¿Callejón sin salida?
Sin salida.
Ésa es la sensación que se experimenta.
Como en esos sueños en los que uno corre
sin comprender por qué,
y ve que, aunque sus piernas se muevan,
está siempre en el mismo lugar:
sin avance, sin meta, sin dejar atrás
lo que atrás debiera quedarse...
No es simple tristeza.
No es simple depresión.
Es una oscuridad profunda
en la que lo que se ha perdido
está claro: el Sentido.
No hay siquiera esperanza.
(El primer trabajo será cultivar,
aunque más no sea,
la esperanza de que más adelante
quizás haya esperanza...)
San Juan de la Cruz le llamó así:
la Noche Oscura del Alma.
Él mismo la transitó!
Lo cual implica que vivenciar esta negrura interna
no es necesariamente una enfermedad,
sino, con frecuencia,
el preludio de un nuevo modo de ser.
Sí: uno se está muriendo.
Pero NO EL CUERPO: se está muriendo
una vieja forma de concebirse a sí mismo y a la vida.
Mas, mientras la nueva forma no haya emergido,
lo que se percibe es esto: NADA.
Vacío.
Un gran signo de pregunta...
¿Qué hacer cuando la Noche Oscura adviene?
Lo primero es saber que muchos otros la han vivido;
que muchos otros la están viviendo
en este mismo momento.
Y que quienes ya han atravesado esa instancia y
han salido del otro lado
nos han legado esta buena noticia:
que no se trata de un callejón sin salida;
SE TRATA DE UN PUENTE.
Es fácil el autoengaño: decirse a sí mismo que
"para siempre" todo será así: mustio, rancio...
(Cuando uno está en la oscuridad,
es propenso a creer en el "para siempre"
y en el "nunca más".
Por eso es vital desoír esas voces internas,
tal como Ulises,
que se ató al palo mayor
de su barco para no ir tras
los engañosos cantos de las sirenas...)
Con frecuencia, la tendencia natural es
la de acaracolarse:
meterse para adentro, aislarse; pero... cuidado!
Pues a-islarse es convertirse en una isla,
y no hemos nacido para ser islas,
-vulnerables ante el océano infinito,-
sino vastos continentes ligados a otros continentes...
Entonces: cuando se está así,
es necesario tejer una red de afectos,
contar con otros, y, -claro que sí-,
pedir ayuda a quien pueda comprender
qué es lo que está sucediendo.
Hasta que en algún momento,
el puente acaba en tierra firme.
Una mañana cualquiera,
uno es como un niño recién nacido:
suelta las cáscaras del pasado,
antiguos lastres que impedían todo vuelo;
reinicia el Camino, ya del otro lado del puente.
Uno puede, nuevamente, respirar.
Y quizás ayudar a otros a que tengan en cuenta
algo que habremos aprendido:
que no se trata de un callejón sin salida:
QUE SE TRATA DE UN PUENTE.
Así lo dijo el poeta José Pedroni
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