¡Ah la felicidad como las cartas de los niños que van y vienen y nadie las detiene! O como los pericos que pasan volando. Todo sera fuego aquí donde caes despertándote.
Me encantaría beber el agua que canta la misma canción, el invariable río. Repartir la cosecha de flores que producen las manos cuando dicen adiós, nos vemos, hasta luego.
Me agradaría encontrar de nuevo y mirar como tejes tus telarañas de araña benigna al escribir poemas de amor con gotitas de odio. O mejor sin ir tan lejos acopiar los papeles perfumados y verdes llenos de mala ortografía y de recuerdos. Quien canta como si nada. Es la vida que fluye o los hombres que despiertan. Y afuera hay un frío inerte.
Pero no pasa nada. No pasa nada en esta vida, mientras camino mirando atrás, por las calles floridas de la Colonia Centroamérica. Y suena un ruido de fusiles. Como si estuvieran tocando violentamente las puertas de la vida. O las catacumbas de la muerte.
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