Omar García Ramírez
Los oficios del poeta
–“Los poetas deberían casarse con mujeres delicadas para los
menesteres olímpicos del lecho fuertes y sabias en los oficios culinarios”–, dijo un bardo cuyo nombre no recuerdo y es verdad, porque los poetas hechos de pintura, de barro o tinta trabajan hasta tarde, casi no duermen en las acostumbradas horas,
y por las mañanas siempre sueñan. No gustan a las corrientes mujeres los alucinados ojos que emergen de recientes pesadillas; náufragos los ojos….
Los ojos del poeta. Pero los poetas reconocen que hay oficios irremediables que se amontonan
detrás de las puertas y dentro de los escaparates señalándolos día tras día, oficios terrenales que les muerden la garganta
como un vampiro y no les dan tiempo libre para lo que más les gusta que es: El no hacer,... O la casi nada. Porque los oficios del poeta no se pueden contabilizar, por ellos
no se paga la más irrisoria suma y con poemas no se puede pagar
en las tabernas, en los burdeles, o en los restaurantes más humildes. Los poetas se tendrían que casar con mujeres de especial sensibilidad que los dejaran podrirse entre papeles, libros antiguos, y grimorios con las formulas exactas para seducir
a la luna, esculturas y pinturas con olor a trementina, mientras ellas
broncean sus pieles de iguanas recién restauradas a la orilla
de una piscina azul. Por esto los poetas sin fortuna y sin suerte deberán ser sus propios
y solícitos esclavos, lavar sus modestas ropas, sus calzoncillos de hilo blanco, preparar sus raciones de faquir
en las horas despistadas. La disciplina draconiana no se hizo para ellos y la asepsia es cuestión de estética, más que de ética saludable. La soledad forja livianos y fuertes sus huesos, los hace altivos, pletóricos de canciones y poemas, además, en medio de este ascetismo siempre es posible una
consignación seminal cada tres meses. Pero, hay poetas que se pierden en el laberinto de los crueles
oficios contables y reales. No encuentran el camino hacia su guarida de sueños, pierden los callos de sus manos y a veces se dan cuenta demasiado tarde.
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