Juan Ramón Mansilla
Nevada
Nieve. Toda la tarde ha nevado.
Empezó primero por manchar la verja, la acera, las ventanas. Ha cubierto después los rosales, los peldaños, las macetas. Una sucesión precisa, matemática casi, como las migrañas en la tarde: pulsos en las sienes, dolor, aplastamiento. Hasta que un calmante lo droga y quedo inmóvil como un móvil de Calder antes de que lo agiten unas manos o el viento.
Cefalea, nevisca, muerte, ¿por qué se asocian en un motivo del arte contemporáneo? ¿Por qué si estás, estoy completamente vivo?
Pero anochece y sigue nevando. Una nieve ajena a la de la infancia, cuando la habitación, el día no quedaban oscuros y el blanco era el blanco, lento deshacer del tiempo. No, esta nieve es otra. Nieve que aleja y separa, oculta los caminos, borra las huellas, ahuyenta los pájaros. Es el presagio, la contingencia terrible de que mañana no estés.
Nieve. Desde tu ausencia sigue nevando.
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