Eladio Cabañero
La despedida
Adiós, hijo, ya no nos volveremos a ver. (De una carta de mi padre)
Como el olvido es malo, nunca olvido; han pasado estos años... Ahora veo que es necesario hablar de despedirnos, de un documento extraño que se firma para dejar de ver a los que amamos.
A solas pienso: «esto tan ancho sé que no es el mundo, ni esta sed, este silencio; la gran apuesta, la esperanza . de la victoria entre pared y pared tampoco».
A todo esto, padre, verás cómo no puedo despedirme. La vida es la noticia que no se puede olvidar más fácilmente; verás cómo no puedo decir nada. Vivir, seguir esta perdida apuesta es lo que importa aunque estemos en medio de la calle sin nada que vender ni que ponernos. (Entre las cosas viejas de la casa tu tapabocas roto, tu boina, ropas tuyas tan cargadas de tiempo; y aquella carta que pareciera cursi si no fuera porque es tan de verdad.) A todo esto...
«Hay que ser generosos, los demás están solos, necesitan que alguien se ocupe de ellos porque el amor más mínimo les falta; amamos poco al hombre», tú me dices. Leo tu carta pensando que siempre he sido un torpe y que no he visto cómo eras tú hasta ahora que me faltas. Aquellos ojos en mis ojos, música entre los dos, y aquellas manos, no los pude apreciar porque hasta entonces vivíamos sin un luto.
Bien recuerdo las cosas: si íbamos a comer, estaba madre atareada y fuerte entre nosotros; bien lo estoy recordando... nos iba así la vida y yo era un niño en libertad en las calles de su pueblo que mirando a su abuelo pensó en Dios.
No amamos bien al hombre. Recordando aquel pan y aquella cárcel, viéndote emocionado, fiado en la verdad, claro, indefenso, he vuelto a deshacer la despedida para que ser tu hijo sea decirte que no estás sin amor .
No me despido. La temblorosa rúbrica de irse hoy la recojo de tus manos, padre; que no te olvido en la desgracia, no. Sosténme, sepa tu corazón, si ahora me escuchas, que eres más bueno cada vez y que amo la pequeña limosna de mi vida antes de despedirnos para siempre.
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