YO entré en Florencia. Era de noche. Temblé escuchando casi dormido lo que el dulce río me contaba. Yo no sé lo que dicen los cuadros ni los libros (no todos los cuadros ni todos los libros, sólo algunos), pero sé lo que dicen todos los ríos. Tienen el mismo idioma que yo tengo. En las tierras salvajes el Orinoco me habla y entiendo, entiendo historias que no puedo repetir. Hay secretos míos que el río se ha llevado, y lo que me pidió lo voy cumpliendo poco a poco en la tierra. Reconocí en la voz del Arno entonces viejas palabras que buscaban mi boca, como el que nunca conoció la miel y halla que reconoce su delicia. Así escuché las voces del río de Florencia, como si antes de ser me hubieran dicho lo que ahora escuchaba: sueños y pasos que me unían a la voz del río, seres en movimiento, golpes de luz en la historia, tercetos encendidos como lámparas. El pan y la sangre cantaban con la voz nocturna del agua.