Había una vez, hace cientos de años,
en una ciudad de Oriente,
un hombre que una noche caminaba
por las oscuras calles
llevando una lámpara de aceite encendida.
La ciudad era muy oscura en las noches
sin luna como aquella.
En determinado momento,
se encuentra con un amigo.
El amigo lo mira y de pronto lo reconoce.
Se da cuenta de que es Guno, el ciego del pueblo.
Entonces, le dice:
¿Qué haces Guno, tú ciego, con una lámpara en la mano?
Si tú no ves...
Entonces, el ciego le responde:
- Yo no llevo la lámpara para ver mi camino.
Yo conozco la oscuridad de las calles de memoria.
Llevo la luz para que otros encuentren su camino
cuando me vean a mi...
- No solo es importante la luz que me sirve a mí,
sino también la que yo uso para que otros
puedan también servirse de ella.
Cada uno de nosotros puede alumbrar el camino para uno
y para que sea visto por otros,
aunque uno aparentemente no lo necesite.
Alumbrar el camino de los otros no es tarea fácil...
Muchas veces en vez de alumbrar
oscurecemos mucho más el camino de los demás...
¿ Cómo ?
A través del desaliento, la crítica, el egoísmo,
el desamor, el odio, el resentimiento...
¡Qué hermoso sería
¡ sí todos ilumináramos los caminos de los demás!
Está en nosotros ser Luz y
no permitir que los demas vivan en tinieblas...
Autor desconocido
|