Salomé Ureña de Henríquez
Luz
¿Adónde el alma incierta pretende el vuelo remontar ahora? ¿Qué rumor de otra vida la despierta? ¿Qué luz deslumbradora inunda los espacios y reviste de lujoso esplendor cuanto era triste?
¿La inquieta fantasía finge otra vez en la tiniebla oscura los destellos vivísimos del día, lanzándose insegura, enajenada en su delirio vago, de un bien engañador tras el halago?
¡Ah, no! Que ya desciende sobre Quisqueya, a iluminar las almas, rayo de amor que el entusiasmo enciende, y de las tristes calmas el espíritu en ocio, ya contento, surge a la actividad del pensamiento.
Y surge a la existencia, al trabajo, a la paz, la Patria mía, a la egregia conquista de la ciencia que en inmortal porfía los pueblos y los pueblos arrebata y del error las nieblas desbarata.
Ayer, meditabunda, lloré sobre tus ruinas ¡oh, Quisqueya! toda una historia en esplendor fecunda, al remover la huella del arte, de la ciencia, de la gloria allí esculpida en perennal memoria.
Y el ánimo intranquilo llorando pregunto si nunca al suelo donde tuvo el saber preclaro asilo a detener su vuelo el genio de la luz en fausto día con promesas de triunfos volvería.
Y de esperanzas llena temerosa aguarde, y al viento ahora, cuando amanece fúlgida, serena, del bienestar la aurora, lanzo del pecho, que enajena el gozo, las notas de mi afán y mi alborozo.
Sí, que ensancharse veo las aulas, del saber propagadoras, y de fama despiértase el deseo, brindando protectoras las ciencias sus tesoros al talento, que inflamado en ardor corre sediento.
Ya de la patria esfera los horizontes dilatarse miro: el futuro sonriendo nos espera, que en entusiasta giro, ceñida de laurel, a la eminencia se levanta feliz la inteligencia.
Es esa la futura prenda de paz, de amor y de grandeza, la que el bien de los pueblos asegura. la base de firmeza donde al mundo, con timbres y blasones, se elevan prepotentes las naciones.
¡Cuántas victorias altas el destino te guarda, Patria mía, si con firme valor la cumbre asaltas Escúchame y porfía; escucha una vez más, oye ferviente la palabra de amor que nunca miente:
yo soy la voz que canta del polvo removiendo tus memorias, el himno que a tus triunfos se adelanta, el eco de tus glorias... No desmayes, no cejes, sigue, avanza: ¡tuya del porvenir es la esperanza!
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