Pablo Neruda
El sobreviviente saluda a los pájaros
Fundé con pájaros y gritos de sol la morada: temprano a la hora del manantial, salí al frío a ver los materiales del crecimiento: olores de lodo y sombra, medallas que la noche dejó sobre los temblorosos follajes y la hierba.
Salí vestido de agua, me extendí como un río hacia el horizonte que los más antiguos geógrafos tomaron como final del presupuesto terrestre: yo fuí entre las raíces, bañando con palabras las piedras, resonando como un metal del mar.
Hablé con el escarabajo y aprendí su idioma tricolor, de la tortuga examiné paciencia convexa y albedrío, encontré un animal recién invitado al silencio: era un vertebrado que venía de entonces, de la profundidad, del tiempo sumergido.
Tuve que reunir los pájaros, cercar territorios a fuerza de plumajes, de voces hasta que pude establecerme en la tierra.
Si bien mi profesión de campana se probó a la intemperie, desde mi nacimiento esta experiencia fue decisiva en mi vida: dejé la tierra inmovil: me repartí en fragmentos que entraban y salían de otras vidas, formé parte del pan y la madera, del agua subterránea, del fuego mineral: tanto aprendí que puse mi morada a la disposición de cuanto crece: no hay edificación como la mía en la selva no hay territorio con tantas ventanas, no hay torre como la que tuve bajo la tierra.
Por eso, si me encuentras ignominiosamente vestido como todos los demás, en la calle, si me llamas desde una mesa en un café y observas que soy torpe, que no te reconozco, no pienses, no, que soy tu mortal enemigo: respeta mi remota soberanía, déjame titubeante, inseguro, salir de las regiones perdidas, de la tierra que me enseñó a llover, déjame sacudir el carbón, las arañas, el silencio: y verás que soy tu hermano.
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