Octavio Paz
El desconocido
La noche nace en espejos de luto. Sombríos ramos húmedos ciñen su pecho y su cintura, su cuerpo azul, infinito y tangible. No la puebla el silencio: rumores silenciosos, peces fantasmas, se deslizan, fosforecen, huyen. La noche es verde, vasta y silenciosa. La noche es morada y azul. Es de fuego y es de agua. La noche es de mármol negro y de humo. En sus hombros nace un río que se curva, una silenciosa cascada de plumas negras. La noche es un beso infinito de las tinieblas infinitas. Todo se funde en ese beso, todo arde en esos labios sin límites, y el nombre y la memoria son un poco de ceniza y olvido en esa entraña que sueña. Noche, dulce fiera, boca de sueño, ojos de llama fija y ávida, océano, extensión infinita y limitada como un cuerpo acariciado a oscuras, indefensa y voraz como el amor, detenida al borde del alba como un venado a la orilla del susurro o del miedo, río de terciopelo y ceguera, respiración dormida de un corazón inmenso, que perdona: el desdichado, el hueco, el que lleva por máscara su rostro, cruza tus soledades, a solas con su alma. Tu silencio lo llama, rozan su piel tus alas negras, donde late el olvido sin fronteras, mas él cierra los poros de su alma al infinito que lo tienta, ensimismado en su árida pelea. Nadie lo sigue, nadie lo acompaña. En su boca elocuente la mentira se anida, su corazón está poblado de fantasmas y el vacío hace desiertos los latidos de su pecho. Dos perros amarillos, hastío y avidez, disputan en su alma. Su pensamiento recorre siempre las mismas salas deshabitadas, sin encontrar jamás la forma que agote su impaciencia, el muro del perdón o de la muerte. Pero su corazón aún abre las alas como un águila roja en el desierto. Suenan las flautas de la noche. El mundo duerme y canta. Canta dormido el mar; ojo que tiembla absorto, el cielo es un espejo donde el mundo se contempla,
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